Rica historia del Centrobasket
Publicado 2006/07/01 23:00:00
- Joel Isaac González
David Peralta Jr. fue miembro de dos equipos panameños que han sido campeones.
UNA RICA historia tiene Panamá en la historia de los Campeonatos Centroamericanos y del Caribe de Baloncesto (Centrobasket) de la categoría mayor.
Estos campeonatos se iniciaron en el año de 1965 con la participación de los países que pertenecen a la región y se efectúan generalmente cada dos años. En esa oportunidad, el equipo anfitrión, México, se alzó con los máximos honores.
Un total de 19 campeonatos se han realizado, de los cuales Panamá tiene tres títulos: 1967, 1969 y 1981. Además tienen tres segundos lugares (1985, 1987 y 1989), cuatro terceros lugares (1977, 1993, 2001 y 2004) y cinco cuartos lugares (1965, 1973, 1991, 1995 y 1999).
"Tenemos un gran balance en estos torneos", manifestó Davis Peralta Jr., quien jugó para dos de los equipos campeones y ahora forma parte de la organización del certamen.
Por diversos motivos Panamá no ha podido asistir a esta competencia, siendo en los años 1971, 1973, 1975 y 2003.
Pero el máximo dominante en estos torneos es la representación de Puerto Rico con un total de seis campeonatos en su historial.
En este renglón, Cuba se encuentra en el segundo puesto con cuatro y Panamá está en el tercer puesto.
Con dos gallardetes está República Dominicana y México. Inicialmente Venezuela estuvo participando en esta competencia pero después fue ubicada en el área de Sudamérica.
Esta será la segunda versión del Centrobasket en el que nuestro país es sede. La primera ocasión fue en el año de 1977, resultando campeón la representación de República Dominicana. Panamá quedó ubicada en la tercera casilla de ese certamen.
El pueblo panameño tuvo que esperar casi 30 años para ver nuevamente un Centrobasket en la categoría mayor.
Ser sede de este tipo de certamen no es tan fácil en estos tiempos. Para lograr la sede Panamá tuvo que competir con otros países, teniendo que pagar sólo en derechos a la FIBA AMERICAS la suma de 100 mil dólares.
"Antes ser sede de estas competencias se adquiría gratis. Ahora, sólo en derechos a la FIBA AMERICAS hay que pagar 100 mil dólares", comentó Davis Peralta Jr., de la Comisión Técnica de la Federación Panameña de Baloncesto (FEPABA).
Uno de los hechos a resaltar en estos campeonatos fue el pase a un mundial logrado en 1981. Ese año, la sede fue Puerto Rico, donde Panamá logró su clasificación venciendo en un cerrado partido al equipo anfitrión.
La selección tenía entre sus figuras a Reginald y Enrique Grenald, Rolando Frazier, Mario Butler, Mario Gálvez, Braulio Rivas, Adolfo Medrick, Alfonso Smith y se reforzó con algunos panameños residentes en Estados Unidos para obtener una selección novedosa y fuerte.
Como dato curioso, con los entrenadores nacionales en estos torneos Panamá ganó uno en 1967 con el profesor Yuyín Luzcando, mientras que los otros dos fueron bajo el mando de los estadounidenses Carl Pirelli (1969) y Ray Nacke (1981).
Ahora, nuestro país nuevamente volverá a albergar esta competencia de alto nivel.
"Tenemos equipo para ganar, ya que tienen las cualidades para lograrlo y además somos sede", indicó Peralta Jr.
La opinión de Peralta coincide con los planteamientos del técnico argentino Guillermo Vecchio, quien ha sostenido que el equipo panameño tiene las cualidades suficientes para luchar por el campeonato.
Hace tres días se dio a conocer la selección nacional en la que destacan muchos jugadores de experiencia internacional.
Al menos siete equipos del área irán a los Juegos Centroamericanos y del Caribe en la disciplina de baloncesto.
Tres de los equipos que clasifican para el Panamericano de baloncesto que se realizará en el 2007 que se disputarán en Río de Janeiro.
Otros cuatro cupos serán para el campeonato de la FIBA, también el próximo año.
Panamá está clasificada para ir al Mundial.
