Panamá
Defráudame
Pero el peso del universo es más de lo que los hombros fatigados de un individuo jamás podrían llegar a soportar.
- Alonso Correa
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- - Actualizado: 14/12/2022 - 12:00 am

Sentir el cansino aliento del tiempo desvanecerse cada minuto se convierte, a veces, en una epopeya insoportable. Tener que enfrentarse a la más amarga realidad cada vez que el sol se esconde y los latidos de las estrellas marcan el paso de la noche que pasa se transforma en un bodrio, repetitivo y complejo, que amenaza cualquier rastro de cordura.
En ocasiones, la más tramposa tranquilidad entierra en lo más profundo de las entrañas la nociva hoja de la intranquilidad. La ansiedad reclama su espacio, el nerviosismo necesita su atención y para ello recrean escenarios imprudentes que manifiestan los más pesados miedos del subconsciente. Y en esas circunstancias solo queda respirar, inhalar, exhalar. Aire entra, vida sale. Pasan los segundos y solo te puedes concentrar en lo más básico, en la primera acción de vida que se realiza al salir del útero, en respirar. Respiras hasta que ya tus pulmones, cansados y abusados, no dan más. Inhalas y exhalas.
Pero el peso del universo es más de lo que los hombros fatigados de un individuo jamás podrían llegar a soportar. La extenuación engaña a los sentidos, maltrata la mente y acaba con la fina defensa del espíritu.
La decepción, la inequívoca sensación de saber que erraste; hiere el ánima y frustra el amor propio. Matar al canario que está secuestrado en la jaula de nuestro cráneo, incinerar los restos de las páginas del pasado para poder ponerle final al más abyecto recuerdo de lo que fue no termina con la calamidad que resulta seguir viviendo. El final no le da fin a los más problemáticos gemidos de la necesidad insana de tener que ser. Porque, aún muerto, uno siempre "será" más de lo que fue.
El tener el miedo más implacable, la fobia más perfecta, el temor a tener que enfrentarse a la realidad de haber fallado a los que más apoyo nos han aportado es la peor de las conclusiones. Saber que nunca se podrán llenar las expectativas alimenta con gasolina las chispas de la eterna culpa. La ansiedad es un depredador esperando saltar a por tu cuello. Porque la insaciable máquina de la realidad idealizada siempre pide más, exige más, reclama más y escupe a aquel, que por no poder seguir más con la pantomima de una vida romanizada, reposa los pies en las tranquilas aguas de la sincera existencia. Marcándolo de por vida como un paria, como un despojo, como un miserable traidor.
La imposibilidad de hacerle frente a tal titán es la última puñalada, la herida mortal, el tiro de gracia ante la irresistible y humana condición de enfrentarse a los problemas. El no poder ni siquiera arañar la superficie de tan aberrante sueño es el alimento de las pesadillas que acompañan a la derrota, volvió a ganar la mosca que susurra desgracias, volvió a ganar el monstruo encerrado en tu subconsciente, volvió a vencer el desprolijo reflejo de algo que nunca has sido.
¿Y qué otro remedio queda más que seguir respirando? Mantener el síncrono movimiento pulmonar de inyectar aire y esputar muerte. Continuar, abatido y sofocado, inhalando y exhalando. Seguir caminando por el sendero de la realidad para demostrarle a la montaña de visiones alteradas y expectantes que, aunque no se replique en ti la más mínima conducta de ellos desean, tú seguirás con paso firme por la avenida de tu vida, dibujando tu futuro a tu ritmo, manifestando tus sueños en las acciones de tu día a día, sin alterar tu balance. Porque te sostienes en la acción de vida más redundante y común que aún puedes replicar, sigues respirando a tu ritmo. Inhalas y exhalas.
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