El reloj astronómico de Estrasburgo: Un desafío contra el tiempo
Publicado 2000/05/13 23:00:00
Cada día, a las 12.30 del día, se ponen en marcha los autómatas del reloj astronómico de la catedral de Estrasburgo. Entonces pueden verse, en un juego sutil, los doce apóstoles que desfilan ante Jesucristo. Su paso va al ritmo de los aletazos y el canto de un gran gallo. Mas abajo, las diferentes edades de la vida, personificadas por un niño, un adolescente, un adulto y un viejo, pasan delante de la Muerte.
El venerable reloj, construido en 1574 por el matemático Conrad Dasypodius, es admirado, cuidado y visitado, pero no consultado: hoy, todo el calendario y toda información sobre la marcha del sol, de la luna y de los planetas nos llega a diario por la prensa, la radio o la televisión. Pero para el estrasburgués del siglo XVI el reloj astronómico de la catedral era no solo una obra de arte, considerada como una de las siete maravillas del Sacro Imperio, sino también una maquina de utilidad publica. De 18 metros de altura, 8 de ancho y 4 de profundidad, es el mismo reloj que se descubre actualmente en la catedral: pero todos los cuadrantes y los engranajes fueron cambiados en el siglo XIX, durante una renovación completa efectuada por el relojero Jean-Baptiste Schwilgué. El genial creador y su equipo habían puesto cuatro anos para construir esta maravilla, que fue nuevamente puesta en servicio el 31 de diciembre de 1842, pocos minutos antes de la medianoche.
Ya en el siglo pasado, todo estaba concebido para durar perpetuamente. El 1o de enero de 2000, a las cero horas, apareció en un recuadro la cifra 2000, prueba de que, por primera vez, se había movido el disco de los millares. El monumental mecanismo, alojado en un ala de la catedral, también tiene en cuenta la especificidad de un ano bisiesto, terminado en 00, y posee un diente que solo se pone en movimiento cada 400 anos.
EL CONTRASTE ENTRE LO GIGANTESCO Y LO DELICADO
Ante el reloj se levanta el extraordinario Pilar de los Angeles que representa, con gran originalidad, el Juicio Final. Al fondo del crucero sur, la capilla San Andrés, de fines del siglo XII, es la mas antigua de la catedral. Nuestra Señora de Estrasburgo se eleva sobre una amplia plaza pavimentada como en la Edad Media. Descansa sobre los cimientos de una antigua basílica renana construida en 1015 por el obispo Wember, de la familia de los Habsburgos. En función del lugar desde donde se la mira, la catedral despliega perspectivas muy diferentes y a veces insólitas. Según la hora y la luminosidad, va cambiando hasta de color. La yuxtaposición de estilos diferentes, el contraste entre lo gigantesco y lo delicado, no menoscaban en nada la belleza de la catedral. Una parte de la cripta y del abside dan testimonio del arte románico de Renania, mientras que unas obras maestras sin par, como el célebre grupo del Seductor, rodeado por las Vírgenes Prudentes y por las Vírgenes Locas, que orna el portal derecho, reflejan los esplendores de la arquitectura gótica.
Un doble reborde de pasmosa ligereza domina los portales. Enmarcada en un fino encaje de piedra florece un maravilloso roseton. Por encima de ella, dos torres que reúne el campanario, construido a fines del siglo XIV, componen la plataforma: desde esta altura, a la que se llega después de escalar 329 peldaños, se disfruta de un espléndido panorama de la ciudad.
METROPOLI INTELECTUAL Y ECONOMICA DE ALSACIA
Metropoli intelectual y económica de Alsacia, ciudad de arte con un pasado ampliamente conservado, Estrasburgo es la sexta urbe de Francia. Su situación geográfica privilegiada, en el centro de un nudo de comunicaciones internacionales, y su historia le confieren excepcional importancia. Fue muy naturalmente, pues, como Estrasburgo fue elegida como sede de instituciones europeas. Incorporada a Francia en 1681, fue en el siglo XVI uno de los grandes focos del humanismo y de la Reforma. Subsisten hermosas casas de estilo renacentista, especialmente La Grande Boucherie (la Gran Carnicería) y, sobre todo, en la Plaza Gutenberg, la Alcaldía, hoy sede de la Cámara de Comercio, circundada por callejuelas tortuosas y estrechas que llevan nombres evocadores de corporaciones o de mercados.
Pero hay también un modo puramente impresionista de descubrir la ciudad: basta contemplar los juegos de luz sobre sus fachadas, en las que alternan entramados oscuros y ladrillos claros, de colores gris rosado y amarillo. Y si les vienen ganas de respirar el aire de una noche estrasburguesa, los paseantes románticos pueden caminar lánguidamente por las orillas del Ill o por uno de los parques iluminados. El paseo tal vez nos dé sed: iremos entonces de buena gana a saborear una cerveza en el establecimiento de uno de los especialistas de la ciudad. A menos que prefiramos las actividades culturales: Estrasburgo goza de reputación mundial en materia de música clásica contemporánea. También tienen gran éxito los folclores regionales. "Estrasburgo es una ciudad que ha crecido bien" decía el urbanista Le Corbusier. Basta echar una ojeada al barrio europeo, con su imponente Palacio de Europa, sus edificios para los parlamentarios, su Palacio de los Derechos Humanos y el nuevo hemiciclo del Parlamento Europeo. Sede del Consejo de Europa desde 1949, Estrasburgo ha sabido conservar el encanto de una ciudad donde se vive agradablemente. Y para convencerse de ello, lo mejor es dar un paseo por sus calles.
