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Sobre la superación de las tragedias

...es la resiliencia la que se levanta y rinde los tributos apropiados a una de las cualidades de más admiración del hombre: su instinto de supervivencia, irracional e irreflexivo, pero sobre todo poderoso como la raíz más viva de la vida.

Arnulfo Arias O. - Publicado:

El hombre es resiliencia y la resiliencia es el hombre. Su capacidad para recoger las mismas piedras de los muros que han caído, para levantarlos nuevamente, es infinita. Foto: EFE.

A veces solemos preguntarnos qué objetivo puede haber en la desgracia y por qué la Providencia deja que se asiente y se recoja siempre en las orillas de la humanidad, como el escombro relegado que nos dejan las mareas. Al final, y como todo en la vida, si algo no tuviera en apariencia algún propósito, debemos hacer búsqueda del mismo. Los propósitos y las razones no son atributos naturales del entorno, sino más bien tesoros que se encuentran alojados en el hombre.

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Recientemente, la tragedia de un huracán ha azotado a Centroamérica, como una más de esas calamidades que son parte de este orbe que gravita en torno al sol. Como esa, suceden muchas otras en las vidas de los pueblos y los hombres.

No es que las catástrofes naturales se olvidan y que obtusamente se vuelve a construir allí donde la corriente barre algún hogar, o sobre la huella de un edificio demolido por un sismo, o en el mismo paso en el que antes recorrió un alud con gran devastación de vidas.

El hombre es resiliencia y la resiliencia es el hombre. Su capacidad para recoger las mismas piedras de los muros que han caído, para levantarlos nuevamente, es infinita. No es la terquedad, no es el olvido, entonces, el que hace que se forje nuevamente un pueblo allí donde la desgracia ya ha ocurrido, al pie de los volcanes vivos y con llama ardiente en su corona, o en costas que han lamido y devastado enormes olas, o en paisajes que han barrido las tormentas tropicales.

Es la resiliencia la que se levanta y rinde los tributos apropiados a una de las cualidades de más admiración del hombre: su instinto de supervivencia, irracional e irreflexivo, pero sobre todo poderoso como la raíz más viva de la vida.

Nuestra nación no ha escapado a la desgracia de calamidades naturales. Una y otra vez, en mayor o menor número, ha sabido levantarse nuevamente alguna población a la que ha embatido la tragedia, porque así le dicta en forma natural la evolución humana; porque el hombre debe levantarse siempre cuando se ha caído o perece como el agua que se estanca, o como el animal herido que no lucha ya apretado entre las fauces de su depredador.

No existen las tormentas grandes, sino las voluntades chicas, que deciden darse por vencido en medio de la lucha aquella que es un ordenamiento de la vida misma. En la capacidad colectiva de superar las desgracias se evidencia más ese atributo de la resiliencia humana, pero al final es una conmoción interna que se da en el individuo que puede optar por dejar que caiga para siempre el ancla del tormento en medio de su voluntad atormentada o que decide hacer de ella un espacio momentáneo de meditación, que debe siempre recogerse nuevamente para que nos deje seguir ese trayecto que impulsa siempre al hombre hacia adelante.

La Segunda Guerra Mundial, una de las atrocidades más grandes que ha sufrido el hombre por el curso de su propia mano, nos demuestra que todo puede superarse, que se puede construir con el escombro humeante todavía, que el aliento no se va hasta que se escape del pulmón por siempre.

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Mientras haya vida palpitando, lo demás se va forjando persistentemente por la propia voluntad acrisolada. La tragedia dejará a su paso el luto y el dolor; como huellas dolorosas que marcan las facciones mismas de la humanidad, pero que curiosamente la hacen resistente, veterana de las luchas que, al nacer, el hombre debe ya librar hasta su propia muerte.

No existen epitafios sin propósito; son recordaciones emotivas que la piedra guarda subrayadas, para recordar a aquellos que lucharon siempre y sin detenimiento. No son solo los héroes de las tiras cómicas los que rompen ciclos de tragedias, sino también el hombre, en medio del anonimato colectivo que se exalta en forma individual, pero que se vive y sufre en la familia humana.

Abogado.

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