Cantus Interruptus
Historia patria: alcanzamos por fin ‘en‘ la victoria
Los estudiantes incurrían en el error gramatical como única forma de enmienda a la falta musical de Santos Jorge.
Así que tú quieres estudiar música —dijo el General con el tono arrogante de todos los dictadores. A Austria no te mando porque se te pasa el tiempo de la beca aprendiendo alemán, y en Alemania tendrías el mismo problema, pero además puedes regresar sordo, como Beethoven, y un músico sordo es cosa seria. Hasta ahí llegaban los conocimientos musicales del General, que también tenía fama de sordo, aunque su mengua auditiva nada tenía que ver con la de Beethoven, que oía de adentro hacia afuera, como los genios.
¿Qué te parece Madrid? —dijo el General. Hice un gesto Oblómov, porque yo quería ir a París. Me encogí de hombros, pero de inmediato reaccioné para asentir con la cabeza en señal de aprobación. En el Real Conservatorio Superior de Música de Madrid fue donde estudió Santos Jorge, —dije con voz baja y aprovechando la ocasión para demostrar conocimiento. Ah sí, —dijo el General sin mucho interés. Pues a ver si cuando te gradúas le modificas el comienzo al Himno Nacional y logramos que los estudiantes dejen de cantar: “Alcanzamos por fin "en" la victoria”, que trae loco a más de un profesor de secundaria.
Me limité a escuchar porque no quería jugarme la beca por una indiscreción, pero sin haber ido a España yo ya sabía cuál era la solución al problema de ese primer verso del Himno.
Recordé un artículo del Panamá América sobre el Himno Nacional, que decía que los versos de Jerónimo de la Ossa, aunque encajaban en su mayor parte bien con la música, no fueron los que inspiraron a Santos Jorge. Fue la poesía “Himno a Bolívar” de Juan Agustín Torres, que poco tiene que ver con los versos actuales, y hasta se le podría cuestionar su valor poético. Yo sabía que la culpa era de Santos Jorge, que debió poner una nota larga en lugar de dos cortas y diferentes para el monosílabo "fin", eliminando así aquel melisma de dos notas, innecesario y confuso. Los estudiantes panameños sin los conocimientos musicales imprescindibles, pero con un sentido del ritmo innato, incurrían en el error gramatical como única forma de enmienda a la falta musical de Santos Jorge.
Aquella mañana lluviosa de agosto de 1978, el General firmó una nota y, con aquel garabato que debía representar su nombre en el papel, sentenció mi destino. El último día de julio de 1981, en Madrid hacía un sol radiante, en Panamá, ¡bang, bang!, con el machete en la mano y un motete en la espalda, el campesino dijo —eso fue lo que escuché, fueron dos las explosiones. Hubo luto.
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