El venerable reloj, construido en 1574 por el matemático Conrad Dasypodius, es admirado, cuidado y visitado, pero no consultado: hoy, todo el calendario y toda información sobre la marcha del sol, de la luna y de los planetas nos llega a diario por la prensa, la radio o la televisión. Pero para el estrasburgués del siglo XVI el reloj astronómico de la catedral era no solo una obra de arte, considerada como una de las siete maravillas del Sacro Imperio, sino también una maquina de utilidad publica. De 18 metros de altura, 8 de ancho y 4 de profundidad, es el mismo reloj que se descubre actualmente en la catedral: pero todos los cuadrantes y los engranajes fueron cambiados en el siglo XIX, durante una renovación completa efectuada por el relojero Jean-Baptiste Schwilgué. El genial creador y su equipo habían puesto cuatro anos para construir esta maravilla, que fue nuevamente puesta en servicio el 31 de diciembre de 1842, pocos minutos antes de la medianoche.
Ya en el siglo pasado, todo estaba concebido para durar perpetuamente. El 1o de enero de 2000, a las cero horas, apareció en un recuadro la cifra 2000, prueba de que, por primera vez, se había movido el disco de los millares. El monumental mecanismo, alojado en un ala de la catedral, también tiene en cuenta la especificidad de un ano bisiesto, terminado en 00, y posee un diente que solo se pone en movimiento cada 400 anos.
EL CONTRASTE ENTRE LO GIGANTESCO Y LO DELICADO
Ante el reloj se levanta el extraordinario Pilar de los Angeles que representa, con gran originalidad, el Juicio Final. Al fondo del crucero sur, la capilla San Andrés, de fines del siglo XII, es la mas antigua de la catedral. Nuestra Señora de Estrasburgo se eleva sobre una amplia plaza pavimentada como en la Edad Media. Descansa sobre los cimientos de una antigua basílica renana construida en 1015 por el obispo Wember, de la familia de los Habsburgos. En función del lugar desde donde se la mira, la catedral despliega perspectivas muy diferentes y a veces insólitas. Según la hora y la luminosidad, va cambiando hasta de color. La yuxtaposición de estilos diferentes, el contraste entre lo gigantesco y lo delicado, no menoscaban en nada la belleza de la catedral. Una parte de la cripta y del abside dan testimonio del arte románico de Renania, mientras que unas obras maestras sin par, como el célebre grupo del Seductor, rodeado por las Vírgenes Prudentes y por las Vírgenes Locas, que orna el portal derecho, reflejan los esplendores de la arquitectura gótica.
Un doble reborde de pasmosa ligereza domina los portales. Enmarcada en un fino encaje de piedra florece un maravilloso roseton. Por encima de ella, dos torres que reúne el campanario, construido a fines del siglo XIV, componen la plataforma: desde esta altura, a la que se llega después de escalar 329 peldaños, se disfruta de un espléndido panorama de la ciudad.
METROPOLI INTELECTUAL Y ECONOMICA DE ALSACIA
Metropoli intelectual y económica de Alsacia, ciudad de arte con un pasado ampliamente conservado, Estrasburgo es la sexta urbe de Francia. Su situación geográfica privilegiada, en el centro de un nudo de comunicaciones internacionales, y su historia le confieren excepcional importancia. Fue muy naturalmente, pues, como Estrasburgo fue elegida como sede de instituciones europeas. Incorporada a Francia en 1681, fue en el siglo XVI uno de los grandes focos del humanismo y de la Reforma. Subsisten hermosas casas de estilo renacentista, especialmente La Grande Boucherie (la Gran Carnicería) y, sobre todo, en la Plaza Gutenberg, la Alcaldía, hoy sede de la Cámara de Comercio, circundada por callejuelas tortuosas y estrechas que llevan nombres evocadores de corporaciones o de mercados.
Pero hay también un modo puramente impresionista de descubrir la ciudad: basta contemplar los juegos de luz sobre sus fachadas, en las que alternan entramados oscuros y ladrillos claros, de colores gris rosado y amarillo. Y si les vienen ganas de respirar el aire de una noche estrasburguesa, los paseantes románticos pueden caminar lánguidamente por las orillas del Ill o por uno de los parques iluminados. El paseo tal vez nos dé sed: iremos entonces de buena gana a saborear una cerveza en el establecimiento de uno de los especialistas de la ciudad. A menos que prefiramos las actividades culturales: Estrasburgo goza de reputación mundial en materia de música clásica contemporánea. También tienen gran éxito los folclores regionales. "Estrasburgo es una ciudad que ha crecido bien" decía el urbanista Le Corbusier. Basta echar una ojeada al barrio europeo, con su imponente Palacio de Europa, sus edificios para los parlamentarios, su Palacio de los Derechos Humanos y el nuevo hemiciclo del Parlamento Europeo. Sede del Consejo de Europa desde 1949, Estrasburgo ha sabido conservar el encanto de una ciudad donde se vive agradablemente. Y para convencerse de ello, lo mejor es dar un paseo por sus calles.
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