Panamá
El estrangulamiento de la preocupación
- Arnulfo Arias O.
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La palabra "worry", traducción de preocupación en inglés, tiene un origen etimológico en el verbo de estrangular, asfixiar, y constreñir.
"Estoy preocupado." ¿Cuántas veces tropezamos con la frase justo al despertar? La propia palabra lo dice: preocuparse. Es decir, anticipar, con sombras de inminencia falsa y de desgracia, lo que no ha ocurrido aún.
La palabra "worry", traducción de preocupación en inglés, tiene un origen etimológico en el verbo de estrangular, asfixiar, constreñir, y expresa más certeramente lo que ocurre. Esos son precisamente parte de los síntomas del envenenamiento por la exposición a la preocupación o, más que exposición, por el efecto de su mordida que, como todo tóxico que ha sido inoculado en nuestro cuerpo, se tiende a propagar por los carriles rápidos de nervios que logran transportarlo a todos los confines de la víctima.
Cuando uno sufre una mordida de serpiente, o de cualquier insecto ponzoñoso, el mejor remedio es encontrar la forma de calmarse, de dejar a un lado la complicidad de propagar ese veneno a través de los latidos rápidos, violentos y de la circulación nerviosa. Lo mismo ocurre con el hábito de preocuparse. De una pequeña y débil luz de vela, se hacen llamaradas en nosotros, como si fuéramos un llano seco en el verano en el que una mano incauta ha arrojado la colilla humeante de algún cigarrillo. Se congregan los factores, sopla el viento norte y…. No tenemos que expresarles lo demás.
La realidad? Vivimos una procesión de los ayeres muertos, y sin sepultar, y de mañanas concebidos, pero que no han tenido alumbramiento todavía. La clave está en cesar la terquedad de hacer de los ayeres una cueva donde refugiarse y de los mañanas una tumba en la que se ofician los sepelios de manera anticipada; porque ni lo uno ni lo otro nos resultaría posible en este mundo real. El miedo a la muerte se presenta como el soberano de la lista de temores.
Curiosamente, lo único que será una realidad inevitable y que viene como sello puesto en nuestras vidas desde que nacemos, resulta ser precisamente lo que, estadísticamente, más nos atormenta.
De allí siguen largas listas de temores que, aunque lleguen a pasar o no, siempre ocurren antes, con torturas reales y con visos de una realidad imaginada, a quienes los albergan. Nos decía Shakespeare que el valiente solo saborea la muerte una primera vez y que el cobarde la ha engullido ya mil veces.
Tal vez no podamos ser tan elevadamente heroicos como nos propone el gran poeta, pero sí podemos consagrarle el tiempo a las tareas diarias, concentrando en ellas de manera fija la atención. Un pensamiento intensamente dedicado a alguna actividad, difícilmente será víctima de los impactos de la preocupación.
No se pueden suprimir las inquietudes y zozobras, porque son como malezas que, cuando se sacan, dejan parte de la esquela de raíces en el suelo y crecerán de nuevo; pero sí se pueden suplantar, para que no reciban más la luz que las germinan, para que sean otros pensamientos vigorosos, constructivos, los que crezcan en nosotros.
La tarea no es simple. Desde que se amarra el hombre con el cordón umbilical, a él se pasan inquietudes y cuidados que ni siquiera han sido suyos. Aunque nacemos solo con la carga del temor a la caída y a los ruidos, ya vamos portando, anímicamente, la semilla de los hábitos de la preocupación, que se gestaron nueve meses antes que naciéramos.
A cada cual le tocará luchar contra una enfermedad endémica que es parasítica en la humanidad. Pero si bien puede que no existan remedios permanentes, si existen curas diarias, por lo menos. Todos estos temas han sido suficientemente divulgados ya por la sabiduría de nuestros tiempos, pero pocas veces aprendidos por la terquedad insistente que sufrimos todos.
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