Es claro para todos que el incremento que se viene observando desde hace rato en el volumen de la carga transportada por el Canal, así como el crecimiento de ese volumen que se pronostica para los próximos veinte (20) años, obedecen al fenómeno económico objetivo que se ha dado en llamar globalización.
Sin embargo, no todos comprenden que la globalización no es, como equivocadamente suponen algunos, una suerte de subproducto del neoliberalismo. Conviene, pues, decir dos palabras acerca de esta cuestión.
En su recientemente publicada obra "Las izquierdas latinoamericanas: observaciones de una trayectoria", el Dr. Nils Castro explica que es un error confundir la globalización con el neoliberalismo. En tal sentido señala que:
"A ese enjambre de interconexiones y dependencias mutuas se le denomina globalización. Y aunque el concepto también sirva para ocultar o sesgar ciertos aspectos del fenómeno, no debe confundirse con el neoliberalismo. (p.82)
En ningún caso la respuesta a las nuevas circunstancias podrá reducirse a rechazar que la globalización existe. Gústenos o no, ella está ahí, prepotente e invasora, al margen de lo que opinemos al respecto. Motivo por el que resulta trivial que algunas izquierdas se pronuncien negándose a reconocer la globalización, como si el enojo de nuestros desplantes la pudiera disipar. Antes bien, el asunto es discernir cómo lidiar con ella en función de las necesidades y objetivos populares".(p.83)
Si se me permite una comparación histórica, me atrevo a pensar que la actitud de quienes se oponen a la globalización, por no darse cuenta de cuál es su verdadera índole, se asemejan, en cierta manera, a los miembros del movimiento obrero insurreccional, comunmente denominado "ludismo", que surgió en Gran Bretaña a principios del siglo XIX y cuyo objetivo era la destrucción de la maquinaria fabril, considerada como la causa del desempleo. No pudieron los "ludistas" frenar la revolución industrial en aquel entonces y, por lo mismo, no podrán detener la globalización los que la combaten por confundirla con el neoliberalismo.
Desde este punto de vista, no parecen andar bien encaminados los que, a título de que se trata de un proyecto de inspiración neoliberal contrario a los intereses populares, objetan la ampliación del Canal a partir de posiciones supuestamente ideológicas.
Lo procedente no es, pues, oponerse a la globalización, sino determinar, por una parte, de qué manera puede la República de Panamá sacarle el mayor provecho posible a dicho fenómeno económico y, por la otra, cómo ese provecho se puede traducir en un mejoramiento de la calidad de vida de todos los panameños y no de pequeños grupos privilegiados.
En atención a las consideraciones que anteceden, cabe preguntar ¿existe acaso alguna actividad que le permita al Estado panameño captar ingresos de fuente extranjera, generados por el fenómeno globalizador, con más eficacia y en mayor cuantía que los que puede obtener y de hecho ha obtenido gracias al tránsito de naves por el Canal? Téngase presente que cada tránsito implica una exportación de servicios merced a la cual ingresan hoy día al país e ingresarán en el futuro divisas por miles de millones. ¿Cómo podría la Nación panameña procurarse otra fuente de fondos que le ofrezca una seguridad similar a la que le proporciona la explotación del Canal, explotación en la que el Estado ha demostrado eficacia y eficiencia más allá de toda duda? ¿No es el Canal interoceánico el mejor instrumento a que podemos apelar los panameños para extraerle el mayor beneficio posible al principal recurso natural del país - nuestra posición geográfica - ahora potenciado en virtud del ímpetu globalizador? ¿Qué razón tenemos para permitir que se nos debilite este instrumento?
Son éstas las preguntas que debieran ser objeto del debate que actualmente se adelanta en torno a la propuesta de ampliar el Canal y no si la globalización es hija del neoliberalismo o si por las nuevas esclusas cabrían o no determinados portaaviones norteamericanos.
En fechas recientes se han empezado a escuchar voces preocupadas por un tema al que, sin duda, el país, desde hace tiempo, ha debido dedicarle atención y estudio. Me refiero a la cuestión del destino que debe dársele a la renta canalera, es decir, cómo y en qué invertir los ingresos que el Canal le reporta al Estado. No es menester decir que se trata de un problema eminentemente ideológico, que dice relación con la añeja cuestión de cuáles son los fines del Estado y que, por lo mismo, ha de generar controversias y polémicas de profundo alcance.
