Panamá
Entre el potrero y el bosque: la lucha por conservar al jaguar en Panamá
- Redacción/ [email protected]/ @PanamaAmerica
La Fundación Yaguará promueve la igualdad de género al involucrar activamente a las mujeres en roles clave del proyecto.
“¿Va con su bebé? Puede ir con su bebé. Nos acomodamos”, nos respondió Natalia Young, vicepresidenta de Fundación Yaguará Panamá, cuando le preguntamos si en el campamento había algún refrigerador donde la fotógrafa de esta historia pudiese guardar leche materna. Ya habíamos escuchado sobre el compromiso con la igualdad de género que promueve el proyecto para la conservación del jaguar, pero el mensaje nos sorprendió positivamente.
Era el último fin de semana de captura de jaguares de la Fundación para el año 2024 en la provincia de Darién, y queríamos documentarlo en persona. La colega que me acompañaría en la expedición de 36 horas tenía un bebé lactante.
Por seguridad, no llevamos al bebé. El viaje en auto desde la ciudad de Panamá hasta el campamento de Yaguará Panamá en Agua Buena de Chucunaque en el Darién tomaría casi cinco horas y parte del camino se encontraba en malas condiciones. Saldríamos a las cuatro de la mañana, visitaríamos el proyecto durante el día, dormiríamos esa noche en un pequeño hotel del pueblo de Metetí y regresaríamos a la ciudad en la mañana.
La iniciativa para la conservación del jaguar en Panamá tiene múltiples proyectos y el de captura, que se realiza cada verano, es uno de ellos. Financiado por la Secretaria Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación, y el Fondo para el Medio Ambiente Mundial (FMAM) en el marco del Programa Mundial de Vida Silvestre (GWP, por sus siglas en inglés), la iniciativa es liderada por Ricardo Moreno, presidente de Fundación Yaguará Panamá e investigador asociado del Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales (STRI), en conjunto con el Ministerio de Ambiente de Panamá y en colaboración con el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA).
Cruzar el umbral hacia la provincia del Darién es agridulce. El camino no está bordeado por la exuberante selva tropical que plasman los medios internacionales cuando reportan sobre los migrantes que atraviesan el mortal "tapón” que separa Panamá de Colombia. Constantemente nos pasan camiones transportando enormes troncos de árboles centenarios.
El paisaje, en buen panameño, es “un peladero”. Está descolorido. Abundan los potreros de ganado. En verano es tan seco que se levantan nubes de polvo en la carretera y no se distingue ni lo que hay dos metros más adelante. Pero entre los potreros sobreviven parches boscosos, por los que aún se mueve el jaguar. Y es justamente en esas zonas donde están más en riesgo.
El equipo de Yaguará Panamá ha detectado más hembras con cachorros en estas zonas de potreros mezclados con bosques que en la serranía de Pirre, una región boscosa dentro del Parque Nacional Darién que se ha estado monitoreando con cámaras trampa durante una década. Entonces, ¿Por qué los jaguares persisten en ambientes que supuestamente no son buenos para ellos?
“La respuesta puede estar en la abundancia de las presas silvestres y domésticas en esta zona”, explica Moreno. “Para una hembra de jaguar con cachorros resulta más fácil depredar un ternero que va a tomar agua en el río y que no puede defenderse, que perseguir a una manada de puercos de monte con mayor gasto energético y donde puede salir con heridas, incluso causándole la muerte. Son estas depredaciones de ganado las que ocasionan conflictos entre ganaderos y jaguares y, generalmente, terminan con la muerte del jaguar a manos de los ganaderos en venganza por la pérdida de sus vacas”.
Para Yaguará Panamá, la solución está en llegar a la raíz del conflicto. Y esa raíz es la falta o el mal manejo de las fincas ganaderas. Esto es crucial porque el jaguar ya se encuentra en peligro en Panamá según la regulación nacional (Resolución N° DM-0657-2016), y “casi amenazado” según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, por la pérdida de su hábitat, la caza furtiva, el comercio ilícito y los conflictos con los ganaderos.
Detuvimos el auto frente a un potrero, a pocos kilómetros de la finca Los Lagos de la familia De León, donde está ubicado el campamento del proyecto. Guillermo McPherson, biólogo de vida silvestre de Yaguará Panamá nos indicó el sitio donde, pocos días antes, un jaguar había depredado un novillo de 600 libras. En lugar de matar al animal, por la pérdida económica que le representaba, la dueña del ganado avisó a Yaguará Panamá para que se hiciera un reporte sobre el incidente. Esta acción demuestra que los esfuerzos educativos y de concienciación de la Fundación poco a poco van rindiendo frutos.
“Pusimos dos cámaras trampa, una enfocada hacia el novillo muerto y otra hacia un camino por donde podía llegar el jaguar”, dice McPherson.
El jaguar normalmente regresa al sitio donde cazó a su presa, y sigue comiendo durante varios días. Por medio de las imágenes captadas por las cámaras trampa y observando las manchas en la piel del jaguar —que son únicas, como la huella dactilar de los humanos—, se puede identificar al individuo.
