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Tuiteando

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Klenya Morales (Escritora) / PANAMA AMERICA Nos “conocimos” en el dichoso Twitter.

Sucumbimos a su embrujo.

Todas usábamos nombres de usuario falsos y avatares, fotografías de una sonrisa, una mirada y un escote, respectivamente.

De eso hacía ya casi un año.

Era hora.

Nos queríamos ver las caras.

Hablar paja.

Reír un rato.

El cielo estaba oscuro y el entorno hasta frío para ser cualquier día en el trópico.

Nos encontraríamos por primera vez, en un lugar poco convencional.

Queríamos hacer algo que normalmente no haríamos.

Yo –@Hijademimadre– sugerí el Mercado del Marisco, sobre el malecón como punto de encuentro, pues a @Porteña le fascina el mar y no estaba segura de qué tan solventes eran las otras dos.

@GingerAlex como que no estaba muy entusiasmada —siempre pensé que era como medio yeyesita— pero al final la convencimos.

Sería como a las dos de la tarde.

Yo ya había hecho una pregira para conocer los alrededores.

Como resultado, recomendé varias previsiones.

Primero que nada, el uso de zapatillas viejas, pues el piso está mojado por el deshielo de los mariscos que van y vienen.

Capris, por las mismas razones.

Debíamos llevar nuestro propio hielo, porque las Coca-Colas no estaban lo suficientemente frías para mi gusto y obvio que no nos íbamos a poner exigentes con los tenderos.

Ya suficiente era conseguir un ceviche de langostinos enormes por un precio de baratillo.

Era una lástima que no pudiéramos acompañarlos con unas cervezas frías, pero no servir licor en el mercado era una idea acertada.

Les comenté que no me gustaba la bachata que tocaban en los puestitos de ceviche, así que llevamos un CD player viejo con la discografía de Sabina y canciones de los ochenta convertidas a mp3 desde Youtube.

El muchacho que atendía el puesto me dijo que con mucho gusto, que no había ningún problema.

Que no me olvidara de que ellos eran “Ceviches Archie”.

Durante el tiempo como tuiteras, hablamos de todo y de nada al mismo tiempo.

Así son las redes sociales.

Lo que pasa es que en esta ciudad, uno como que no se atreve a hablar con el de al lado, como no sea para recordarle a su madre por la manera que tiene de manejar.

Caminamos como zombis, sin confiar en nadie, sin mirarnos a los ojos ni darnos los buenos días.

Le tenemos terror al tiempo libre.

Al no hacer nada.

O a que nos vuelvan a romper el corazón.

Hablamos un par de veces de Ryan Gosslin.

A @Porteña tuvimos que recomendarle un par de películas porque no lo conocía, pero le terminó gustando.

La pobre no había visto “The Notebook”.

Si alguna hubiera salido con algo como Clooney o DiCaprio, no habría logrado ser parte del clan.

Yo detesto hacer ejercicio, pero @GingerAlex hace Crossfit y @Porteña al menos camina.

Parecíamos no tener mayores problemas con Dios, pero @Porteña tenía unas ideas como paganas y a @GingerAlex le fascinaba hablar de temas sexuales.

No seguíamos a la misma gente.

Cada una tenía sus propios dramas, pero normal, nada que indica que ninguna fuera psicópata o asesina en serie, ni una intensa insoportable.

A veces, cuando escuchaba las canciones que ellas decían que eran sus favoritas, las recordaba.

¿Cómo recordar a amigas que no conoces? Pues así nada más.

Realmente no hablábamos de cosas personales.

No sabíamos de los tejemenejes diarios de la otra.

Pero sí cómo funcionaban nuestras mentes.

Las cosas que pensábamos sin filtros.

Las pequeñeces que nos hacían reír y lo superficiales o sarcásticas que podríamos llegar a ser si nos lo proponíamos.

Quizás ellas no lo confiesen, pero yo contaba los días y los minutos para conocerlas.

Como el primer día de escuela.

Yo estaba realmente emocionada por el encuentro.

Sentía cómo me latía el corazón con fuerza mientras las esperaba sentada en una silla de aluminio, en el puestito de Archie bajo una coqueta sombrilla naranja.

El olor a mar era casi perceptible.

Sería tan divertido conocer a mis ciberamigas, finalmente.

Por un chiste privado, que no viene al caso, decidimos que el código para conocernos entre nosotras, al llegar al lugar de encuentro, sería llevar una chácara indígena cruzada en el pecho.

Requisito mínimo de cualquier cita a ciegas.

Y como abono, cada una debía lucir su cabello al natural, era parte del rito de Twitter: quitarse las máscaras.

Quizás fue por este detalle que la sorpresa tardó en llegar.

Porque nuestras siluetas eran desconocidas a distancia, dados los esponjosos cabellos que lucíamos.

Llegaron al mismo tiempo desde lados opuestos del pasillo que bordea el mercado.

Ambas venían embebidas en las pantallas de sus teléfonos “inteligentes”, mientras yo las veía acercarse sin ver sus rostros.

Al fin conocería a @Porteña y a @GingerAlex.

Mi teléfono timbraba con sus mensajitos, pues nos asegurábamos de que la otra ya estuviera cerca, para no pasar la pena de estar solas tanto tiempo.

Levantamos las manos para saludar de lejos.

A los pocos metros me di cuenta.

Eran mis hermanas Anita y Paola que venían, muertas de la risa, con sus zapatillas viejas, sus capris y con sendas chácaras atravesadas en el pecho.

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