Con el propósito ostensible de evitar que sea el Estado el que decida, por vía del presupuesto, a qué fines aplicar los recursos que le aporta el Canal, voceros del neoliberalismo han articulado ya una posición al respecto: la renta canalera debe distribuirse en concepto de dividendos entre todos los panameños mayores de edad. Esta idea, huelga recalcarlo, es congruente con la tesis fundamental de la referida corriente ideológica, según la cual, para que el sistema económico capitalista y el mercado funcionen, es menester reducir el Estado a su mínima expresión y, por tanto, desmantelar todo el aparato del llamado Estado de Bienestar.
Es evidente que a esta propuesta le saldrán contradictores desde otros ámbitos del espectro ideológico, contradictores que, por no concordar con las tesis neoliberales, no pueden estar de acuerdo con el mencionado dividendo. El debate está apenas en pañales y, en mi criterio, no es lógico pensar que asunto de tanta envergadura se pueda dirimir, con seriedad y acierto, antes del referendum.
Sin embargo, hay quienes sostienen la tesis de que no debe autorizarse la ampliación del Canal mientras no se logre perfeccionar un gran acuerdo nacional acerca del destino de la renta canalera.
No sé si esta tesis es una forma críptica de oponerse a la construcción del tercer juego de esclusas o si, en verdad, accede a un interés genuino de definir cuanto antes la aplicación que debe dárseles a los proventos que genera la explotación de la vía interocéanica.
Sea de ello lo que fuere, me parece que, a estas alturas, el orden viable de precedencia entre una decisión y la otra es el siguiente: definir, primero, si se amplía o no el Canal y, luego, decidir qué se hace con los recursos que el mismo genera.
Es la circunstancia cierta y ponderosa de que la capacidad del Canal esté próxima a saturarse la que nos fuerza a tomar la decisión de ampliar o no su infraestructura. A mayor abundamiento, esta decisión debe tomarse, por ministerio de la Constitución, en un referendum cuyo único objeto es el de que la ciudadanía se pronuncie al respecto. No es, entonces, prudente convertir el referendum en instancia idónea para zanjar el diferendo ideológico que de seguro se suscitará respecto del uso que debe dársele a la renta canalera. Esta cuestión, pese a su innegable importancia, no incide sobre los méritos o los deméritos de la ampliación del Canal y es, por ende, ajena al objeto del referendum.
Dadas las naturales sinrazones de la pasión política, no se me escapa que predico en el desierto cuando planteo que el voto en el referendum relativo a la construcción del tercer juego de esclusas se debe emitir tomando en cuenta, únicamente, las consideraciones que, en opinión del votante, aconsejen o desaconsejen la realización de dicha obra.
Aunque sé de sobra que contra el desideratum que dejo apuntado milita la realidad de la naturaleza humana, me aventuro a señalar, así sea para arar en el mar, que desperdiciará su voto quien, aún estimando que la ampliación del Canal es conveniente, se oponga a ésta a título de protestar, por ejemplo, contra el gobierno o contra el alto costo de la vida o contra la falta de empleos o contra el estado de los hospitales y de las vías públicas o contra la ley del Seguro Social o contra cualquier otra cosa de similar índole. Al día siguiente del referendum esas cosas amanecerán y seguirán como estaban en la víspera y, por consiguiente, el sufragio así emitido nada habrá significado.
Lo mismo se puede decir del sufragio emitido en función de lo que el votante estima que el mismo significará de cara al próximo torneo electoral. Se trataría de otro voto desperdiciado, producto de un análisis prematuro y muy superficial de cuál será la situación política del país de aquí a tres años. Ni el voto a favor ni el voto en contra de la ampliación determinarán, de suyo, el resultado de las próximas elecciones. Como lo sabe cualquier persona medianamente versada en achaques políticos, hay infinidad de factores que afectarán dicho resultado y que no menciono aquí por no caer en una grosera digresión.
Casi que huelga apuntar que la ACP habría incurrido en un imperdonable incumplimiento de sus deberes institucionales si no le hubiera advertido al país que, a la vuelta de pocos años, el Canal se quedará sin capacidad para atender el creciente tráfico de las naves que, de poder hacerlo, se valdrían del mismo para llegar a su puerto de destino.
