¡Venid a mí, palabras!
- Ernesto Endara
“Será mejor que integres las malas palabras a tu lenguaje, las vas a necesitar” Fontanarrosa
¡Qué lelé, man! ¡Que truene un merecumbé en el universo! Echaré un pie en calle arriba, y chifiaré a la guial de calle abajo, birriosa de tunas pachangueras. ¡Zafa! Cuando levantaba una mujer, sucedían cosas. Mejor te las disparo en el glíglico lenguaje de Cortazar:
“Y era apenas el principio, porque en un momento dado ella se tordulaba los hurgalios, consintiendo en que él aproximara suavemente su orfelunios. Apenas se entreplumaban, algo como un ulucordio los encrestoriaba, pronto era el clinón, las esterfurosa convulcante de las mátricas, la jadehollante embocapluvia del orgumio, los esproemios del merpasmo en una sobrehumítica agopausa. ¡Evohé! ¡Evohé!...”
¡Evohé, Julio!
Me gusta la frescura de las palabras “malas”. ¡Las muy maleantas! (ni se te ocurra corregirme). Roñosas palabras nacidas en guaridas y escondrijos; palabras que resuenan con música no sabida; palabras sin cédula de identidad; palabras siniestras, bandidas, ronconas; palabras de malavida, de chantin escondido, de tutiplén, de monti, manteca, de michas ardientes, de primitos y cuchuflates; de poliduros, cuecos, crabs, tingotalangos, ñatos mongas, chichombolos y cuchufletas. Ah, ñamería de palabras, cómo me enriquecen en placer sin penas. Me hacen reír con el sólo canto de sus sílabas. Palabras, palabras, pura melodía de saxo y sexo (como brega el hijo de Aurita). Todo comienza con el guabanazo de un deseo. Cambiaría mi estatus de bala perdida por ser tu íncubo insaciable. No puedo apagarme como los violadores de Roberte en La revocación del Edicto de Nantes.
No te dejes pillar calato, porque entonces te quiebran, bróder. Necesitarías de todas las palabras supicucú para tu desnudez verbal.
El mundo seguirá siendo fascinante en sus cambios, en sus movidas, tejemanejes del bien y del mal. Claro está, imposible estopearlo. Me convenció la Ley de Lavoisier (la materia ni se crea ni se destruye, sólo se reorganiza). Nunca es igual con las palabras, de las glosolallias como la de Antonin Artaud, buco de ellas quedarían patitiesas.
Abro mi mente como parresiasta desenfrenado. Evohé, Neco.
No leeré los buenos libros sino los malos, los prohibidos, los que se atreven. Después de todo, ¿cuáles son los libros buenos?
No tomaré conciencia, tomaré palabras; las retorceré, las maquillaré como amables prostitutas; las enamoraré y seduciré con el tornillo de mi lengua; las abordaré, las haré mías aunque se oponga la santa Academia. Te confieso algo: La semiótica y la semántica son los huesos cruzados bajo la calavera de mi lenguaje de pirata.

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