Panamá
Agonía
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El cadáver estaba ya en avanzada putrefacción, plástico y piel, se habían mezclado como en sudor calcinado y lubricado por líquidos excretados.
El cadáver estaba ya en avanzada putrefacción, plástico y piel, se habían mezclado como en sudor calcinado y lubricado por líquidos excretados. El sol en su cenit pesaroso se reflejaba con el mismo ardor de una lupa. En la choza, el perro sabía que nadie lo iba a encontrar, y se entregaba con resignación a un tranquilo sueño de fiebre.
Un pórtico chirriaba lejano. Era la hora de la misa, la hora de los bostezos del café. Todo aquello le sofocaba la conciencia. A saber, había con él un anciano desgarbado de pómulos resaltados por la demacración, bien parecía un asceta indio. Sumergido como estaba en ungüentos, aceites, y corroído por un hambre insaciable, ¿Cuál seria hasta el último de los pensamientos, de tan abstinente reverendo? La fiebre la veía hasta en el útero de su madre.
Un bebe lubricado por líquido amniótico, que hasta entonces había abrigado la esperanza de no nacer por el frío de afuera. El doctor felicitó a la madre, secreteo con un enfermero lo que era evidente. El niño recibió un perro como regalo de su nacimiento. Criollo, marrón, delgado. El polvo que se filtraba bajo la puerta iba a colonizarse como un panal de cenizas en el pulmón de este. A los 6 años tenía un buche de tierra que le colgaba del pecho como una mochila guajira. Armado de valor, la tarde anterior se había hecho una abertura con una navaja herrumbrosa, la tierra cayó en el pote como cuando se abre un saco; Tierra refinada, lisa, filtrada por las coladeras de sus pulmones. Pero la herida que le quedo fue tétricamente enorme: Su columna se veía gris y empañadas por negros coágulos de sangre, el corazón latía cubierto en un pellejo delgado y semitransparente.
El perro contemplaba al amo consciente del sufrimiento de este. Instintivamente todos los perros habían evolEl hombre vacío la bolsa en que guardaba piedras preciosas.ucionado para comprender los sentimientos del hombre. Este, no obstante, tenía un tono rosáceo por las úlceras embetunadas por pus.
-Te prometí que no te votaría en el relleno- dijo-, pero ninguno de los dos va a vivir mucho tiempo; A posta, tú no puedes enterrarme. Incluso si por milagro sobrevivieses. Y mis fuerzas no me permiten cavar, de remate, la tierra es seca, agrietada y dura. El amo lo llamo agitando la bolsa juguetonamente. Habían pasado dos meses. El perro se había disecado por el calor que le proporcionaba el plástico. Pero el animalito aún tenía vestigios de vida.
Movía suavemente la lengua, deseoso de una gota de agua ¡De haberla tenido gota de barro se hubiese hecho!; Tan seco y rígido estaba. El hombre ya era una osamenta que yacía sobre una colchoneta empolvada. Los gusanos habían hecho de él una piltrafa, la humedad a la que se exponía por el agua estancada que goteaba del techo, habían relucido lo blanco de sus huesos. Parecía de marfil. El perro se estaba descomponiendo, el pórtico que chirriaba a lo lejos, cuyo eco era distorsionado por la tormenta de arena, indicaba que estaban en la más perpleja soledad.
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