Hugo Spadafora: su vida y su esencia
Publicado 2000/09/25 23:00:00
- Carlos Acebedo
Hugo Spadafora era un hombre que seguía los dictados de su corazón, pero no sólo era un médico guerrillero copado de ideales. También era un padre consentidor, amigo de sus hijos, chistoso y con sentido del humor.
Así lo recuerda su hija, Afrique Spadafora, una profesional que sólo contaba con 14 años al momento de su desaparición física. Quince años después, da a conocer detalles de su vida a este medio, con el único propósito de que su padre sea conocido también como ser humano y hombre de familia.
"Quiero que lo conozcan en su esencia, no sólo como guerrillero e idealista... él era un hombre que seguía sus instintos, su corazón", dice con aire de reminiscencia.
Como médico, él fue un buen profesional, según le han comentado una y otra vez, allegados de la familia. Sin embargo, sus pacientes lo recuerdan más por su carisma y sentido humanitario.
Cuando laboró en la policlínica de San Miguelito, dice, le molestaba ver pacientes de escasos recursos quedarse sin atención y hacía lo imposible por atenderlos, aún cuando no hubiesen conseguido un cupo.
Su sensibilidad social se refleja hasta en el nombre de su hija más pequeña - Afrique - que en francés significa Africa, continente donde laboró en Guinea Bissau, como médico voluntario antes de contraer matrimonio.
"Mi nombre es algo que le agradeceré a mi mamá toda la vida, porque mi papá quería que me llamara Africa, pero mi madre lo convenció de que me pusiera Afrique", cuenta entre carcajadas su hija, ahora convertida en comunicadora social con maestría en administración de empresas y recursos humanos.
Hugo no fue un padre que estuvo siempre al lado de sus hijos. Tal como la corriente y la vida de hoy imponen, él les dedicó más calidad que cantidad de tiempo. Con sus acciones, les enseñó más que con las palabras, aún cuando eso supuso un sacrificio tanto para él como para sus vástagos.
Sólo basta imaginar a una niña de siete años (Afrique) cuyos compañeritos le preguntaban en la escuela si no tenía miedo de que a su papá lo mataran en la guerra, para comprender hasta dónde fue ese sacrificio de parte y parte.
Y es que justo esa edad tenía ella, cuando Hugo Spadafora partió para Nicaragua a luchar al lado de la guerrilla. Más aún: precisamente en aquel momento la familia disfrutaba de mayor bienestar económico, pues el médico fungía como vice ministro de Salud. "Yo sufrí horrible", recuerda su hija.
De aquel día, Afrique recuerda que un auto (al parecer, una limosina) la recogió a ella, su hermano y su mamá para llevarlos al aeropuerto Marcos Gelabert de Paitilla para despedir a su papá.
Ese día conoció al ex candidato presidencial Martín Torrijos, quien partió para Nicaragua con Hugo Spadafora. El entonces general Omar Torrijos, padre de Martín, le pidió al médico que cuidara de su joven hijo.
Cuando el médico regresó de Nicaragua, ya no viviría con ella, su hermano y su mamá. El divorcio imposibilitó una vida familiar plena, pero no acabó con la estrecha relación entre padre e hijos.
Afrique recuerda que su niñez la vivió entre Colón y la ciudad capital, debido a que Hugo laboró como médico en Colón.
ANECDOTAS Y ENSEÑANZAS
Como niña que vuelve a disfrutar de un padre venerado, Afrique nos refiere algunas anécdotas de sus vivencias con su progenitor, siempre encaminadas a exaltar su carácter alegre, desprendido y sensible.
Cada vez que salían a pasear, iban ella, su hermano y su papá. Muchas veces fueron al Dayri Queen de El Dorado.
En una de aquellas ocasiones, había en la entrada del establecimiento, un perro extremadamente flaco, sucio y posiblemente con sarna.
