Panamá
Crónica de un naufragio político anunciado
Subiendo por Las Cuestas de Penonomé, en el tramo hacia Toabré, el ascenso lo dominan curvas de herradura que, en verdad, se hacen reto hasta para los más versados. Allí, en ese recorrido, muchos pasajeros sienten náuseas de la fuerza g, porque el contenido de su estómago se queda gravitando en un lugar más lento que la propia marcha. En fin, aprendida la lección en la cabeza ajena, el cauteloso suele consumir poco alimento antes de hacerse a la aventura de ese ascenso. Pero todo lo que sube, tiene que bajar. El descenso por allí también es peligroso, si se deja uno llevar por la dulzura mágica del recorrido, que hipnotiza. Así como no se come al ascender y no pierde la concentración al descender.
Reglas y principios básicos de física, o de manejo; como sea, al final no importa. Lo que importa es aprender cómo se sube y cómo se tiene que bajar. En política, algunos pretenden bajar con el mismo ímpetu, velocidad y soberbia con la que subieron. No se han dado cuenta, todavía, que al bajar están solo cayendo y que, al hacerlo bien, lo hacen con gracia, dignidad y altura, aunque la pierdan por instantes. Hoy vemos cómo la soberbia se convierte en consejero y la terquedad en bandera de algunos dirigentes del panameñismo. Cuando un barco se hunde, la bandera vale menos que la vida; ya habrán otras telas que cortar, y otros sastres también.
Pero el empecinamiento en las pequeñas cuotas de poder, las dilapida y las consume. Eso es precisamente lo hoy sucede en el partido. La tripulación y el capitán no se tienen que quedar de últimos en una nave que se hunde, sino que deberían estar ya trabajando en la tarea de salvamento, como un marinero más. Sin embargo, una fantasía atroz, digna de un estudio psicológico y de un cuadro que engalana manicomios, hace pensar a la parte que es más ciega y obcecada de la dirigencia, que la nave no hace aguas y que es apta todavía para viajar hasta ese puerto mágico que los acoja. La verdad es otra; y no hay nunca mayor ciego que el que no decide ver.
El partido panameñista ha quedado devastado en su organización y su estructura gerencial; pero sus bases y pensamiento están allí, como la propia voluntad del hombre. Hay que tomar esa nave del partido y hacerle un salvamento urgente, desarmarla por completo y cargarla sobre hombros nuevamente, hasta que se vuelva armar en tierra firme para luego navegar. Así como hizo el capitán conquistador Gil González que, por allá por el año 1522, al no encontrar la vía fluvial que atravesara el Istmo, desarmó sus naves en las costas del Atlántico y, clavo a clavo, vela a vela y tabla a tabla, hizo cargar ese navío pesado hasta el Pacífico, cruzando por el karma de una selva inhóspita, para armarla nuevamente en tierra firme y navegar.
El mismo le relata al Rey de España cómo, luego de esa travesía por tierra, le habrían sobrevivido pocos marineros. La moraleja del relato real es que para ser protagonistas nuevamente en este océano de política criolla, el panameñismo no puede seguir al mando de quienes le han servido ya. Ya sea por la renuncia digna, o por consenso, o por motín genuino, el mando debe necesariamente ya pasar a otros. Esos otros deben ser los que hagan la labor de salvamento, los que rescaten los escombros de un naufragio y los la que armen nuevamente nuestra preciada embarcación política. No es así, aferrándose cobardemente a una tabla que también se hunde y flota a la deriva, como se podrá lograr el largo recorrido que hoy exige el elector, el ciudadano y el panameño que no deja, en todo caso, de ser también panameñista.
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