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Algo más que una plaza

Ernesto Endara - Publicado:
Un cóndor cubre con sus alas a Simón Bolívar de civil, recostado en un picacho del Chimborazo.

Estandartes de guerra y tropas desfallecidas atraviesan los Andes.

Sinfonía en bronce.

Ah, mi querida Plaza Bolívar.

Durante años hubo en La Salle (el de la plaza Bolívar) un salón cerrado bajo siete llaves: era el Salón Bolivariano.

Un buen día el hermano Tarcicio lo abrió, lo desempolvó, sacó las pesadas sillas de congresistas y metió un piano vertical.

Se dieron clases de música bajo la batuta del maestro Merelmourt (¿lo habré escrito bien?).

Se mantuvo en el solemne salón un Cuadro de Bolívar con su afilada cara de halcón y sus penetrantes ojos vigilando hasta el último rincón.

La historia se me resbalaba en ese tiempo.

De grande oí decir que el Congreso Anfictiónico (cuyo nombre recordaba las reuniones de ciudades griegas de la antigüedad) había sido un fracaso.

Algunos culparon a Bolívar por no haber asistido.

En verdad no lo hizo porque era reunión de Ministros Plenipotenciarios, no de Mandatarios.

Escarbando un poquito en el túmulo informativo de google (con una enjundiosa y jugosa bibliografía), encuentro que no fue un fracaso.

El Congreso resultó en la primera reunión panamericanista.

Se logró reunir representantes de toda Centroamérica, además de la Gran Colombia (Ecuador, Colombia, Panamá y Venezuela), Perú, Bolivia y México.

La asistencia de Argentina y Chile fue torpedeada por los norteamericanos.

Con todo, del Congreso emergió un nuevo derecho para Hispanoamérica, tal como lo concibió el Libertador: el arbitraje, o sea el procedimiento pacífico de someter las disidencias entre dos naciones a un tercero cuyo fallo pondría fin al conflicto.

Algo que no aceptaban las potencias europeas acostumbradas a obtenerlo todo por la fuerza.

Se creó una mentalidad hispanoamericanista tendiente a asegurar la integridad de los respectivos territorios.

Se decidió eliminar el tráfico de esclavos, y aún más, se reafirmó la singular significación de amistad y solidaridad que debía arropar a las naciones participantes y, muy importante, la prohibición de intervenir en ligas o tratados con Estados extraños a la confederación.

Los pelaos seguíamos jugando picks y mención en calle tercera, colándonos en el Teatro Nacional, pescando en el terrazón del Boquete, birriando frontón contra la iglesia de San Francisco, a disgusto del cura de turno, peleando en el “Callejón de los meaos”, y esperando que los años nos crecieran el cuerpo y la mente para entender el espíritu de Bolívar.

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