Sin embargo, esa advertencia, por si sola, no habría sido suficiente. Por razones obvias, también se hacía necesario que la ACP le propusiera al país la solución que, en su criterio, resulta más idónea para resolver el referido problema de congestionamiento del tránsito canalero.
La recomendación de construir el tercer jugo de esclusas a que se refiere el plan de ampliación, lejos de ser, como lo insinúan algunos, un ejercicio arbitrista de escaso vuelo y de propósitos incluso aviesos, dimana de un cúmulo de estudios muy serios realizados por profesionales altamente calificados de la ACP y por los mejores consultores extranjeros especializados en los temas a que se contraen los referidos estudios.
Como todos sabemos, no existe en la experiencia humana ningún proyecto, grande o pequeño, que no entrañe riesgos de diversa naturaleza y magnitud. De allí que la ACP haya puesto especial cuidado en calibrar las distintas contingencias que pueden afectar el empeño de llevar a feliz término la construcción del tercer juego de esclusas. Los análisis que al efecto se han realizado indican que los riesgos del proyecto son manejables, como quedó explicado párrafos atrás en materia, por ejemplo, del pago de la obra y el de las transferencias al Estado de los ingresos que genera el Canal.
Por lo demás, no vaya a pensarse que esté exenta de riesgos la opción de permitir que la capacidad del Canal se sature a corto plazo. En este caso, al perjuicio correspondiente al lucro cesante, es decir, a los ingresos que dejaríamos de percibir por no haber ampliado el Canal, se sumaría el daño ínsito en la pérdida de clientes que el Canal experimentará, como resultado inexorable de su insuficiente capacidad, al deteriorarse la calidad y la confiabilidad del servicio que aquéllos exigen y esperan de éste.
Tras una lucha dura y admirable, cuyos primeros pasos se dieron en las peripecias aurorales de la República, la Nación panameña conquistó el derecho de administrar el Canal por cuenta y en interés propios. Para sorpresa de agoreros y derrotistas, los panameños hemos dado pruebas sobradas de que nos hemos colocado a la altura del reto que nos impuso el destino.
Hoy nos toca decidir si acometemos o no la tarea de elevar el Canal a un estadio de desarrollo superior, para beneficio de esta y de las futuras generaciones.
Estos campeonatos se iniciaron en el año de 1965 con la participación de los países que pertenecen a la región y se efectúan generalmente cada dos años. En esa oportunidad, el equipo anfitrión, México, se alzó con los máximos honores.
Un total de 19 campeonatos se han realizado, de los cuales Panamá tiene tres títulos: 1967, 1969 y 1981. Además tienen tres segundos lugares (1985, 1987 y 1989), cuatro terceros lugares (1977, 1993, 2001 y 2004) y cinco cuartos lugares (1965, 1973, 1991, 1995 y 1999).
"Tenemos un gran balance en estos torneos", manifestó Davis Peralta Jr., quien jugó para dos de los equipos campeones y ahora forma parte de la organización del certamen.
Por diversos motivos Panamá no ha podido asistir a esta competencia, siendo en los años 1971, 1973, 1975 y 2003.
Pero el máximo dominante en estos torneos es la representación de Puerto Rico con un total de seis campeonatos en su historial.
En este renglón, Cuba se encuentra en el segundo puesto con cuatro y Panamá está en el tercer puesto.
Con dos gallardetes está República Dominicana y México. Inicialmente Venezuela estuvo participando en esta competencia pero después fue ubicada en el área de Sudamérica.
Esta será la segunda versión del Centrobasket en el que nuestro país es sede. La primera ocasión fue en el año de 1977, resultando campeón la representación de República Dominicana. Panamá quedó ubicada en la tercera casilla de ese certamen.
El pueblo panameño tuvo que esperar casi 30 años para ver nuevamente un Centrobasket en la categoría mayor.
Ser sede de este tipo de certamen no es tan fácil en estos tiempos. Para lograr la sede Panamá tuvo que competir con otros países, teniendo que pagar sólo en derechos a la FIBA AMERICAS la suma de 100 mil dólares.
