Panamá
Sobre un presidente joven
En Panamá se desató el rumor sobre la travesura del joven presidente y se hizo luego una noticia propagada sin descanso.
- Arnulfo Arias O.
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- - Actualizado: 07/2/2023 - 12:00 am

Cuba, 9 de octubre de 1941. La Habana es, en ese momento, la ciudad de las luces, pero de las luces de neón de los casinos y los cabarets. Comparable a lo que sería Las Vegas hoy en día, pero mestizado.
El presidente de Panamá, Arnulfo Arias Madrid, de tan solo 40 años y electo escasamente un año antes, decide salir incógnito de viaje y hacer una visita corta a esa ciudad del pecado, sin sospechar que sus adversarios, que eran muchos ya, le seguían el paso muy de cerca.
Inmensamente popular y carismático en su país, en Cuba pasaría -pensaba él- desapercibido. Aun así, hoy hay una foto de él, y de otras personalidades, en el lobby de ese mismo antiguo hotel en que decidió hospedarse bajo la esperanza de cierto anonimato. No podía estar tras bastidores, por mucho que él a veces lo quisiera.
En Panamá se desató el rumor sobre la travesura del joven presidente y se hizo luego una noticia propagada sin descanso, a tiro y a mansalva de los locutores e imprentas de los diarios maquinistas de ese entonces. Todo esto, sin duda, con el gran disgusto de su hermano mayor, Harmodio, sobrio hasta lo mínimo. El presiente se había ausentado sin contar con la licencia requerida del Legislativo. Se fraguó la condición perfecta para removerlo del poder, sin darle un golpe, en el sentido formal de la palabra; en realidad fue un golpe técnico, elaborado cuidadosamente para lograr, sin violencia, despojarlo del poder legítimo, legado en él por los votantes y gracias a su extraordinaria popularidad.
La experiencia política de la escuela rancia de ese entonces sabía que un presidente tan joven, tarde o temprano, cometería algún error táctico, y sus adversarios lo supieron capitalizar.
Días después del golpe, y de saberse despojado de su condición de presidente, Arnulfo le manifiesta a un diario en la Habana que, en lo que respectaba a su persona, se retiraría ya de la política definitivamente, para dedicarse a la actividad profesional de médico. Creo que soltó ese comentario ante el calor de la desilusión.
Su pueblo, sus electores, no habían respondido en la manera que esperaba él; no se habían dado protestas masivas ni levantamientos sociales de ninguna clase. Lo que no sabía era que la clase política, con una experiencia comprobada ya para ese entonces, había planificado cuidadosamente el movimiento de ajedrez, y que el golpe no se habría dado jamás sin el apoyo de los militares panameños y sin el contubernio del gobierno norteamericano.
Prueba de ello son las declaraciones del entonces Secretario de Estado, Henry Simpson, quien manifiesta que para Estados Unidos la salida de Arnulfo Arias se consideraba como un gran alivio, "por sus tendencias pronazi." La realidad, más a fondo, era otra.
Era parte de esa guija del poder, movida a veces por las manos invisibles que no dejan nunca verse. Tan pronto el vicepresidente Ricardo Adolfo De La Guardia asume el poder, se permitió la ampliación de las bases militares de la Zona del Canal en suelo panameño. Estados Unidos no compartía el entusiasmo popular de contar con un presidente joven, revolucionario, dispuesto a defender la causa panameña y, sobre todo, a ese llamamiento a despertar el entusiasmo de las clases dormitadas socialmente, bajo los efectos del narcótico profundo de ignorancia.
Tomando en cuenta que casi un 40% de la población sufría de analfabetismo en 1940, resultaba muy manipulable la marea del entusiasmo colectivo, y así prefería mantenerla el eje del poder político de entonces. En un ambiente así podían prosperar el poder malo y manipulador, tanto como el bueno y desinteresado; como el trigo y la cizaña.
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