Panamá
Convergencia psíquica (Parte 2)
Las veces que ese conocimiento es introducido sin consentimiento en una mente alienada se convierte en algo demasiado potente para soportar la frágil conciencia de lo que es real.
- Alonso Correa
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- - Actualizado: 13/4/2022 - 12:00 am
Freud lo admitió, tarde, pero lo hizo. Las secuelas se muestran en los rostros de aquellos que abusaron de ella. Como el Diablo disfrazado de jarrón susurrándote obscenidades al oído. Un tornado arrasando un pueblo. Porque los psicotrópicos, los narcóticos, las drogas, son una fuerza imparable frente a una cristalera con remates de porcelana. La apertura del mal llamado 'tercer ojo' causa en algunos individuos una reconstrucción total de los dogmas en los que han basado su vida. Porque la sabiduría sí pesa, es incalculable el tonelaje que aparece cuando alguien aprende algo. El saber es un muro que cae bajo los pies de un pueblo, es una guillotina que parte en dos la conciencia mostrando universos impensados separados por una idea.
Las veces que ese conocimiento es introducido sin consentimiento en una mente alienada se convierte en algo demasiado potente para soportar la frágil conciencia de lo que es real. Es ahí donde nacen los problemas, en la verdadera esencia de nuestra propia precariedad. La arrogancia que nos recubre, la ceguera con la que nos enfrentamos a los cordones que sujetan la máscara de nuestro personaje hace que nos quedemos sin defensas. No nos gusta la vulnerabilidad, no nos gusta que nos muestren nuestra delicadeza.
Somos los héroes de nuestra historia, y como los protagonistas que nos gustaría ser, somos invulnerables e invencibles. Hasta el momento en el que no lo somos.
Eso es lo que nos une a la humanidad, ese es nuestro pacto con Gea, ese es el pago que tuvimos que realizar para poder heredar esta tierra. El misterio que se descubre ante los ojos de aquellos que no buscan nada resulta ser la solución de los problemas que no quieren ver. Se vuelve a sentir el peso de saber. Se presenta el espejo recubierto en ácido lisérgico en el que se proyecta el ego. Pero ese no es nuestro Yo, no somos esa caricatura que estamos viendo y es por esa razón por la que escapamos, sin éxito, de esa infinita habitación en la que nos encontramos. Ahí es donde nace el miedo a seguir adelante.
Lo que hace ese temor es dañino, corrosivo y oxidante. Es lanzarte en retirada con los pies descalzos en un piso de vidrios rotos. Es dejar tu escudo como premio para los invasores. Entrar en un bucle de negación acerca del verídico ser que aclamamos. Pero el cristal no se puede romper, porque lo que refleja se impregna en el humo de un futuro incierto. Asfixiando las rutas de escape y rodeando la inútil escapatoria. Porque es sencillo adivinar la ruta de un cobarde en retirada.
La esperanza aparece cuando menos se la espera, los destellos de la valentía nacen de la crisis del orden. La ansiedad se convierte en serenidad y el desconcierto en paz. Las piernas se solidifican en diamante y nuestra huida en defensa. Cambió la estrategia. Inicio de la contraofensiva. Racionalizamos conclusiones, argumentamos ideas y luchamos con nuestra propia inconsciencia para desbaratar las imágenes que han adherido a nuestros pensamientos.
Pero esa valentía nace de la crisis y se retira con ella. Pasada la tempestad quedamos, de nuevo, vulnerables ante lo que nos oprime. Regresamos al mismo camino que recorrimos con anterioridad, fallando con los mismos obstáculos que ya habíamos superado. Porque el humano es arrogante y obstinado, le pesa tanto en los hombros las tinieblas del discernimiento que, con estas pequeñas victorias contra la oscuridad del miedo mental, se arropa de elegante superioridad y se encamina a no cambiar nada de lo que este viaje a su ser le trató de enseñar.
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