Con la información reunida sobre el incidente, el equipo técnico de Yaguará Panamá pudo ofrecerle recomendaciones a la propietaria de la finca para mejorar el manejo de sus animales, como mantener al ganado más cerca de su hogar, ya que para acceder al río se adentraba mucho en el parche boscoso por donde se mueven también los jaguares. También la pusieron en contacto con fincas vecinas con las que la Fundación está trabajando en la implementación de planes de manejo sostenible con medidas anti-depredación, para la transferencia de conocimientos.
Yaguará Panamá comenzó a trabajar en Agua Buena de Chucunaque en 2017 y capturó el primer jaguar en 2019, una hembra a la que llamaron Chucunaque. Esta iniciativa de capturas de jaguares para su rastreo satelital con collares GPS tomó fuerza en 2022, después de la pandemia, con el Proyecto GEF-7 Jaguares Panamá. Ahora, cada verano, un equipo de biólogos y veterinarios de vida silvestre instalan trampas en varios puntos de los parches boscosos por donde se mueven los jaguares. Luego, durante dos meses, acampan en la finca Los Lagos, monitoreando los transmisores de las trampas cada dos horas para verificar si alguna se ha activado. A los jaguares capturados se les coloca un collar GPS para monitorear su movimiento y comportamiento durante casi 2 años.
En línea con el compromiso de Yaguará Panamá con la equidad de género, este año hay dos veterinarias de fauna silvestre en el proyecto de captura— Susana Ilescas, de México y Valentina Elis de Argentina—, así como una estudiante de biología de la Universidad de Panamá, Annie López, que está realizando su tesis sobre la dieta del jaguar.
Los Lagos, la primera finca ganadera del país en unirse a la iniciativa para la conservación del jaguar también es manejada por mujeres: doña “Yeya” Reyna De León y su nuera, Elsie Quintero. Varias otras dueñas de fincas forman parte del proyecto, como Rosa Reyna y Yerena de Gutiérrez. En la experiencia de Yaguará Panamá, las mujeres suelen estar más dispuestas a conversar y hallar soluciones en conjunto para manejar los conflictos entre jaguares y fincas ganaderas.
También, se creó el primer grupo de monitoreo científico conformado solo por mujeres por medio de un proceso de selección intencional y planificado con perspectiva de género con la Universidad de Panamá y la Universidad Autónoma de Chiriquí. Utilizando cámaras trampa, este grupo trabajó en el primer Censo Nacional de Jaguares y Mamíferos Terrestres en más de 141,000 mil hectáreas en el oriente del país.
Cuando llegamos al campamento de Los Lagos, cerca al mediodía, todas las personas involucradas en la captura del jaguar estaban reunidas alrededor del área de la cocina, en sillas y hamacas, conversando animadamente. Se siente el compañerismo entre doña Yeya, las veterinarias, biólogos y estudiantes que tienen más de un mes acampando en su finca. Inmediatamente nos dan la bienvenida y nos ofrecen café y comida.
“Yo antes tenía la mentalidad de que había que matar al jaguar, porque sentía que era peligroso y podía atacarnos y comernos”, cuenta doña Yeya que lleva residiendo en su finca desde mediados de los años ochenta. “Pero he cambiado totalmente mi mentalidad porque a nosotros no nos hace nada, al ganado sí, van varios terneritos que me ha comido por allí, pero pienso que los humanos tenemos la culpa porque esta era la casa de ellos primero”.
No todos los días se activa alguna trampa y, cuando se activa alguna, no siempre es porque la activó un jaguar. A veces son ocelotes, capibaras, coyotes e incluso vacas. En casi dos meses, con 18 trampas instaladas, cada año usualmente se capturan dos jaguares hasta la fecha se han capturado siete jaguares y dos pumas, incluyendo hembras de jaguar con cachorros. La mayoría de las capturas sucede entre las diez de la noche y las seis de la mañana, cuando los jaguares están en busca de alimento, así que los científicos del proyecto se turnan para revisar los transmisores cada dos horas en la madrugada. Aunque es menos probable que haya una captura cuando sale el sol, mantienen el mismo ritmo de revisión de transmisores durante las horas del día.
Ricardo y Guillermo nos llevan a ver las trampas. Atravesamos la finca de doña Yeya y llegamos hasta un parche boscoso, pasando por debajo de unas cercas con púas. Hay una quebrada donde se avistan tortugas y caimanes pequeños. Llegamos a una trampa al pie de un gran árbol junto a la quebrada. Está camuflada en un paso natural de los animales silvestres. En ella capturaron un macho de 194 libras (88 kilos) al que llamaron Imama, que significa jaguar en lengua emberá.
Cuando se activa alguna trampa durante la noche, se despiertan todos, toman sus implementos y caminan en grupo hasta el sitio. Si detectan un jaguar, la veterinaria principal, que en esta campaña fue la Dra. Susana Ilescas, asume el liderazgo. Por sus años de experiencia en el manejo anestésico de grandes felinos, puede calcular al ojo el peso aproximado del animal en la trampa. Con ese cálculo prepara la cantidad de anestesia que le aplicará —a la distancia, con un dardo. A partir de entonces, esperan 15 minutos a que le haga efecto.
