Borges, inefable caballero de los laberintos y espejos
Publicado 2000/06/17 23:00:00
- Jaime A. Chávez Rivera
El aluvión Jorge Luis Borges se inició con la conmemoración de su centenario, el 24 de agosto recién pasado, cuando Buenos Aires se transformó en la capital del mundo borgeano y se lanzaron ediciones, sellos postales, monedas, con su efigie y se escribieron cientos de artículos sobre su conocida y enigmática obra, en la prensa mundial.
Mientras los eruditos, amigos, escritores, confidentes, periodistas y un vasto público argentino, canonizaba al autor de El Aleph, Ficciones, La Cifra, El Hacedor, La Rosa Profunda, sus detractores pulverizaban al díscolo personaje de los laberintos y a una obra que consideran estílica, libresca, europea, deudora y con algunos otros adjetivos, que le persiguieron hasta el final de sus días.
Argentino de nacimiento, con una fuerte influencia inglesa por parte de su abuela paterna, con estudios de secundaria en la "Suiza francesa", empedernido lector de la Enciclopedia Británica y algunos cuantos clásicos, amante de las lenguas germana y sajona, de la mitología escandinaba, devoto de un Buenos Aires que vio crecer en su prima infancia, parte de su adolescencia y juventud, dueño de un humor permanente, y a veces corrosivo, Borges se las ingenió para construir su laberinto y reproducirnos un mundo habitado por la imaginación, fruto de su escritura infinita.
El poeta mexicano José Emilio Pacheco, definía su obra como adentrarse a una catedral para ver sus pinturas y las esculturas de los santos. Borges era agnóstico, por lo que la comparación, sin duda, le hubiese causado gracia, porque paralelo a su obra, se batía a duelo con su filosa y cáustica ironía cada vez que brindaba una entrevista.
Cuando Federico García Lorca visitó Argentina en los años 30, Borges lo calificó de andaluz profesional. Dijo muchos años después, que a la poesía de Pablo Neruda le hizo bien que su autor fuera comunista (sic) y acusó de imitador de William Faulkner, a su compatriota Julio Cortázar. Llamó caballero al dictador chileno Augusto Pinochet, cuyo gobierno lo condecodó, y con ello, perdió su innegable opción al Premio Nobel de Literatura.
Georgie, como decían familiarmente, no tuvo pelos en la lengua y habló de lo humano y lo divino frente a la prensa, quien vivió entre libros y sombras, una parte definitivamente importante de su vida. El mítico narrador argentino Roberto Arlt le llamó en 1929 "erudito repetidor, sin vuelo personal, sin arraigo nacional", y quizás fueron las más duras críticas a su obra a lo largo de su historia literaria, aunque Gabriela Mistral, también criticó ácidamente sus primeros libros, varios de los cuales fueron eliminados de su repertorio por el propio autor, que abandonó el vanguardismo, todos los ismos y una poesía llamativa. Este es el otro Borges, que la fama, merecida en nuestra opinión, muchos no conocen, ya que en verdad el escritor argentino recibe un tardío reconocimiento en 1960, cuando aparece su obra poética El Hacedor, la que dedica a su admirado poeta Leopoldo Lugones.
Es el Borges de El Hacedor con cual me inicio en las lecturas borgeanas a mediados de los sesenta, como muchos en América Latina y en sus páginas están contenidos lost emas preferidos del autor bonaerense: el ajedrez, Heráclito, los antepasados, los espejos, el tiempo y los tigres.
En su poema de los dones, contenido en el libro El Hacedor, dice que Dios, con magnífica ironía/me dio a la vez los libros y la noche. Comentó en una oportunidad que la idea de un Dios sabio, todopoderoso y que, además nos ama, es una de las creaciones más audaces de la literatura fantástica. A pesar de todo, agregó, prefiriría que la idea de Dios perteneciera a la literatura realista.
Como sabemos, Borges, quedó ciego a los 50 años de edad, y al final de los días veía todo color violeta, lo que antes vio por décadas amarillo. Se consideraba una superstición Argentina, estimó que iba a morir en castellano, corregía 10ª 12 veces un texto, le impresionó El Libro de Job y la Eclesiastés, creía en una revolución sin líderes políticos, ni banderas, escribía lo menos parecido a Borges, porque otros lo hacían mejor que él, juzgó a Buenos Aires tan eterna como el agua y al aire, sintió la poesía como la proximidad de una mujer, aunque no dejó discípulos, ni hijos y tuvo muchas imposibilidades.
Antes de irse a morir a suiza, en 1986, afirmó de Argentina no existía, que era pura jactancia. Ser argentino es una fatalidad, y en ese caso lo seríamos de cualquier modo, o ser argentino es una mera afectación, una máscara, plasmó en su texto: El escritor y la tradición.