El primer impulso de los niños fue apartarse. Pero su papá no pensaba igual. El compró una caja de dos presas de pollo y se la dio al perro. Después pidió la comida para sus hijos.
Otro día, le compró una mini moto a su hijo. Hugo se subió con Afrique en ese pequeñísimo vehículo. Ella delante y él detrás. Ambos partieron a pasear. No llegaron muy lejos. Frente a la casa de la familia de Voloj Pereira, por Calle 50, había una gran zanja. Allí cayeron, entre risas, suciedad y burlas.
El médico acostumbraba a llenar la casa de juguetes para sus vástagos. Eso lo divertía. Afrique recuerda su niñez rodeada de juguetes, los mismos que fueron compartidos una y otra vez, cuando tenía tres años, con unos niños extremadamente pobres que vivían cerca de su casa en Colón.
A él le gustaba que supieran compartir, aun cuando muchos de esos juguetes desaparecían como por arte de magia, lo que era comprensible tomando en cuenta que aquellos vecinitos no tenían propios.
Años más tarde, les compró un "go car", por lo que los llevaba hasta Calzada Larga en Chilibre, para disfrutar de paseos en ese aparato.
Hugo Spadafora disfrutaba llevando a sus hijos al Dayri Queen o McDonalds, pero jamás probaba comida "chatarra". El acostumbraba llevarlos después al restaurante Mireya, en el que sirven comida vegetariana y naturista. Le gustaba tomar té y también linaza para mantener en óptimas condiciones su sistema digestivo.
Y hasta en esto sabía compartir. Compraba variedades de hierbas medicinales en grandes cantidades. Su hija supone que para llevarles a los indígenas nicaragüenses (los Miskitos) con quienes se identificó, no sabe desde cuándo ni por qué.
Si bien le gustaban los alimentos naturales, era como un niño cuando de helados y galletas se trataba, informa Afrique.
A aquel médico bien parecido, de ojos claros y de grandes ideales, le gustaban los carnavales, como a todo chitreano.
Tanto es así, que su hija piensa que si en la época en que ella comenzó a ir a discotecas, él hubiese estado vivo, sin duda la hubiera acompañado. Eso no significa que fuera un parrandero, pero sí era divertido, alegre y de risa fácil.
No hubo tiempo para acompañarla a discotecas, aunque sí a la primera comunión, a la graduación de kinder y a paseos en el extranjero, especialmente a los jardines de Xotchimilco en México.
El día que partió hacia su viaje sin regreso a Costa Rica, el 31 de agosto de 1985, Hugo fue a despedirse de Afrique y su hermano Hugo Jr., hoy ingeniero civil con residencia en Houston, Texas.
Ella estaba estudiando, lo despidió apresuradamente con un beso, y volvió a "meterse" en sus libros. Fue la última vez que lo vio con vida y resiente no haber hecho lo que hacía siempre: cada vez que él viajaba, ella se ponía triste y lo abrazaba y besaba una y otra vez.
El, padre consentidor, hacía lo mismo. Incluso, le tenía un peculiar apodo: "Contonchita". En este punto, su hija aclara que eso no significa que él tuviera predilección por ella, y si tenía preferencia por alguno de sus hijos, ese secreto se lo llevó a la tumba.
Su ida a Costa Rica fue con el propósito de efectuar los arreglos necesarios para radicarse definitivamente en Panamá.
¿PACIFISTA CON FUSIL?
Dado su carácter, es muy difícil imaginarlo con un fusil en la mano. "Es que él no era de formación militar", comenta la fuente, a manera de respuesta.
El creía en la liberación de los pueblos y en ayudar a los más necesitados, incluso fuera de su tierra.
Eso lo llevó a otras latitudes a perseguir un ideal y a dar su vida por aquello en lo que creía, dice Afrique.
"Yo no creo que la guerra sea el modo de liberar a los pueblos", explica, al tiempo que asegura estar consciente de que en aquel momento, no había alternativas.