"Antes ser sede de estas competencias se adquiría gratis. Ahora, sólo en derechos a la FIBA AMERICAS hay que pagar 100 mil dólares", comentó Davis Peralta Jr., de la Comisión Técnica de la Federación Panameña de Baloncesto (FEPABA).
Uno de los hechos a resaltar en estos campeonatos fue el pase a un mundial logrado en 1981. Ese año, la sede fue Puerto Rico, donde Panamá logró su clasificación venciendo en un cerrado partido al equipo anfitrión.
La selección tenía entre sus figuras a Reginald y Enrique Grenald, Rolando Frazier, Mario Butler, Mario Gálvez, Braulio Rivas, Adolfo Medrick, Alfonso Smith y se reforzó con algunos panameños residentes en Estados Unidos para obtener una selección novedosa y fuerte.
Como dato curioso, con los entrenadores nacionales en estos torneos Panamá ganó uno en 1967 con el profesor Yuyín Luzcando, mientras que los otros dos fueron bajo el mando de los estadounidenses Carl Pirelli (1969) y Ray Nacke (1981).
Ahora, nuestro país nuevamente volverá a albergar esta competencia de alto nivel.
"Tenemos equipo para ganar, ya que tienen las cualidades para lograrlo y además somos sede", indicó Peralta Jr.
La opinión de Peralta coincide con los planteamientos del técnico argentino Guillermo Vecchio, quien ha sostenido que el equipo panameño tiene las cualidades suficientes para luchar por el campeonato.
Hace tres días se dio a conocer la selección nacional en la que destacan muchos jugadores de experiencia internacional.
Al menos siete equipos del área irán a los Juegos Centroamericanos y del Caribe en la disciplina de baloncesto.
Tres de los equipos que clasifican para el Panamericano de baloncesto que se realizará en el 2007 que se disputarán en Río de Janeiro.
Otros cuatro cupos serán para el campeonato de la FIBA, también el próximo año.
Panamá está clasificada para ir al Mundial.
Es claro para todos que el incremento que se viene observando desde hace rato en el volumen de la carga transportada por el Canal, así como el crecimiento de ese volumen que se pronostica para los próximos veinte (20) años, obedecen al fenómeno económico objetivo que se ha dado en llamar globalización.
Sin embargo, no todos comprenden que la globalización no es, como equivocadamente suponen algunos, una suerte de subproducto del neoliberalismo. Conviene, pues, decir dos palabras acerca de esta cuestión.
En su recientemente publicada obra "Las izquierdas latinoamericanas: observaciones de una trayectoria", el Dr. Nils Castro explica que es un error confundir la globalización con el neoliberalismo. En tal sentido señala que:
"A ese enjambre de interconexiones y dependencias mutuas se le denomina globalización. Y aunque el concepto también sirva para ocultar o sesgar ciertos aspectos del fenómeno, no debe confundirse con el neoliberalismo. (p.82)
En ningún caso la respuesta a las nuevas circunstancias podrá reducirse a rechazar que la globalización existe. Gústenos o no, ella está ahí, prepotente e invasora, al margen de lo que opinemos al respecto. Motivo por el que resulta trivial que algunas izquierdas se pronuncien negándose a reconocer la globalización, como si el enojo de nuestros desplantes la pudiera disipar. Antes bien, el asunto es discernir cómo lidiar con ella en función de las necesidades y objetivos populares".(p.83)
Si se me permite una comparación histórica, me atrevo a pensar que la actitud de quienes se oponen a la globalización, por no darse cuenta de cuál es su verdadera índole, se asemejan, en cierta manera, a los miembros del movimiento obrero insurreccional, comunmente denominado "ludismo", que surgió en Gran Bretaña a principios del siglo XIX y cuyo objetivo era la destrucción de la maquinaria fabril, considerada como la causa del desempleo. No pudieron los "ludistas" frenar la revolución industrial en aquel entonces y, por lo mismo, no podrán detener la globalización los que la combaten por confundirla con el neoliberalismo.
Desde este punto de vista, no parecen andar bien encaminados los que, a título de que se trata de un proyecto de inspiración neoliberal contrario a los intereses populares, objetan la ampliación del Canal a partir de posiciones supuestamente ideológicas.
