¿Hipocorísticos o apodos?
- Ariel Barría Alvarado
Leamos el siguiente texto: “Lucho, Judy, Lupe y Pepe, reafirmando su amistad entablada en tiempos del colegio, decidieron ir juntos el pasado domingo a Panamá La Vieja, para formar parte de los festejos por los 491 años de fundación de la primera ciudad española a orillas del Mar del Sur, como le gustaba repetir al profesor ‘Campanazo’, el que les dio Historia, y a quien ahora recuerdan con la reverencia que no le dispensaron cuando les daba clases.
En el bus de Ruta 1 en el que viajaron se encontraron caras conocidas: allí estaban ‘Varicela’ y ‘Dólar Falso’, vecinos de Lupe, quienes quitaron el rostro apenas los vieron, quizás porque no andan en nada bueno.”
En el modelo anterior se mencionan las personas no por sus nombres propios, sino por variantes de esos nombres o por sustantivos que los suplantan. Cuando la variante proviene de una deformación del nombre original (Luis: Lucho; Judith: Judy.), estamos ante un hipocorístico. Si el nuevo nombre se desliga por completo del que es propio de la persona y opta, por ejemplo, por aludir a una característica física o a una anécdota con la que se le quiere vincular de esta manera, tenemos un apodo (“Campanazo”, “Varicela”, “Dólar Falso”).
Los hipocorísticos provienen del seno familiar, de la intimidad del hogar, por lo que traslucen cariño; en efecto, su etimología nos remite a un vocablo griego que significa “acariciador”. Por su parte, la palabra apodo viene de la voz latina “putare”: juzgar, pues quien pone o usa apodos compara y califica a alguien.
Nuestros vecinos de página, La Fundación del Español Urgente, señalan que todo apodo debe escribirse con inicial mayúscula, y que cuando este va acompañado del nombre real, el artículo que lo precede debe ir en minúscula, y todo (artículo y apodo) en cursiva o entre comillas, como en los siguientes ejemplos: Lola Flores, “la Faraona”; José Luis Rodríguez, “el Puma”. Los hipocorísticos, en tanto, se escriben con mayúscula y sin comillas: Lupe, Pepe.
Tanto de unos como de otros hay innumerables ejemplos, algunos bastante célebres. Corín (por Socorrín) fue el hipocorístico con el que se hizo famosa la asturiana María del Socorro Tellado, mientras que a un connotado político panameño ya fallecido se le conocía popularmente como Fufo (por Arnulfo), y Yeya (por Mireya) a su consorte, así como al cantador de décimas Salustiano Mojica se le conoce más como Tano. Al boxeador Anselmo Moreno se le menciona como Chemito, y entre sus amistades el ilustre escritor, también vecino de páginas, Ernesto Endara, es más conocido como Neco. Cada uno de estos ejemplos representa un hipocorístico (palabra con la que acariciamos a quienes queremos).
Los apodos son harina de otro costal: hay unos que exaltan y otros que humillan (pero siempre juzgan). Decirle “Mano de Piedra” al campeón de boxeo Roberto Durán es llamarlo por su apodo, que lo enaltece en el contexto del boxeo; pero otorgárselo a un masajista, por ejemplo, sería para denostarlo.
A veces también ocurre que se unen ambos en un solo nombre: al bandido mexicano de finales del siglo XIX, Pablo Jesús Méndez, el pueblo lo conocía mejor por un apodo que incluía su correspondiente hipocorístico: “Chucho el Roto”, y la también mexicana, la cantante María Antonia del Carmen Peregrino Álvarez (1912-1982), recibió aplausos bajo el apodo “Toña la Negra”, y no es raro que a otro artista, al estadounidense de ascendencia puertorriqueña José Antonio Torresola Ruiz (1958-1998) se le conozca entre los amantes de la salsa como Frankie “la Rueda” Ruiz.
Que la palabra te acompañe.
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