Un día, añade, su papá expresó palabras proféticas: "estoy dispuesto a dar mi vida por la liberación de mi país". Así lo hizo.
Su muerte, bárbara, innecesaria y trágica, marcó la vida de su familia. Su hija ha superado a tal grado el dolor, rencor y desesperación por este hecho, que ya puede sentarse a ver un programa sobre el tema sin sentir rencor. Puede ver a Manuel Antonio Noriega, el presunto autor intelectual de ese crimen, sin odiarlo, incluso perdonándolo a él y al resto de quienes participaron en ese acto atroz.
Dios, aduce, "me ayudó a superar mi dolor". Un dolor profundo, porque no todos los días le quitan a una adolescente a su padre, aquel hombre para el que quería ser dulce, tierna y cariñosa. Ya no tenía por quien serlo, y eso la marcó.
Hubo una época en que sentía rencor. Ya no tenía al amigo, al compañero que le dedicaba calidad de tiempo, al bromista, al chistoso, al papá protector y consentidor. Se lo habían arrancado de la peor manera. Y eso dolía.
Se fue con su hermano a Monterrey, México, a estudiar. No deseaba regresar a Panamá, pero lo hizo, y fue la mejor decisión, porque enfrentó su realidad y pudo luchar para sacar el rencor de su corazón.
Hoy, sigue doliendo, pero a la vez, hay resignación, hay comprensión, y sobre todo, la aceptación de que "Dios le pone a uno una misión en la vida..." y su papá, que era hombre de acciones, aceptó la suya, sostiene Afrique.
Ella vive hoy felizmente casada. En su cuello lleva un collar y una cruz con la imagen de Jesús "porque es mi compañero fiel". En su casa permanecen el espíritu y los recuerdos de su papá.
Entre éstos, un obsequio muy especial, un regalo valioso que le dio mucho antes de partir y mediante el cual un padre ausente le da una gran lección a su hija: tres tomos sobre el amor, la comprensión y la amistad, cuyo título es "De la vida y del corazón". Nada mejor para recordarlo en su esencia y en su humanidad.
Así lo recuerda su hija, Afrique Spadafora, una profesional que sólo contaba con 14 años al momento de su desaparición física. Quince años después, da a conocer detalles de su vida a este medio, con el único propósito de que su padre sea conocido también como ser humano y hombre de familia.
"Quiero que lo conozcan en su esencia, no sólo como guerrillero e idealista... él era un hombre que seguía sus instintos, su corazón", dice con aire de reminiscencia.
Como médico, él fue un buen profesional, según le han comentado una y otra vez, allegados de la familia. Sin embargo, sus pacientes lo recuerdan más por su carisma y sentido humanitario.
Cuando laboró en la policlínica de San Miguelito, dice, le molestaba ver pacientes de escasos recursos quedarse sin atención y hacía lo imposible por atenderlos, aún cuando no hubiesen conseguido un cupo.
Su sensibilidad social se refleja hasta en el nombre de su hija más pequeña - Afrique - que en francés significa Africa, continente donde laboró en Guinea Bissau, como médico voluntario antes de contraer matrimonio.
"Mi nombre es algo que le agradeceré a mi mamá toda la vida, porque mi papá quería que me llamara Africa, pero mi madre lo convenció de que me pusiera Afrique", cuenta entre carcajadas su hija, ahora convertida en comunicadora social con maestría en administración de empresas y recursos humanos.
Hugo no fue un padre que estuvo siempre al lado de sus hijos. Tal como la corriente y la vida de hoy imponen, él les dedicó más calidad que cantidad de tiempo. Con sus acciones, les enseñó más que con las palabras, aún cuando eso supuso un sacrificio tanto para él como para sus vástagos.
Sólo basta imaginar a una niña de siete años (Afrique) cuyos compañeritos le preguntaban en la escuela si no tenía miedo de que a su papá lo mataran en la guerra, para comprender hasta dónde fue ese sacrificio de parte y parte.
