Entre el buey y el 'boeing'
Entre el buey y el 'boeing'
En una ocasión escuché a alguien- cuyo nombre no quiero recordar- decir que si los más necesitados querían agua, que la buscaran al río. Aunque con menos glamur y clase, fue casi un gesto al estilo de María Antonieta, cuando mandó a su pueblo hambriento a comer pasteles si no había pan. Esas rupturas monstruosas con las realidades de otros no se las atribuyo propiamente al egoísmo o a la maldad en el ser humano, sino a la forma de vida con que se habitúan y, por supuesto, a la ignorancia. Si a una persona nada le falta, si no sabe de dónde proviene el dinero que usa, ni tampoco ha trabajado un día en su vida, casi se comprende que piense así, pero esas son las excepciones sin culpa. La gran mayoría de las personas que comienza a distanciarse de las realidades de otros en general, es porque deploran su propio pasado o el de su familia medianamente necesitada. Buscan romper lazos del pasado, material o imaginado, y se habitúan a la vida cómoda que, más por destino que por mérito propio, llegan a tener. Si, por ejemplo, ganan salarios altos, que están dentro los índices reducidos del 2% de la población, tenderán a olvidar por completo que un 98% de la población no los percibe. Es natural. Se puede entender, pero no deja de ser un acto irresponsable, afincado en las cumbres desde las cuales se mira hacia abajo todo lo demás. A veces, hay que bajar hasta los valles de la realidad de un pueblo, para entenderlo.
Tomemos el caso de nuestro país, en el que el mayor generador de plazas de empleo es el Estado; en que la informalidad alcanza niveles crecientes de 40%; en que los productos son caros y los salarios son bajos. Los sistemas de salud, de transporte y los servicios públicos ineficientes. El desarrollo urbano no se planifica. Una imagen satelital nocturna del país, basta para convencernos de que la luz eléctrica solo alcanza hasta lugares semi rurales y que el resto del 70% de la geografía vive en tiempos antiguos de guaricha. Aquí, el buey y el Boeing se consideran medios aceptados de transporte, sin asomo de rubor alguno por la sociedad. El propio Reglamento de Tránsito regula los vehículos tirados por la fuerza animal. En fin, solo esos índices inalcanzables de una élite administrativa y de sectores logísticos, arroja cifras alentadoras, que nos colocan ficticiamente como una de las economías más pujantes de América Latina; pero esa pujanza no coincide con las realidades crudas de nuestra sociedad.
En lo personal, no condeno a las personas que, habituadas a percibir año tras año y mes tras mes, un salario institucional que supera los salarios mundanos del panameño común, elevándose a menudo hasta por encima de las cuatro cifras altas (B/8500.00 o más), dejen de entender lo que vive diariamente los obreros, el maestro, el que vende helados o hasta el informal. Pero ese hábito nocivo de ignorancia inexcusable debe abandonarse. Por regla general, no son los empresarios, grandes o pequeños, ni los emprendedores los que sufren de esa amnesia cómoda, porque pagan las planillas con su propio esfuerzo, sino más bien quienes se acostumbran al tejido del salario que otros pagan con impuestos y que, naturalmente, ellos solo saben consumir. Para que una sociedad pueda vivir en paz, debe reinar un clima de balance y comprensión. Aquello que no se sabe, y que pueda herir injustamente a los demás, mejor que no se diga. Vayamos entendiéndonos mejor. Así habrá, por un lado, menos resentimiento social en los más necesitados y más empatía y consciencia social en los que ya no necesitan.