Editorial
La nube negra
Una buena parte de la humanidad se dedica a criticar lo que la otra construye con esfuerzo y entusiasmo. Han sido contagiados con el llamado síndrome de
Una buena parte de la humanidad se dedica a criticar lo que la otra construye con esfuerzo y entusiasmo. Han sido contagiados con el llamado síndrome de los puntos negros, enfermedad de la posmodernidad que se caracteriza por ver solamente lo malo en cualquier propuesta de cambio. Aprendieron muy bien la lección escolar de tener juicio crítico, pero lo interpretan como juicio descalificador, y le dan al resultado una connotación de sentencia fatal.
Son excelentes en preparar diagnósticos catastróficos sobre los problemas del momento y de juzgar sus dramáticas consecuencias, pero les falta la capacidad de proponer alternativas y de actuar para implementarlas. Forman parte del problema, pero no de la solución. Han convertido la palabra “crítica” en sinónimo de juicio negativo. Seguramente los medios hemos contribuido en alguna medida a la proliferación de este virus al buscar en el reportaje todo lo que contradiga y confronte, dejando a un lado la llamada buena noticia.
Estos agoreros del desastre se ven afectados por el ambiente social. Solo se sienten bien si su entorno está mal. Culpan de sus fracasos a otros, a los problemas del medio, y a situaciones sobre las que no tienen ningún control. No ejercen la libertad de elegir sus propias acciones y llegan a extremos inimaginables, convirtiéndose en aves de mal agüero. Son fieles creyentes de que no importa por quién votes, siempre el Gobierno tiene la culpa. O como decía Henry James: “Siempre espero lo peor y siempre resulta peor de lo que esperaba”.
Ante algún avance notable, hallan una mezquina reserva, después de todo son de los que creen que la vida se divide en dos entre lo horrible y lo desdichado. Creen en la maldad absoluta, y cuando intentan dar un mensaje de estímulo dicen: “Anímate, que todavía no ha sucedido lo peor”. En la escena política abundan estos especímenes. Nos advierten: “Esperen el desastre que viviremos. El país se desintegra”.
Ante una realización que merece aplauso, solo descubren algo negativo. Tratan siempre de hallar un defecto en alguien que muestra capacidades extraordinarias. Adelantan advertencias de lluvia cuando se planea un viaje a la playa, o de quiebra cuando se propone algún negocio nuevo, o de fracaso ante el examen, o de accidente en el deporte. Los que sufren de esta enfermedad no pierden ocasión para predecir calamidades.
El mundo necesita de otras actitudes para progresar. Se requieren personas eficaces que promuevan cambios y que miren el futuro con energía positiva. Deben ser proactivos y no reactivos, más participantes que jueces, más solidarios que egoístas. Pueden pasar muchas cosas a su alrededor, pero se mantienen dueños de cómo quieren reaccionar ante esos estímulos. Se dedican a las cosas con respecto a las cuales pueden hacer algo. Su energía es positiva y actúan a pesar de las críticas destructivas que hay a su paso.
El país necesita de las personas proactivas, que asumen responsabilidad y cuya conducta es producto de sus propias decisiones, basadas en valores, en vez de sus limitaciones emotivas. Gracias a Dios los proactivos son mayoría, y se han acostumbrado a construir como si el día estuviera soleado, aunque existan las nubes negras.
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