“Tengo muy buena puntería”, se ríe Ilescas. “Una vez que el jaguar esté anestesiado, la primera que se acerca soy yo, para cubrirle los ojos y revisar que los signos vitales estén en orden”.
Ya con el animal sedado, el equipo lo carga hasta una lona y empieza a trabajar. Tienen aproximadamente 40 minutos para colocarle un collar GPS, pesarlo, extraerle sangre y obtener cualquier otra muestra o dato que se requiera. Mientras tanto, Ilescas se mantiene monitoreando los signos vitales del jaguar para asegurarse de que esté estable.
“Una vez que pasan los 40 minutos, recogemos todo y revertimos la anestesia con un antídoto”, explica Ilescas. “En este punto ya solamente quedamos tres personas: un biólogo, un técnico y yo para monitorear el proceso de recuperación anestésica”.
Colocarle collares GPS a los jaguares permite monitorear sus movimientos, desarrollar sistemas de alerta temprana y crear una base de datos de las zonas en las que más se mueven los animales. Esa información se complementa con los datos obtenidos por cámaras trampa colocadas en distintas partes de la zona boscosa, no solo para detectar jaguares sino a las demás especies de mamíferos terrestres que habitan allí.
“Con la información de las cámaras trampa calculamos índices de abundancia de todas las especies que viven aquí en el área y los vamos comparando año por año”, dice Moreno.
El camino para llegar hasta aquí no ha sido rápido ni lineal para Ricardo Moreno. Como biólogo de vida silvestre le era natural comprender la importancia de proteger al jaguar — el carnívoro más grande de América, un depredador importante que mantiene el balance en el ecosistema— pero desconocía el punto de vista de los ganaderos. Sin ponerse primero en sus zapatos no encontraría una solución efectiva a los conflictos entre los dueños de fincas y el jaguar.
“En 1999 yo me iba con los ganaderos y me quedaba en sus casas, para entender sus dinámicas; lo que representaba un ternero para ellos”, dice Moreno. “Hay que entender sus realidades y empatizar con ellos, porque si a mí alguien que no conozco me viene a decir que tengo que cambiar algo a la “brava”, le voy a decir ‘No me conoces; ni siquiera sabes cómo yo vivo y quieres pedirme que cambie”.
Ahora cuando Moreno recorre Agua Buena va saludando y conversando con los ganaderos que se topa a lo largo de la ruta. Ya tiene muchos años trabajando con las comunidades locales, compartiendo información sobre el jaguar y el medio ambiente, desarrollando capacidades técnicas y diseñando planes de manejo sostenibles para las fincas ganaderas que además reduzcan la depredación por jaguar. Por ejemplo, utilizando cercas eléctricas solares adaptadas para evitar que el jaguar entre a depredar ganado, zonas seguras para mantener a las vacas con crías y el establecimiento de áreas de pasto mejorado y de bebederos de agua para el ganado.
Adoptar este tipo de prácticas no solo evita la depredación del ganado, sino que resulta en mejor salud de los animales y sistemas de producción más rentables. Los resultados obtenidos en siete fincas ganaderas que abarcan 621 hectáreas en la comunidad de Agua Buena son ejemplares: mediante la implementación de planes de manejo sostenible y medidas anti-depredación, se ha logrado mejorar significativamente la producción ganadera coexistiendo con jaguares. Esta experiencia ha captado el interés de otros ganaderos en la zona. La Fundación científica panameña responsable del proyecto está ahora en posición de expandir esta iniciativa, sumando más fincas ganaderas del área y comunidades vecinas. Para lograr este objetivo, Yaguará Panamá está buscando fondos adicionales que permitan escalar y consolidar los logros alcanzados hasta ahora.
“Muchas veces, las fincas tienen mayores pérdidas por razones que no son el jaguar”, dice Moreno. “Desde que nosotros [Yaguará] estamos aquí, no ha habido cacería de jaguares en represalia por la pérdida de animales domésticos, como sucedía en el pasado en esta zona”.
Para Moreno, con lo que se ha logrado en Agua Buena de Chucunaque la comunidad ha redefinido su relación con la naturaleza y la vida silvestre con la que conviven, convirtiéndose en un modelo que puede replicarse en el resto del país, especialmente en las zonas que bordean el Corredor Biológico Mesoamericano y que se parecen al paisaje darienita: potreros entremezclados con bosque.
Es un trabajo que toma tiempo, ya que los cambios sociales y culturales son procesos que involucran a la gente local y les otorgan un papel fundamental en la conservación del jaguar y en la mejora de las prácticas ganaderas. Y, además, es un esfuerzo colectivo que requiere el compromiso de muchos actores, no solo de los biólogos, para ser exitoso.
“Los biólogos no vamos a resolver este problema solos”, dice Moreno. “Tenemos que trabajar interdisciplinariamente, y lo más importante, de la mano con las comunidades locales que conviven con la vida silvestre para lograr una prosperidad inclusiva junto al jaguar”.
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