Sin embargo, es innegable su vocación bonaerense. Dijo palabras para la historia: "Al otro, a Borges, es a quien le ocurren las cosas. Yo camino por Buenos Aires y me demoro, acaso ya mecánicamente para mirar el arco de un zaguán y la puerta cancel, de Borges tengo noticias por el correo y veo su nombre en une terna de profesores o en un diccionario biográfico".
Mientras los eruditos, amigos, escritores, confidentes, periodistas y un vasto público argentino, canonizaba al autor de El Aleph, Ficciones, La Cifra, El Hacedor, La Rosa Profunda, sus detractores pulverizaban al díscolo personaje de los laberintos y a una obra que consideran estílica, libresca, europea, deudora y con algunos otros adjetivos, que le persiguieron hasta el final de sus días.
Argentino de nacimiento, con una fuerte influencia inglesa por parte de su abuela paterna, con estudios de secundaria en la "Suiza francesa", empedernido lector de la Enciclopedia Británica y algunos cuantos clásicos, amante de las lenguas germana y sajona, de la mitología escandinaba, devoto de un Buenos Aires que vio crecer en su prima infancia, parte de su adolescencia y juventud, dueño de un humor permanente, y a veces corrosivo, Borges se las ingenió para construir su laberinto y reproducirnos un mundo habitado por la imaginación, fruto de su escritura infinita.
El poeta mexicano José Emilio Pacheco, definía su obra como adentrarse a una catedral para ver sus pinturas y las esculturas de los santos. Borges era agnóstico, por lo que la comparación, sin duda, le hubiese causado gracia, porque paralelo a su obra, se batía a duelo con su filosa y cáustica ironía cada vez que brindaba una entrevista.
Cuando Federico García Lorca visitó Argentina en los años 30, Borges lo calificó de andaluz profesional. Dijo muchos años después, que a la poesía de Pablo Neruda le hizo bien que su autor fuera comunista (sic) y acusó de imitador de William Faulkner, a su compatriota Julio Cortázar. Llamó caballero al dictador chileno Augusto Pinochet, cuyo gobierno lo condecodó, y con ello, perdió su innegable opción al Premio Nobel de Literatura.
Georgie, como decían familiarmente, no tuvo pelos en la lengua y habló de lo humano y lo divino frente a la prensa, quien vivió entre libros y sombras, una parte definitivamente importante de su vida. El mítico narrador argentino Roberto Arlt le llamó en 1929 "erudito repetidor, sin vuelo personal, sin arraigo nacional", y quizás fueron las más duras críticas a su obra a lo largo de su historia literaria, aunque Gabriela Mistral, también criticó ácidamente sus primeros libros, varios de los cuales fueron eliminados de su repertorio por el propio autor, que abandonó el vanguardismo, todos los ismos y una poesía llamativa. Este es el otro Borges, que la fama, merecida en nuestra opinión, muchos no conocen, ya que en verdad el escritor argentino recibe un tardío reconocimiento en 1960, cuando aparece su obra poética El Hacedor, la que dedica a su admirado poeta Leopoldo Lugones.
Es el Borges de El Hacedor con cual me inicio en las lecturas borgeanas a mediados de los sesenta, como muchos en América Latina y en sus páginas están contenidos lost emas preferidos del autor bonaerense: el ajedrez, Heráclito, los antepasados, los espejos, el tiempo y los tigres.
En su poema de los dones, contenido en el libro El Hacedor, dice que Dios, con magnífica ironía/me dio a la vez los libros y la noche. Comentó en una oportunidad que la idea de un Dios sabio, todopoderoso y que, además nos ama, es una de las creaciones más audaces de la literatura fantástica. A pesar de todo, agregó, prefiriría que la idea de Dios perteneciera a la literatura realista.
Como sabemos, Borges, quedó ciego a los 50 años de edad, y al final de los días veía todo color violeta, lo que antes vio por décadas amarillo. Se consideraba una superstición Argentina, estimó que iba a morir en castellano, corregía 10ª 12 veces un texto, le impresionó El Libro de Job y la Eclesiastés, creía en una revolución sin líderes políticos, ni banderas, escribía lo menos parecido a Borges, porque otros lo hacían mejor que él, juzgó a Buenos Aires tan eterna como el agua y al aire, sintió la poesía como la proximidad de una mujer, aunque no dejó discípulos, ni hijos y tuvo muchas imposibilidades.
Antes de irse a morir a suiza, en 1986, afirmó de Argentina no existía, que era pura jactancia. Ser argentino es una fatalidad, y en ese caso lo seríamos de cualquier modo, o ser argentino es una mera afectación, una máscara, plasmó en su texto: El escritor y la tradición.
Sin embargo, es innegable su vocación bonaerense. Dijo palabras para la historia: "Al otro, a Borges, es a quien le ocurren las cosas. Yo camino por Buenos Aires y me demoro, acaso ya mecánicamente para mirar el arco de un zaguán y la puerta cancel, de Borges tengo noticias por el correo y veo su nombre en une terna de profesores o en un diccionario biográfico".
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