La segunda revolución mexicana
Publicado 2000/07/03 23:00:00
Sin disparar una bala, sin muertos ni heridos, los votos de los ciudadanos del México del año 2000 protagonizaron una segunda revolución de alcances políticos, sociales y económicos de una trascendencia tan grande como la que llevaron cabo Venustiano Carranza, Emilio Zapata y Pancho Villa. Si la primera revolución mexicana intentó poner fin a un injusto régimen agrario de latifundistas omnipotentes, la segunda ha puesto término al régimen de un solo partido y de latifundistas políticos que el PRI monopolizó a lo largo de 71 años.
Esta fue una revolución de votos y no de balas, encabezada por el Partido de Acción Nacional de centro derecha cuyo candidato presidencial, el empresario Vicente Fox, tendrá que trabajar muy duro para provocar un cambio democrático de estructuras políticas. Muchos mexicanos no pueden admitir hasta ahora que el PRI haya sido derrotado. Pero a pocos les queda duda de que unos comicios libres y sin fraude bastaban para que perdiera el PRI, sobre todo si al frente tenía a un competidor de polendas como Vicente Fox y a un partido que esperó pacientemente su madurez y su penetración en las masas frustradas por el largo continuismo del sistema monopartidista.
Sin embargo, Fox no llega a la residencia presidencial de Los Pinos con los ojos inyectados en sangre. En su primer discurso de presidente electo demostró moderación y realismo, pues sabe que un gobierno de transición debe necesariamente apoyarse en el aparato administrativo creado por el PRI, en el que desde el conserje hasta el ministro eran nombrados por la cúpula dirigente. Como en los tiempos de Monctezuma, hasta las aves volaban siguiendo instrucciones del partido. Desmontar el andamiaje burocrático, y aclararle a los funcionarios que sirven a México y no al PRI, tomará algún tiempo. Por otro lado, el nuevo gobierno seguirá la misma política económica de mercados globalizados, respetando los tratados comerciales con Estados Unidos, Canadá y el resto del mundo, política que no es, por cierto, de partido sino del sistema de mundialización económica.
Al presidente saliente Ernesto Zedillo le corresponde el privilegio histórico de haber presidido el primer sufragio libre del México moderno y de no haber manipulado, como sus antecesores, "el destape" del candidato del PRI y no haber enturbiado el conteo de votos, como ocurrió en 1990 cuando se le arrebató la presidencia a Cuathtémoc Cárdenas y entró Carlos Salinas de Gortari a Los Pinos.
La distribución del poder entre ejecutivo y legislativo propone una estrategia de negociaciones y entendimientos que dará la medida de la estatura de Fox como estadista. México clama a gritos por una concertación armónica que, por encima de intereses partidarios, modere las consecuencias de la explosión demográfica, la contaminación ambiental y la inequidad económico-social. La revolución que empieza necesita más Franciscos Madero, honestos y conciliadores, que Panchos Villa revoltosos y sanguinarios.
Esta fue una revolución de votos y no de balas, encabezada por el Partido de Acción Nacional de centro derecha cuyo candidato presidencial, el empresario Vicente Fox, tendrá que trabajar muy duro para provocar un cambio democrático de estructuras políticas. Muchos mexicanos no pueden admitir hasta ahora que el PRI haya sido derrotado. Pero a pocos les queda duda de que unos comicios libres y sin fraude bastaban para que perdiera el PRI, sobre todo si al frente tenía a un competidor de polendas como Vicente Fox y a un partido que esperó pacientemente su madurez y su penetración en las masas frustradas por el largo continuismo del sistema monopartidista.
Sin embargo, Fox no llega a la residencia presidencial de Los Pinos con los ojos inyectados en sangre. En su primer discurso de presidente electo demostró moderación y realismo, pues sabe que un gobierno de transición debe necesariamente apoyarse en el aparato administrativo creado por el PRI, en el que desde el conserje hasta el ministro eran nombrados por la cúpula dirigente. Como en los tiempos de Monctezuma, hasta las aves volaban siguiendo instrucciones del partido. Desmontar el andamiaje burocrático, y aclararle a los funcionarios que sirven a México y no al PRI, tomará algún tiempo. Por otro lado, el nuevo gobierno seguirá la misma política económica de mercados globalizados, respetando los tratados comerciales con Estados Unidos, Canadá y el resto del mundo, política que no es, por cierto, de partido sino del sistema de mundialización económica.
Al presidente saliente Ernesto Zedillo le corresponde el privilegio histórico de haber presidido el primer sufragio libre del México moderno y de no haber manipulado, como sus antecesores, "el destape" del candidato del PRI y no haber enturbiado el conteo de votos, como ocurrió en 1990 cuando se le arrebató la presidencia a Cuathtémoc Cárdenas y entró Carlos Salinas de Gortari a Los Pinos.
La distribución del poder entre ejecutivo y legislativo propone una estrategia de negociaciones y entendimientos que dará la medida de la estatura de Fox como estadista. México clama a gritos por una concertación armónica que, por encima de intereses partidarios, modere las consecuencias de la explosión demográfica, la contaminación ambiental y la inequidad económico-social. La revolución que empieza necesita más Franciscos Madero, honestos y conciliadores, que Panchos Villa revoltosos y sanguinarios.
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