Pero también hay trópicos alegres
«Las mariposas se acoplarán sobre tu nuca y cualquier suelo te parecerá suficientemente bueno para dormir» Lévi-Strauss
Le faltaban 28 días para cumplir 101 años cuando la muerte decidió enseñarle los vacíos principios de la eternidad. Claude Lévi-Strauss tuvo una vida amplia como el mundo, profunda como el mar Caribe y tan apetitosa de pensamientos como un ajiaco colombiano. Era un hombre al que no le gustaba sino estar en su estudio, entre montañas de libros, pero que un ventoso día decidió convertir papeles y textos en carne y olores; en música, danzas y colores. Quiso ver y tocar a otros seres humanos, que hasta el momento sólo habían sido fotos y dibujos. Se vio, si no obligado, impelido a recorrer escondrijos del mundo en los que no se arriesgaría ni Tarzán, ni Livingstone: el Mato Grosso brasileño y la espesura de la selva amazónica.
Delicado, de finos rasgos y porte elegante, resulta difícil, pero divertido, imaginarlo sentado en cuclillas, ante una hoguera en la que asan un mono, esperando su ración.
De sus libros, el que parece que sobrevivirá más tiempo, es Tristes Trópicos. Para mí, más que libro es una mesa de postres: hay que probarlos todos, sin orden, sin medida, sin método (aunque sea tan metódico). Llegué a comprarlo por fidelidad a Octavio Paz, quien fue capaz de escribir “Lévi-Strauss o el nuevo festín de Esopo” donde dice: «…la dialéctica debería realizar una operación incompatible con su naturaleza: comparecer ante el juicio de la razón analítica. Algo imposible porque, según se ha visto, la razón analítica no comprende el lenguaje de la dialéctica». No me lo iba a perder. ¡Vaya canela, venga gloria!
Me metí en los Tristes trópicos, pensando devorarlo a marchas forzadas porque la antropología no es platillo de mi preferencia. Qué sorpresa, amigos, el libro tiene mucho de Swift y algo de Orwell; también hay mucha poesía, como en sus elucubraciones sobre el alba y el ocaso: “El alba es el estreno del día; el crepúsculo es un repetido ensayo. A lo mejor gozaría usted sus cavilaciones sobre la mendicidad en Calcuta: “aunque uno quisiera tratar a esos desgraciados como a iguales, ellos protestarían contra la injusticia; no quieren ser iguales; suplican y conjuran que uno los aplasta con su soberbia pues precisamente de la dilatación de la distancia esperan ellos alguna migaja”
Lo que me reafirma este libro es que el lenguaje y el estilo son la vela y el timón del que navega en la literatura.
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