Lo procedente no es, pues, oponerse a la globalización, sino determinar, por una parte, de qué manera puede la República de Panamá sacarle el mayor provecho posible a dicho fenómeno económico y, por la otra, cómo ese provecho se puede traducir en un mejoramiento de la calidad de vida de todos los panameños y no de pequeños grupos privilegiados.
En atención a las consideraciones que anteceden, cabe preguntar ¿existe acaso alguna actividad que le permita al Estado panameño captar ingresos de fuente extranjera, generados por el fenómeno globalizador, con más eficacia y en mayor cuantía que los que puede obtener y de hecho ha obtenido gracias al tránsito de naves por el Canal? Téngase presente que cada tránsito implica una exportación de servicios merced a la cual ingresan hoy día al país e ingresarán en el futuro divisas por miles de millones. ¿Cómo podría la Nación panameña procurarse otra fuente de fondos que le ofrezca una seguridad similar a la que le proporciona la explotación del Canal, explotación en la que el Estado ha demostrado eficacia y eficiencia más allá de toda duda? ¿No es el Canal interoceánico el mejor instrumento a que podemos apelar los panameños para extraerle el mayor beneficio posible al principal recurso natural del país - nuestra posición geográfica - ahora potenciado en virtud del ímpetu globalizador? ¿Qué razón tenemos para permitir que se nos debilite este instrumento?
Son éstas las preguntas que debieran ser objeto del debate que actualmente se adelanta en torno a la propuesta de ampliar el Canal y no si la globalización es hija del neoliberalismo o si por las nuevas esclusas cabrían o no determinados portaaviones norteamericanos.
En fechas recientes se han empezado a escuchar voces preocupadas por un tema al que, sin duda, el país, desde hace tiempo, ha debido dedicarle atención y estudio. Me refiero a la cuestión del destino que debe dársele a la renta canalera, es decir, cómo y en qué invertir los ingresos que el Canal le reporta al Estado. No es menester decir que se trata de un problema eminentemente ideológico, que dice relación con la añeja cuestión de cuáles son los fines del Estado y que, por lo mismo, ha de generar controversias y polémicas de profundo alcance.
Con el propósito ostensible de evitar que sea el Estado el que decida, por vía del presupuesto, a qué fines aplicar los recursos que le aporta el Canal, voceros del neoliberalismo han articulado ya una posición al respecto: la renta canalera debe distribuirse en concepto de dividendos entre todos los panameños mayores de edad. Esta idea, huelga recalcarlo, es congruente con la tesis fundamental de la referida corriente ideológica, según la cual, para que el sistema económico capitalista y el mercado funcionen, es menester reducir el Estado a su mínima expresión y, por tanto, desmantelar todo el aparato del llamado Estado de Bienestar.
Es evidente que a esta propuesta le saldrán contradictores desde otros ámbitos del espectro ideológico, contradictores que, por no concordar con las tesis neoliberales, no pueden estar de acuerdo con el mencionado dividendo. El debate está apenas en pañales y, en mi criterio, no es lógico pensar que asunto de tanta envergadura se pueda dirimir, con seriedad y acierto, antes del referendum.
Sin embargo, hay quienes sostienen la tesis de que no debe autorizarse la ampliación del Canal mientras no se logre perfeccionar un gran acuerdo nacional acerca del destino de la renta canalera.
No sé si esta tesis es una forma críptica de oponerse a la construcción del tercer juego de esclusas o si, en verdad, accede a un interés genuino de definir cuanto antes la aplicación que debe dárseles a los proventos que genera la explotación de la vía interocéanica.
Sea de ello lo que fuere, me parece que, a estas alturas, el orden viable de precedencia entre una decisión y la otra es el siguiente: definir, primero, si se amplía o no el Canal y, luego, decidir qué se hace con los recursos que el mismo genera.
Es la circunstancia cierta y ponderosa de que la capacidad del Canal esté próxima a saturarse la que nos fuerza a tomar la decisión de ampliar o no su infraestructura. A mayor abundamiento, esta decisión debe tomarse, por ministerio de la Constitución, en un referendum cuyo único objeto es el de que la ciudadanía se pronuncie al respecto. No es, entonces, prudente convertir el referendum en instancia idónea para zanjar el diferendo ideológico que de seguro se suscitará respecto del uso que debe dársele a la renta canalera. Esta cuestión, pese a su innegable importancia, no incide sobre los méritos o los deméritos de la ampliación del Canal y es, por ende, ajena al objeto del referendum.
