Educación pública, cambio social y tiempo
Publicado 2000/09/07 23:00:00
- Gaspar Collazos S.
En ocasiones conviene recurrir a la anécdota. "Las anécdotas suelen servir -observaba el eximio intelectual, boxeador (en su mocedad), poeta, narrador, crítico, periodista, diplomático, políglota, autodidacta y santanero raizal, Roque Javier Laurenza- como los datos estadísticos y las fechas colgadas al pie de las palabras, a manera de lastre, para que el globo verbal no se aleje y pierda de vista la tierra de la verdad".
"Errare humanum est", reza el sabio aforismo. Por eso es necesario, conviene a la salud mental y al equilibrio emocional -ecología humana, que le dicen-, no dejarse atrapar por "el genio maligno" del que nos habla Descartes en su especulación filosófica del principio que regula la duda metódica: "Pienso, luego existo". Sin embargo, hay circunstancias por las cuales una persona se conturba, se incomoda e impacienta, y con razón, ante la inepcia cumbre de funcionarios de alta jerarquía en el engranaje del Estado, cuya preocupación se circunscribe a mantener la eutaxia personal y la eutimia del socious, mientras consagra su atención a las veleidades políticas de trastienda barata y compromisos compadreros; en tanto que los graves problemas que le compete absolver, responsable y diligentemente, se acumulan e incrementan, como la deuda externa, ad perpetuitatem.
Harto grave debe haber sido la ofensa recibida por el ciudadano Paulino Romero C. para que, al parecer, entrara en crisis la empatía académica que siempre lo ha distinguido como persona y como ciudadano, para dar a la luz pública aquel escrito de aspérrima mordacidad y un tanto desafortunado; pues, como afirma el genial filósofo oriental, Chang C`hao: "No es la verdad la que engrandece al hombre; es el hombre el que engrandece la verdad". Lo penoso será que aquéllos quienes toman la escritura ad podem litterae, ignoren que gran parte de la mentefactura periodística del ciudadano, en los últimos meses, ha estado proyectada, a lo que los antiguos griegos del Siglo de Oro designaban educación en sí y todo lo que es conocimiento concreto o cultura, con el término de "Paideia"; y, para aludir al sistema en general, el de "paidemoisis"; y para referirse al maestro o profesor, el de "paideno". No es necesario exhibir, v.gr., la autoridad y competencia de un psicólogo clínico de la jerarquía de un Dr. Jorge Cisneros para inferir, por lógica matemática, el grado de frustración, tequio, enojo, desagrado, cabronada, chinchorrería; en fin, y cumpliendo con el genial teorizante de los mass-media, Marshall McLuhan -"El medio es del mensaje"- derramar toda esa cantera emocional sobre la inepcia, incapacidad, torpeza, negligencia; y, para colmo la politiquería estéril y retardataria que, en opinión de P.R.C., ha convertido en "casa de tócame Roque" al Ministerio de Educación cuando la ciudadanía panameña está pidiendo a gritos un nuevo modelo educativo que responda a las exigencias científicas y tecnológicas del nuevo milenio.
Y saber que el ciudadano Paulino Romero C. nos ha ofrecido un adir de verdadera excelsitud axiológica, digno de ser enmarcado y distribuido en todas las instituciones educativas oficiales y privadas, y en todos sus niveles; al igual que en todas las dependencias oficiales y privadas del país; sindicatos; cooperativas; partidos políticos; bancos; Bolsa de Valores; etc.; una mentefactura que derrama un rutilante bouquet de valores cívicos y morales: "El decálogo del funcionario publico" (v. El Panamá América, lunes 31 de julio de 2000, "Opinión; pág. A12); en una sociedad como la nuestra aplastada por la corrupción, el hambre crematística, la hipocresía, la envidia, la maldad, la desverguenza, la proliferación de tarifas lesivas a nuestro acervo cultural, integrados como están por "peritos divinos" -como los llamara T. Monnsen en sus investigaciones sobre la Roma Antigua: charlatanes, morcones morales, logateros de mentalidad retardaria que propician la involución cultural, la superstición, el fetichismo, el embrutecimiento de sus víctimas. Pero, lo más insólito es que nuestras autoridades públicas, y la misma jerarquía eclesiástica los amparan; los primeros, con el negociado escandaloso que los facultan para operar en los medios de comunicación, en el mercado de talismanes, bebedizos, magia, santería, etc.; en tanto que la curia incumplen las disposiciones de obligatorio cumplimiento por ordenanzas del Pontífice, en orden al "catecismo de la Iglesia Católica" (Librería Juan Pablo II, Colombia, 1992). Y, como dice el Libro Sagrado: "Qui aures audiendi, audiat" ("El que tiene oídos, oiga").
No podríamos culminar sin intentar sacudir las conciencias de los educadores del país, para despertarlos, estremecerlos y hacerles saber que es necesario, indispensalbe y conviene a la salud mental que el maestro de escuela, el profesor, se olvide por un momento de sus intereses personales y se decida a erigir una estatura moral en el pecho de cada niño, en aras de fortalecer el alma nacional, el amor a la patria y el orgullo por nuestra identidad nacional. Como reza un proverbio belga: "mal que se calla queda sin consejo: dolor que se oculta, queda sin remedio". Nada más. Nada menos.
