Anécdotas
Galafate, el cuidador del palmar en la Boca de los Espinos
En La Boca de los Espinos tenía el tío Salvador un gran palmar, entre la playa y el estero, con miles de palmeras de cuyos cocos se extraía copra enviada en sacos de henequén a Panamá, a las dos aceiteras que monopolizaban el negocio. Cuidaba el palmar Galafate, uno de mis héroes de infancia.
- Stanley Heckadon-Moreno
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- - Publicado: 21/10/2021 - 12:00 am
Inolvidables eran las vacaciones de verano con mis primos en la finca de mis abuelos maternos a orillas del Chiriquí Viejo. Llegábamos los que estudiábamos en escuelas lejanas. La primera señal de liberación y ser gente de monte, era quitarse los zapatos.
Mal visto era andar enzapatado, cosa de "mijitos consentidos de pueblo". Debíamos andar con la pata en el suelo. Yo admiraba las encallecidas patas de los primos Nelson y Franklin, compañeros de pesca y exploraciones, imperturbables al caminar por los trillos de la selva o los areneros calientes de playones y playas.
Tras hacer tareas que debíamos hacer en la finca, rajar leña o pilar arroz y maíz, al subir la marea era hora de nadar. Los fines de semana pescábamos por las empalizadas o explorábamos la selva y los manglares.
También armábamos expediciones de pesca por varios días a La Boca, esto es la Boca de Los Espinos, donde al Chiriquí Viejo se unían las aguas del Duablo y el Piedras antes de salir a la mar. Cuando fui a la capital, a primer grado, escuché que en la Zona del Canal había un pueblo llamado La Boca. Pensé que de seguro era en honor a nuestra Boca de Los Espinos. Mas no resultó ser La Boca del río Grande, entrada pacífica del Canal de Panamá.
En La Boca de los Espinos tenía el tío Salvador un gran palmar, entre la playa y el estero, con miles de palmeras de cuyos cocos se extraía copra enviada en sacos de henequén a Panamá, a las dos aceiteras que monopolizaban el negocio.
Cuidaba el palmar Galafate, uno de mis héroes de infancia. Su nombre, Juan Quezada. Nacido en el puerto de Pedregal, hijo de un negro caucano que llegó con las tropas que envió el general liberal Tomás Cipriano de Mosquera. Galafate, era un carpintero de ribera, con prodigiosa memoria y vista aguda distinguiendo el color del plumaje de aves marinas distantes.
Galafate, había llegado en busca de alivio con mi tío Salvador, curandero de fama provincial, para una llaga que le sangraba y decía se la causó el maleficio que una mujer por la costa de Buenaventura.
Como sus historias me apasionaban, si ningún primo quería ir a pescar a La Boca, me iba solo en un bote y dormía en el gran rancho del palmar. Tenía techo de pencas y piso de arena. Abajo, el fogón de tres piedras y el sitio de estibar la copra. Al jorón subía por un escalón labrado del tronco de un palo de balsa. Al regresar de pescar le entregaba los pargos a Galafate y me acomodaba sobre los sacos de copra mientras él cocinaba y contaba sus aventuras.
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Aburridos eran nuestros libros de historia. Fascinantes las historias de Galafate. De niño, fue marinero en las goletas que viajaban entre Pedregal y Panamá. Fue buzo de escafandra en tiempos de la bucería de perlas.
Recordaba cuando la Guerra de los Mil Días, siendo un joven marino en una goleta chiricana, anclaron a la media noche en la bahía de Panamá. Al amanecer, al lado les pasó El Almirante Padilla, vapor armado en guerra por los liberales, que de un cañonazo hundió al Lautaro muriendo el gobernador civil y militar del Istmo, el general Carlos Albán. Recordaba que el artillero fue un chileno, Valdelamar.
Cuando alguien iba a morir, Galafate lo presentía y decía que tenía "el hedor a muerte de Palo Negro". El más sangriento combate de la Guerra de los Mil Días donde, del 11 al 26 de mayo de 1900, unos 25,000 hombres se despedazaron a machetazos al grito: "echan pa'lante muchachos pa' que se acabe esta vaina".
Los del Chiriquí Viejo andábamos en botes, a palanca y canalete. Tempranamente debíamos conocer el río como la palma de la mano, fuese de día o de noche. Sus vueltas, la ubicación de los playones y la canal de navegación y los troncos sumergidos. Asimismo, conocer el estado de la marea por la altura de la luna en el cielo. Galafate usaba un viejo bote de remos, un chingo le llamaba, aparejado en ambas bordas con chumaceras donde colocaba los remos. Al desbordarse el río, en invierno, él subía remando contracorriente y cantando viejos cantos de la marinería y la bucería como este:
"Se quedan solas, se van volando
Los blondos nidos del forestal
Las mariposas se van volando.
Ya no hay sinsontes en este rosal.
Ángel querido, quiero que sepas
La triste historia de mi pasión"
Fue Galafate el primer comunista que conocí. Insistía en llamarme "Estalín, el hombre de La Rusia", por Jeseph Stalin. Sabía que yo estudiaba con los jesuitas y mi familia era conservadora, pero siempre me trató como igual, otro marinero de a bordo.
Antropólogo.
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