Y es que justo esa edad tenía ella, cuando Hugo Spadafora partió para Nicaragua a luchar al lado de la guerrilla. Más aún: precisamente en aquel momento la familia disfrutaba de mayor bienestar económico, pues el médico fungía como vice ministro de Salud. "Yo sufrí horrible", recuerda su hija.
De aquel día, Afrique recuerda que un auto (al parecer, una limosina) la recogió a ella, su hermano y su mamá para llevarlos al aeropuerto Marcos Gelabert de Paitilla para despedir a su papá.
Ese día conoció al ex candidato presidencial Martín Torrijos, quien partió para Nicaragua con Hugo Spadafora. El entonces general Omar Torrijos, padre de Martín, le pidió al médico que cuidara de su joven hijo.
Cuando el médico regresó de Nicaragua, ya no viviría con ella, su hermano y su mamá. El divorcio imposibilitó una vida familiar plena, pero no acabó con la estrecha relación entre padre e hijos.
Afrique recuerda que su niñez la vivió entre Colón y la ciudad capital, debido a que Hugo laboró como médico en Colón.
ANECDOTAS Y ENSEÑANZAS
Como niña que vuelve a disfrutar de un padre venerado, Afrique nos refiere algunas anécdotas de sus vivencias con su progenitor, siempre encaminadas a exaltar su carácter alegre, desprendido y sensible.
Cada vez que salían a pasear, iban ella, su hermano y su papá. Muchas veces fueron al Dayri Queen de El Dorado.
En una de aquellas ocasiones, había en la entrada del establecimiento, un perro extremadamente flaco, sucio y posiblemente con sarna.
El primer impulso de los niños fue apartarse. Pero su papá no pensaba igual. El compró una caja de dos presas de pollo y se la dio al perro. Después pidió la comida para sus hijos.
Otro día, le compró una mini moto a su hijo. Hugo se subió con Afrique en ese pequeñísimo vehículo. Ella delante y él detrás. Ambos partieron a pasear. No llegaron muy lejos. Frente a la casa de la familia de Voloj Pereira, por Calle 50, había una gran zanja. Allí cayeron, entre risas, suciedad y burlas.
El médico acostumbraba a llenar la casa de juguetes para sus vástagos. Eso lo divertía. Afrique recuerda su niñez rodeada de juguetes, los mismos que fueron compartidos una y otra vez, cuando tenía tres años, con unos niños extremadamente pobres que vivían cerca de su casa en Colón.
A él le gustaba que supieran compartir, aun cuando muchos de esos juguetes desaparecían como por arte de magia, lo que era comprensible tomando en cuenta que aquellos vecinitos no tenían propios.
Años más tarde, les compró un "go car", por lo que los llevaba hasta Calzada Larga en Chilibre, para disfrutar de paseos en ese aparato.
Hugo Spadafora disfrutaba llevando a sus hijos al Dayri Queen o McDonalds, pero jamás probaba comida "chatarra". El acostumbraba llevarlos después al restaurante Mireya, en el que sirven comida vegetariana y naturista. Le gustaba tomar té y también linaza para mantener en óptimas condiciones su sistema digestivo.
Y hasta en esto sabía compartir. Compraba variedades de hierbas medicinales en grandes cantidades. Su hija supone que para llevarles a los indígenas nicaragüenses (los Miskitos) con quienes se identificó, no sabe desde cuándo ni por qué.
Si bien le gustaban los alimentos naturales, era como un niño cuando de helados y galletas se trataba, informa Afrique.
A aquel médico bien parecido, de ojos claros y de grandes ideales, le gustaban los carnavales, como a todo chitreano.
Tanto es así, que su hija piensa que si en la época en que ella comenzó a ir a discotecas, él hubiese estado vivo, sin duda la hubiera acompañado. Eso no significa que fuera un parrandero, pero sí era divertido, alegre y de risa fácil.
