El corazón delator
- Isabel Herrera de Taylor
A pesar de saber la verdad, que no hay un secreto que resolver, continuamos leyendo, permitimos que el protagonista nos lleve de la mano con él para abrir suavemente la puerta, encender un tenue rayo de luz y asegurar que el ojo esté abierto para hacer el trabajo.
La historia que se narra o el tema de una obra puede resultar interesante y, sin embargo, no cautivar al lector. Cuántas veces ocurre que historias menos importantes capten y mantengan nuestra atención gracias a lo que se denomina el discurso narrativo o la manera de narrarlo. Un ejemplo interesante es El Corazón delator.
El Corazón delator, cuento de Edgar Allan Poe, se inicia indicándonos que el protagonista es un loco y que ha matado a alguien. No hay sorpresas en lo referente al tema: hubo un crimen y existe un culpable conocido. A pesar de manejar esta información, se continúa leyendo sin perder el interés, gracias a la forma de narrar los hechos. En primera instancia se dosifica la información: Los datos se dan poco a poco, de manera cautelosa. El motivo del crimen parece simple, el criminal siente aversión y odio por un ojo “de buitre” que tiene su patrón. En realidad es un ojo que ha perdido la capacidad de ver y posee un tono azul pálido. Hay un rencor en el empleado de hechos no descritos.
El autor describe sólo los escenarios más imprescindibles para la historia: una puerta, el reloj, la cama, unas sillas. No distrae al lector describiendo el desmembramiento del cadáver, hay economía de palabras: “La noche declinaba y yo trabajé apresuradamente y en silencio. Lo primero que hice fue desmembrar el cuerpo. Le corté la cabeza, los brazos y las piernas. ”Ya es abominable el asesinato. ¿Para qué entrar en detalles morbosos? Una frase dice tanto… Sólo escribe: “Una cubeta había hecho desaparecer todo.”
De continuo se informa al lector no se le oculta nada, ni siquiera donde se esconde el cadáver: “Luego levanté tres planchas del suelo de la habitación y lo deposité entre el entarimado del piso.” Nos sorprende, en cada párrafo descubrimos algo nuevo referente al crimen.
En los detalles en los cuales sí dedica tiempo el narrador, en primera persona, es cuando cuenta los ejercicios practicados para llevar a cabo su crimen y en el sonido del corazón que él escucha. “Entonces llegó a mis oídos un bajo, quedo y rápido sonido, semejante al que produce un reloj cuando se envuelve en algodones. Yo conocía demasiado bien aquél sonido. Era el latido del corazón del anciano.” Este sonido será el aspecto decisivo tanto en el momento del asesinato como en el final de la historia. Determina el desenlace de la narración.
A pesar de saber la verdad, que no hay un secreto que resolver, continuamos leyendo, permitimos que el protagonista nos lleve de la mano con él para abrir suavemente la puerta, encender un tenue rayo de luz y asegurar que el ojo esté abierto para hacer el trabajo; y luego, escuchar que “el sonido infernal del corazón aumentaba”.
Es por ello, que la forma de narrar la historia en este texto es relevante. El escrito conserva las características del cuento clásico: la introducción de la historia, el conflicto: qué envidias, qué celos, qué abusos produjeron la obsesión, y el final que de alguna manera sorprende, pero no como lo más relevante, lo más esperado.
Considero que cuando un cuento posee un discurso narrativo excelente, la sorpresa final podría existir o no. Muchos críticos tienden a diferenciar entre cuento y relato basándose en que los últimos no presentan una sorpresa final contundente. Sin embargo, estos mismos textos podrían tener una epifanía que se va develando párrafo a párrafo en la historia, manteniéndonos expectantes, admirados de lo que se dice por cómo se dice.
Reconozco que este cuento influyó tanto en mí, que me atreví a escribir El perfume en la mansión, ficción en la cual no estaba interesada en dar una sorpresa final, quería con pocas palabras narrar los efectos del remordimiento de un crimen cometido y que cada apartado de la historia le dijese algo al lector.
Es difícil en el siglo XXI, luego de los numerosos ataques terroristas y guerras en el Medio Oriente, con la fanfarria mediática, darle sorpresas al lector. En la televisión se desmenuza la información y las imágenes visuales dejan poco a la imaginación. Por ello, los discursos narrativos excelentes, como este de Edgar Allan Poe, son los llamados a mantener la intriga en la ficción.
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