"Errare humanum est", reza el sabio aforismo. Por eso es necesario, conviene a la salud mental y al equilibrio emocional -ecología humana, que le dicen-, no dejarse atrapar por "el genio maligno" del que nos habla Descartes en su especulación filosófica del principio que regula la duda metódica: "Pienso, luego existo". Sin embargo, hay circunstancias por las cuales una persona se conturba, se incomoda e impacienta, y con razón, ante la inepcia cumbre de funcionarios de alta jerarquía en el engranaje del Estado, cuya preocupación se circunscribe a mantener la eutaxia personal y la eutimia del socious, mientras consagra su atención a las veleidades políticas de trastienda barata y compromisos compadreros; en tanto que los graves problemas que le compete absolver, responsable y diligentemente, se acumulan e incrementan, como la deuda externa, ad perpetuitatem.
Harto grave debe haber sido la ofensa recibida por el ciudadano Paulino Romero C. para que, al parecer, entrara en crisis la empatía académica que siempre lo ha distinguido como persona y como ciudadano, para dar a la luz pública aquel escrito de aspérrima mordacidad y un tanto desafortunado; pues, como afirma el genial filósofo oriental, Chang C`hao: "No es la verdad la que engrandece al hombre; es el hombre el que engrandece la verdad". Lo penoso será que aquéllos quienes toman la escritura ad podem litterae, ignoren que gran parte de la mentefactura periodística del ciudadano, en los últimos meses, ha estado proyectada, a lo que los antiguos griegos del Siglo de Oro designaban educación en sí y todo lo que es conocimiento concreto o cultura, con el término de "Paideia"; y, para aludir al sistema en general, el de "paidemoisis"; y para referirse al maestro o profesor, el de "paideno". No es necesario exhibir, v.gr., la autoridad y competencia de un psicólogo clínico de la jerarquía de un Dr. Jorge Cisneros para inferir, por lógica matemática, el grado de frustración, tequio, enojo, desagrado, cabronada, chinchorrería; en fin, y cumpliendo con el genial teorizante de los mass-media, Marshall McLuhan -"El medio es del mensaje"- derramar toda esa cantera emocional sobre la inepcia, incapacidad, torpeza, negligencia; y, para colmo la politiquería estéril y retardataria que, en opinión de P.R.C., ha convertido en "casa de tócame Roque" al Ministerio de Educación cuando la ciudadanía panameña está pidiendo a gritos un nuevo modelo educativo que responda a las exigencias científicas y tecnológicas del nuevo milenio.
Y saber que el ciudadano Paulino Romero C. nos ha ofrecido un adir de verdadera excelsitud axiológica, digno de ser enmarcado y distribuido en todas las instituciones educativas oficiales y privadas, y en todos sus niveles; al igual que en todas las dependencias oficiales y privadas del país; sindicatos; cooperativas; partidos políticos; bancos; Bolsa de Valores; etc.; una mentefactura que derrama un rutilante bouquet de valores cívicos y morales: "El decálogo del funcionario publico" (v. El Panamá América, lunes 31 de julio de 2000, "Opinión; pág. A12); en una sociedad como la nuestra aplastada por la corrupción, el hambre crematística, la hipocresía, la envidia, la maldad, la desverguenza, la proliferación de tarifas lesivas a nuestro acervo cultural, integrados como están por "peritos divinos" -como los llamara T. Monnsen en sus investigaciones sobre la Roma Antigua: charlatanes, morcones morales, logateros de mentalidad retardaria que propician la involución cultural, la superstición, el fetichismo, el embrutecimiento de sus víctimas. Pero, lo más insólito es que nuestras autoridades públicas, y la misma jerarquía eclesiástica los amparan; los primeros, con el negociado escandaloso que los facultan para operar en los medios de comunicación, en el mercado de talismanes, bebedizos, magia, santería, etc.; en tanto que la curia incumplen las disposiciones de obligatorio cumplimiento por ordenanzas del Pontífice, en orden al "catecismo de la Iglesia Católica" (Librería Juan Pablo II, Colombia, 1992). Y, como dice el Libro Sagrado: "Qui aures audiendi, audiat" ("El que tiene oídos, oiga").
No podríamos culminar sin intentar sacudir las conciencias de los educadores del país, para despertarlos, estremecerlos y hacerles saber que es necesario, indispensalbe y conviene a la salud mental que el maestro de escuela, el profesor, se olvide por un momento de sus intereses personales y se decida a erigir una estatura moral en el pecho de cada niño, en aras de fortalecer el alma nacional, el amor a la patria y el orgullo por nuestra identidad nacional. Como reza un proverbio belga: "mal que se calla queda sin consejo: dolor que se oculta, queda sin remedio". Nada más. Nada menos.

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