No hubo tiempo para acompañarla a discotecas, aunque sí a la primera comunión, a la graduación de kinder y a paseos en el extranjero, especialmente a los jardines de Xotchimilco en México.
El día que partió hacia su viaje sin regreso a Costa Rica, el 31 de agosto de 1985, Hugo fue a despedirse de Afrique y su hermano Hugo Jr., hoy ingeniero civil con residencia en Houston, Texas.
Ella estaba estudiando, lo despidió apresuradamente con un beso, y volvió a "meterse" en sus libros. Fue la última vez que lo vio con vida y resiente no haber hecho lo que hacía siempre: cada vez que él viajaba, ella se ponía triste y lo abrazaba y besaba una y otra vez.
El, padre consentidor, hacía lo mismo. Incluso, le tenía un peculiar apodo: "Contonchita". En este punto, su hija aclara que eso no significa que él tuviera predilección por ella, y si tenía preferencia por alguno de sus hijos, ese secreto se lo llevó a la tumba.
Su ida a Costa Rica fue con el propósito de efectuar los arreglos necesarios para radicarse definitivamente en Panamá.
¿PACIFISTA CON FUSIL?
Dado su carácter, es muy difícil imaginarlo con un fusil en la mano. "Es que él no era de formación militar", comenta la fuente, a manera de respuesta.
El creía en la liberación de los pueblos y en ayudar a los más necesitados, incluso fuera de su tierra.
Eso lo llevó a otras latitudes a perseguir un ideal y a dar su vida por aquello en lo que creía, dice Afrique.
"Yo no creo que la guerra sea el modo de liberar a los pueblos", explica, al tiempo que asegura estar consciente de que en aquel momento, no había alternativas.
Un día, añade, su papá expresó palabras proféticas: "estoy dispuesto a dar mi vida por la liberación de mi país". Así lo hizo.
Su muerte, bárbara, innecesaria y trágica, marcó la vida de su familia. Su hija ha superado a tal grado el dolor, rencor y desesperación por este hecho, que ya puede sentarse a ver un programa sobre el tema sin sentir rencor. Puede ver a Manuel Antonio Noriega, el presunto autor intelectual de ese crimen, sin odiarlo, incluso perdonándolo a él y al resto de quienes participaron en ese acto atroz.
Dios, aduce, "me ayudó a superar mi dolor". Un dolor profundo, porque no todos los días le quitan a una adolescente a su padre, aquel hombre para el que quería ser dulce, tierna y cariñosa. Ya no tenía por quien serlo, y eso la marcó.
Hubo una época en que sentía rencor. Ya no tenía al amigo, al compañero que le dedicaba calidad de tiempo, al bromista, al chistoso, al papá protector y consentidor. Se lo habían arrancado de la peor manera. Y eso dolía.
Se fue con su hermano a Monterrey, México, a estudiar. No deseaba regresar a Panamá, pero lo hizo, y fue la mejor decisión, porque enfrentó su realidad y pudo luchar para sacar el rencor de su corazón.
Hoy, sigue doliendo, pero a la vez, hay resignación, hay comprensión, y sobre todo, la aceptación de que "Dios le pone a uno una misión en la vida..." y su papá, que era hombre de acciones, aceptó la suya, sostiene Afrique.
Ella vive hoy felizmente casada. En su cuello lleva un collar y una cruz con la imagen de Jesús "porque es mi compañero fiel". En su casa permanecen el espíritu y los recuerdos de su papá.
Entre éstos, un obsequio muy especial, un regalo valioso que le dio mucho antes de partir y mediante el cual un padre ausente le da una gran lección a su hija: tres tomos sobre el amor, la comprensión y la amistad, cuyo título es "De la vida y del corazón". Nada mejor para recordarlo en su esencia y en su humanidad.
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