De lo anecdótico a lo ridículo
Publicado 2004/06/30 23:00:00
- Saúl Maloul Zebede
En los últimos días he aprendido sobre las fuerzas del amor y del odio. Quienes me conocen bien saben que nutrí mis años universitarios de la lucha contra Noriega, que nunca me he despreocupado del acontecer nacional, que más recientemente fui un crítico del rumbo que tomaba nuestra democracia en los últimos años (desde Transparencia Internacional), y que aún hoy, desde mi ejercicio profesional diario, no me he despreocupado de los asuntos nacionales, de trascendencia como las reformas constitucionales, y los de trascendencia internacional.
No obstante, para mí -a diferencia de otros-, la lucha contra Noriega nunca fue algo personal. No había algo peculiar en la personalidad de Noriega que a mí no me gustara y por eso lo combatí. Lo enfrenté, como la mayoría del pueblo panameño, porque él era en ese momento el dictador que estaba sofocando los deseos de libertad de todo un pueblo; pero, sobre todo, lo combatí porque quería que ese pueblo fuese capaz de construir su propia democracia y por intermedio de ella, su propio destino.
Sin embargo, ya no odio a Noriega ni a los que lo acompañaron en sus malos designios, porque siempre entendí que la lucha no era contra el hombre, sino por la institucionalización de la nación, y porque quería participar de la construcción de un nuevo país. No todos mis compañeros de lucha piensan y sienten igual. Ellos siguen odiando, no importa que por efectos del transcurso del tiempo y de las circunstancias, haya cada vez menos norieguistas que odiar. Para ellos, siempre será más fácil inventar una confabulación, congregarse y dar vueltas en círculos de propósitos utópicos, porque para ellos es más fácil justificar su inutilidad e inmovilismo con el odio por los demás.
El Presidente electo se está ganando la buena voluntad de la inmensa mayoría del pueblo que votó por él. Y se la está ganando, porque está haciendo las cosas que el panameño espera de él, y las está haciendo bien. Ha sometido al país un paquete de reformas constitucionales que no son, ni jamás podrán ser, todas las reformas que todos queremos. Pero ha entendido inteligentemente, que son las reformas que en estos momentos podemos darnos como país. Ha hecho sus primeros nombramientos en cargos públicos y muy pocos tiene algo que objetar por la sabiduría de los mismos. Está generando una imagen positiva y de confianza vital para la regeneración y reconstrucción del país. Nos ha propuesto un nuevo pacto social y está haciendo su parte para conseguirlo.
¿Qué es lo que hacen quienes prefieren seguir odiando, ante esta perspectiva? Decir que quienes lo apoyamos, por las cosas buenas que vemos que hace, ya no somos demócratas, lo que equivale a decir en el léxico de estos raros personajes, que somos unos inmorales porque nos hemos vendido a los "herederos de la dictadura". Nuestras conciencias están tranquilas porque no entendemos qué tiene que ver nuestras credenciales democráticas con las opciones políticas por las que optamos. Opciones que, además, han sido plenamente avaladas por la inmensa mayoría de los panameños. Credenciales que, por cierto, ellos no pueden exhibir. Nuestras conciencias están tranquilas porque tenemos una trayectoria intachable de lucha democrática, porque hemos optado por consolidar esta democracia en vez de alimentar un odio inútil en contra de quienes ya no están allí. Nuestras conciencias están tranquilas porque desde el comienzo de la lucha, entendimos que la emprendíamos para construir no para destruir.
No cabe duda de que gobernar significa decidir. Si decides bien o mal, hasta esa es tu potestad cuando tienes el mandato para hacerlo.
En esta primera oportunidad, triunfó la patria vieja y sus métodos sobre la nueva, hasta en sus exponentes más notorios. No se percibió liderazgo, más allá del necesario para negociar con el gobierno saliente, la convocatoria a sesiones extraordinarias, en caso de que la "consulta o el debate" se prolonguen.
Como dije a un grupo de apreciados amigos, cada quien busque su balcón, porque será interesante ver pasar todo lo que viene.
No obstante, para mí -a diferencia de otros-, la lucha contra Noriega nunca fue algo personal. No había algo peculiar en la personalidad de Noriega que a mí no me gustara y por eso lo combatí. Lo enfrenté, como la mayoría del pueblo panameño, porque él era en ese momento el dictador que estaba sofocando los deseos de libertad de todo un pueblo; pero, sobre todo, lo combatí porque quería que ese pueblo fuese capaz de construir su propia democracia y por intermedio de ella, su propio destino.
Sin embargo, ya no odio a Noriega ni a los que lo acompañaron en sus malos designios, porque siempre entendí que la lucha no era contra el hombre, sino por la institucionalización de la nación, y porque quería participar de la construcción de un nuevo país. No todos mis compañeros de lucha piensan y sienten igual. Ellos siguen odiando, no importa que por efectos del transcurso del tiempo y de las circunstancias, haya cada vez menos norieguistas que odiar. Para ellos, siempre será más fácil inventar una confabulación, congregarse y dar vueltas en círculos de propósitos utópicos, porque para ellos es más fácil justificar su inutilidad e inmovilismo con el odio por los demás.
El Presidente electo se está ganando la buena voluntad de la inmensa mayoría del pueblo que votó por él. Y se la está ganando, porque está haciendo las cosas que el panameño espera de él, y las está haciendo bien. Ha sometido al país un paquete de reformas constitucionales que no son, ni jamás podrán ser, todas las reformas que todos queremos. Pero ha entendido inteligentemente, que son las reformas que en estos momentos podemos darnos como país. Ha hecho sus primeros nombramientos en cargos públicos y muy pocos tiene algo que objetar por la sabiduría de los mismos. Está generando una imagen positiva y de confianza vital para la regeneración y reconstrucción del país. Nos ha propuesto un nuevo pacto social y está haciendo su parte para conseguirlo.
¿Qué es lo que hacen quienes prefieren seguir odiando, ante esta perspectiva? Decir que quienes lo apoyamos, por las cosas buenas que vemos que hace, ya no somos demócratas, lo que equivale a decir en el léxico de estos raros personajes, que somos unos inmorales porque nos hemos vendido a los "herederos de la dictadura". Nuestras conciencias están tranquilas porque no entendemos qué tiene que ver nuestras credenciales democráticas con las opciones políticas por las que optamos. Opciones que, además, han sido plenamente avaladas por la inmensa mayoría de los panameños. Credenciales que, por cierto, ellos no pueden exhibir. Nuestras conciencias están tranquilas porque tenemos una trayectoria intachable de lucha democrática, porque hemos optado por consolidar esta democracia en vez de alimentar un odio inútil en contra de quienes ya no están allí. Nuestras conciencias están tranquilas porque desde el comienzo de la lucha, entendimos que la emprendíamos para construir no para destruir.
No cabe duda de que gobernar significa decidir. Si decides bien o mal, hasta esa es tu potestad cuando tienes el mandato para hacerlo.
En esta primera oportunidad, triunfó la patria vieja y sus métodos sobre la nueva, hasta en sus exponentes más notorios. No se percibió liderazgo, más allá del necesario para negociar con el gobierno saliente, la convocatoria a sesiones extraordinarias, en caso de que la "consulta o el debate" se prolonguen.
Como dije a un grupo de apreciados amigos, cada quien busque su balcón, porque será interesante ver pasar todo lo que viene.
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