Gore vs Bush
Publicado 2000/11/07 00:00:00
El gran torneo se centra en el candidato demócrata, el vicepresidente Al Gore, y en el republicano George Bush hijo. Los comentaristas coinciden en que son dos figuras opacas que no están a la altura del cargo y responsabilidades que disputan.
No obstante lo anterior, la mayoría de los analistas concuerda en que el aparato estatal en la primera potencia del mundo está tan institucionalizado, que el gobierno puede permitirse andar bien, aún con un mal presidente.
En política exterior, sin embargo, está la mayor diferencia. En esta área, los mandatarios norteamericanos tienen gran margen de maniobra. Allí es donde radica el gran riesgo. Empero, también allí existe un sinnúmero de mecanismos y órganos de consultas que sirven como sobrepeso previo a la toma de decisiones trascendentales, ir a la guerra, por ejemplo.
En el caso de Panamá casi es indiferente que gane uno u otro, aunque, cuando las cosas están mal, cualquier cambio es bueno. Este punto ha sido en más de una ocasión destacado en privado por altas personalidades de nuestra política exterior, aludiendo a los numerosos tropiezos que ha confrontado el gobierno nacional en sus relaciones con Estados Unidos.
La limpieza de los polígonos de tiro, las áreas de cooperación en materia de seguridad y combate del narcotráfico, la inclusión en la lista negra de naciones que no cooperan adecuadamente en el combate del lavado de dinero, el futuro del Canal; todos son temas de diferencia o indiferencia entre ambas naciones, bajo el actual gobierno demócrata.
En este diario, no obstante, habida consideración de nuestra mayor afinidad con los gobiernos demócratas, recordando al inolvidable Franklin Delano Roosevelt, que gestó con el Dr. Harmodio Arias, las mayores reivindicaciones canaleras en 1936, excluyendo los tratados Torrijos-Carter de 1972, tenemos razones de sobra para opinar en este sentido.
Por eso preferimos a Al Gore en un torneo entre dos candidatos mediocres, disminuídos en mayor grado por una gestión excelente brindada por un presidente diestro y carismático como Bill Clinton. Seguramente ninguno de los dos podrá con la pesada tarea de pacificar el Medio Oriente que les deja el actual mandatario.
Pensamos sin embargo, que pese a la estrecha ventaja que le lleva en las encuestas el señor George Bush, el candidato demócrata Al Gore debe alzarse con la victoria, cuando a último momento los votantes sopesen la interminable era de prosperidad económica, superávit presupuestal, baja criminalidad y seguridad de que ha gozado el pueblo norteamericano bajo la administración Clinton, y opten por ende por la continuidad de los buenos tiempos en vez de aventurarse a unos mejores.
No obstante lo anterior, la mayoría de los analistas concuerda en que el aparato estatal en la primera potencia del mundo está tan institucionalizado, que el gobierno puede permitirse andar bien, aún con un mal presidente.
En política exterior, sin embargo, está la mayor diferencia. En esta área, los mandatarios norteamericanos tienen gran margen de maniobra. Allí es donde radica el gran riesgo. Empero, también allí existe un sinnúmero de mecanismos y órganos de consultas que sirven como sobrepeso previo a la toma de decisiones trascendentales, ir a la guerra, por ejemplo.
En el caso de Panamá casi es indiferente que gane uno u otro, aunque, cuando las cosas están mal, cualquier cambio es bueno. Este punto ha sido en más de una ocasión destacado en privado por altas personalidades de nuestra política exterior, aludiendo a los numerosos tropiezos que ha confrontado el gobierno nacional en sus relaciones con Estados Unidos.
La limpieza de los polígonos de tiro, las áreas de cooperación en materia de seguridad y combate del narcotráfico, la inclusión en la lista negra de naciones que no cooperan adecuadamente en el combate del lavado de dinero, el futuro del Canal; todos son temas de diferencia o indiferencia entre ambas naciones, bajo el actual gobierno demócrata.
En este diario, no obstante, habida consideración de nuestra mayor afinidad con los gobiernos demócratas, recordando al inolvidable Franklin Delano Roosevelt, que gestó con el Dr. Harmodio Arias, las mayores reivindicaciones canaleras en 1936, excluyendo los tratados Torrijos-Carter de 1972, tenemos razones de sobra para opinar en este sentido.
Por eso preferimos a Al Gore en un torneo entre dos candidatos mediocres, disminuídos en mayor grado por una gestión excelente brindada por un presidente diestro y carismático como Bill Clinton. Seguramente ninguno de los dos podrá con la pesada tarea de pacificar el Medio Oriente que les deja el actual mandatario.
Pensamos sin embargo, que pese a la estrecha ventaja que le lleva en las encuestas el señor George Bush, el candidato demócrata Al Gore debe alzarse con la victoria, cuando a último momento los votantes sopesen la interminable era de prosperidad económica, superávit presupuestal, baja criminalidad y seguridad de que ha gozado el pueblo norteamericano bajo la administración Clinton, y opten por ende por la continuidad de los buenos tiempos en vez de aventurarse a unos mejores.
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