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Sociología de la tusa

Milcíades Pinzón Rodríguez - Publicado:
Nuestra intención al hablar sobre la importancia de la tusa podrá parecer un esfuerzo poco cuerdo dentro de una disciplina académica como la Sociología.

No es mi propósito sugerir la descabellada idea de instaurar una nueva especialidad en la disciplina que fundara Augusto Comte.

Recurro a este título, un poco en broma y en serio, para intentar reparar el agravio que se ha infringido a uno de los objetos más preciados de la sociedad campesina.

Porque el punto es que la tusa ha recibido la atención que se merece.

Al contrario, ella ha llegado a ser sinónimo de cosa inservible, de ser importancia, de paria agrícola.

La verdad sea dicha, la inseparable amiga del maíz ha pasado de la grandeza a la desventura en un país en donde el agro se ahoga entre bancos y barcos.

La tusa, para el que todavía no sepa de lo que se trata, es ese cuesco de la mazorca que las culturas han denominado de diferentes formas: olote, carozo, coronta, raspa y zuro.

Problemas de lengua y habla de pueblos indígenas y mestizos en donde el maíz desempeñó un papel protagónico.

Por allí, en Centroamérica, Miguel Angel Asturias le dedicó toda una novela bajo el sugestivo título de Hombre de Maíz, Tusa y maíz, y tusa, ambos están indisolublemente ligados y al hablar de uno de ellos tenemos que hacerlo en el contexto del otro.

El maíz ha sido el plato por excelencia del aborigen y al llegar los españoles, el mismo ya se había extendido de norte a sur.

En Panamá, por ejemplo, nos cuenta el cronista Espinosa que a su arribo a Natá era cuantioso el cultivo del grano.

Ya en la actual región de Azuero, el hispánico conquistador bautiza con el nombre de "Río de Los Maizales" al que después se denominará Río La Villa.

De modo que en América, durante miles de años, el maíz se integró al hombre y el hombre al maíz; en un extraordinario ejemplo de lo que son capaces los sistemas sociales cuando se respeta a la naturaleza y ésta se constituye en soporte de los primeros.

Dialéctica de la conservación y del desarrollo sostenible que no terminamos de aprender.

Al igual que el maíz, múltiples usos tuvo la tusa en nuestra cultura de raíces campesinas.

Sólo hay que recordar cómo las piaras hambrientas se la disputaban cuando el maíz era desprendido de ella; pasando a cumplir el último labores de mayor jerarquía alimenticia.

En cambio, la tusa quedaba a un lado, como un desecho, mientras el grano corría mejor suerte: humeantes changas, deliciosos pastelillos, mazamorra, serén, entre otras delicias de la gastronomía orejana.

Aquellas sociedades vivían del maíz y para ellas el grano era un regalo de los dioses; siendo cultivada la planta herbácea en la vega de los principales ríos.

Allí vivió su gloria gozando de un triunfo que se prolongó por varias centurias, hasta el momento cuando el trigo lo destronó de su rol protagónico y, de cierta manera, comenzó su declinación.

Hoy observamos cómo, morando en sociedades de maíz, tenemos que ser partícipes de la irracional conducta de consumir "michas", rosquitas y viriles; todas elaboradas con harina de trigo en un país en donde el foráneo cereal no se cultiva.

Cosas de país subdesarrollado que dedica millones de balboas a consumir un producto que no produce.

Pues bien, esa misma decadencia ha venido a reflejarse en la tusa, compañera inseparable del grano de origen americano.

Como hemos indicado, varios usos se le dio a ella, desde servir de soporte para el cuerpo de una muñeca campesina, improvisado mechón de rancho y casas de quincha, hasta ejercer la nada agradable función de papel higiénico.

Porque hay que recordar que antiguamente era muy corriente encontrar en las llamados "servicios de hueco", una lata repleta de tusas.

Por algo, aún se escucha decir a nuestro pueblo (que de todo hace chiste) que la tusa no sólo limpiaba, sino que simultáneamente tenía la virtud de rascar.

Tusa que no sólo servía para cumplir la tan necesaria función de aseo en la parte de la anatomía que te estás imaginando, sino para calmar en una noche de insomnio el prutito de un molesto pie de atleta.

¡Ay!.

.

.

si las tusas hablaran.

En la tradicional sociedad orejana, ella asomó su faz en los jorones y luego de desgranada la panoja, era guardada en sacos.

Jorones de maíz y tusa, que fueron el orgullo de la cultura campesina que disfrutaron nuestros abuelos.

Todo un mundo de maizal, capullo, granos de maíz y tusas.

En fin, reflexionando sobre la triste historia de la tusa, cae uno en cuenta que muchas otras facetas del Panamá que construyeron nuestros antepasados, también han experimento el vía crucis del hermoso escaparate del maíz.

Así, las refrescantes y nutritivas chichas fueron reemplazadas por las gaseosas, el sombrero pintado por las gorras, las tejas por el zinc y la solidaridad humana por el mercantilismo.

Dentro de su humildad, la tusa guarda para nosotros una eñseñanza.

Parece decirnos que aunque todo se vuelve moderno, globalizado, lleno de reingeniería y calidad total, debemos aprender de su experiencia popular.

Actúa con cautela -pregona-, porque tras el nuevo modelo económico, los grandes poderes transnacionales deparan a nuestras sociedades un destino de tusa.

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