Dadas las naturales sinrazones de la pasión política, no se me escapa que predico en el desierto cuando planteo que el voto en el referendum relativo a la construcción del tercer juego de esclusas se debe emitir tomando en cuenta, únicamente, las consideraciones que, en opinión del votante, aconsejen o desaconsejen la realización de dicha obra.
Aunque sé de sobra que contra el desideratum que dejo apuntado milita la realidad de la naturaleza humana, me aventuro a señalar, así sea para arar en el mar, que desperdiciará su voto quien, aún estimando que la ampliación del Canal es conveniente, se oponga a ésta a título de protestar, por ejemplo, contra el gobierno o contra el alto costo de la vida o contra la falta de empleos o contra el estado de los hospitales y de las vías públicas o contra la ley del Seguro Social o contra cualquier otra cosa de similar índole. Al día siguiente del referendum esas cosas amanecerán y seguirán como estaban en la víspera y, por consiguiente, el sufragio así emitido nada habrá significado.
Lo mismo se puede decir del sufragio emitido en función de lo que el votante estima que el mismo significará de cara al próximo torneo electoral. Se trataría de otro voto desperdiciado, producto de un análisis prematuro y muy superficial de cuál será la situación política del país de aquí a tres años. Ni el voto a favor ni el voto en contra de la ampliación determinarán, de suyo, el resultado de las próximas elecciones. Como lo sabe cualquier persona medianamente versada en achaques políticos, hay infinidad de factores que afectarán dicho resultado y que no menciono aquí por no caer en una grosera digresión.
Casi que huelga apuntar que la ACP habría incurrido en un imperdonable incumplimiento de sus deberes institucionales si no le hubiera advertido al país que, a la vuelta de pocos años, el Canal se quedará sin capacidad para atender el creciente tráfico de las naves que, de poder hacerlo, se valdrían del mismo para llegar a su puerto de destino.
Sin embargo, esa advertencia, por si sola, no habría sido suficiente. Por razones obvias, también se hacía necesario que la ACP le propusiera al país la solución que, en su criterio, resulta más idónea para resolver el referido problema de congestionamiento del tránsito canalero.
La recomendación de construir el tercer jugo de esclusas a que se refiere el plan de ampliación, lejos de ser, como lo insinúan algunos, un ejercicio arbitrista de escaso vuelo y de propósitos incluso aviesos, dimana de un cúmulo de estudios muy serios realizados por profesionales altamente calificados de la ACP y por los mejores consultores extranjeros especializados en los temas a que se contraen los referidos estudios.
Como todos sabemos, no existe en la experiencia humana ningún proyecto, grande o pequeño, que no entrañe riesgos de diversa naturaleza y magnitud. De allí que la ACP haya puesto especial cuidado en calibrar las distintas contingencias que pueden afectar el empeño de llevar a feliz término la construcción del tercer juego de esclusas. Los análisis que al efecto se han realizado indican que los riesgos del proyecto son manejables, como quedó explicado párrafos atrás en materia, por ejemplo, del pago de la obra y el de las transferencias al Estado de los ingresos que genera el Canal.
Por lo demás, no vaya a pensarse que esté exenta de riesgos la opción de permitir que la capacidad del Canal se sature a corto plazo. En este caso, al perjuicio correspondiente al lucro cesante, es decir, a los ingresos que dejaríamos de percibir por no haber ampliado el Canal, se sumaría el daño ínsito en la pérdida de clientes que el Canal experimentará, como resultado inexorable de su insuficiente capacidad, al deteriorarse la calidad y la confiabilidad del servicio que aquéllos exigen y esperan de éste.
Tras una lucha dura y admirable, cuyos primeros pasos se dieron en las peripecias aurorales de la República, la Nación panameña conquistó el derecho de administrar el Canal por cuenta y en interés propios. Para sorpresa de agoreros y derrotistas, los panameños hemos dado pruebas sobradas de que nos hemos colocado a la altura del reto que nos impuso el destino.
Hoy nos toca decidir si acometemos o no la tarea de elevar el Canal a un estadio de desarrollo superior, para beneficio de esta y de las futuras generaciones.
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