La Universidad de Panamá
Publicado 2002/10/06 23:00:00
- Redaccion
Hoy, 7 de octubre de 2002, se conmemoran los 67 años de la fundación de la Universidad de Panamá, que tanto ha contribuido al desarrollo científico, tecnológico y cultural de la nación panameña. La efeméride es propicia para que, conjuntamente con los 74,271 estudiantes universitarios, la ciudadanía se haga una seria reflexión sobre el pasado, el presente y el futuro de esa alta Casa de Estudios.
La Fundación de la Universidad de Panamá tuvo una vocación republicana, en la cual los principios democráticos de libertad, de igualdad y pluralismo, estaban explícitos. La Universidad fue evolucionando paralelamente al transitar de la República, a partir de 1935, para realizar esa vocación y hacer operativos esos principios. Se inició, entonces, al decir de Carlos Manuel Gasteazoro, la etapa del afianzamiento nacional. La mayoría de los panameños que ayudaron a consolidar la República colaboraron con la afirmación de la Universidad, aunque por su protagonismo es justo mencionar al Dr. Harmodio Arias, al Dr. Octavio Méndez Pereira y al Dr. José Dolores Moscote.
La Universidad de Panamá es hija del genio republicano panameño y esa filiación le dio un carácter y una dinámica. En esa dinámica hay que mencionar el campus central, ubicado en la ciudad capital, que fue rebasado posteriormente cuando se crearon los centros regionales. Su filiación republicana es la causa de que la Universidad de Panamá corra los mismos riesgos que el país entero frente a los fenómenos de la exclusión social, de la pobreza, de la globalización, de las migraciones. No se escapa tampoco la Casa de Méndez Pereira de la competencia y de los imperativos de la modernización al nivel de los adelantos científicos y tecnológicos.
La Universidad de Panamá tiene su propio ámbito y sus propias maneras con las cuales debe vivir las conquistas que concretó la nación a partir de la entrada en vigor de los Tratados Torrijos-Carter. La plena soberanía debe tener en la Universidad modalidades que, desde luego, se ubican en el plano cultural, académico, espiritual, pero que también deben tener su dimensión material. Los recursos con los cuales la Universidad debe acompañar la vivencia de la plena soberanía panameña, deben ser suficientes y proporcionales al cometido que le corresponde de preparar a los panameños y panameñas para saber vivir, saber hacer, saber ser plenamente soberanos. Ningún espacio está más posibilitado que la Universidad para dotar a los panameños y panameñas de soberanía personal. De ahí que sea posible decir que la tarea del sistema universitario nacional es anterior a la política, que opera en un estrato más profundo, más vinculado a la ética y a las convicciones.
El cometido de la Universidad nacional es, si se quiere, pre-político. Prepara a los hombres y mujeres para ejercer plenamente su ciudadanía, para vivir, para hacer y para ser ciudadanos de un país plenamente soberano. Debe sustraerse de la política partidista, singularmente cuando en la Colina Universitaria se celebrarán, el próximo año, las elecciones para escoger a un nuevo Rector. Las elecciones universitarias están llamadas a constituirse en ejemplo para el país. La fuerza corruptora de las influencias políticas no pueden ni deben tener cabida en el campus universitario. Los comicios universitarios deben responder a la transparencia de un proceso democrático en donde no tienen cabida ni la intimidación, ni el fraude, ni el soborno, utilizados como medio de proselitismo en otros sectores sociales, políticos y comerciales del país. Los valores éticos, los postulados académicos y la irreprochable conciencia moral de los fundadores de la Universidad, deben guiar ineludiblemente la conducta, tanto de los candidatos como de sus electores.
La Universidad de Panamá comprometida a incluir en sus actividades el estudio de los problemas nacionales, así como la difusión de la cultura nacional, goza de autonomía a nivel de la Constitución Política de la República, porque así lo dispuso el poder constituyente. De allí que como está consagrado en el fallo de la Corte Suprema de Justicia del 19 de noviembre de 1993, que a tenor de lo estatuido del artículo 17 de la Carta Política, ninguna autoridad de la República debe intervenir en el normal desarrollo de la Universidad de Panamá, no sólo en cuanto al aspecto de su organización interna, sino también en lo que respecta a su patrimonio y el derecho de administrarlo, siempre que los actos que expidan los órganos de Gobierno que la conformasen, se enmarquen dentro de la Constitución y la Ley.
El reconocimiento de la autonomía universitaria no debe limitarse, por tanto, a su independencia del control gubernamental. La Universidad necesita su autonomía para cumplir cabalmente su misión y para cumplirla de modo específicamente universitario. Es decir, mediante el conocimiento, la cultura y la formación. La especificidad de su misión es lo que hace a la Universidad merecedora de su autonomía. Hace también que merezca los esfuerzos de la comunidad nacional para dotarla de los medios materiales incluyendo los medios financieros que hacen posible su funcionamiento.
La ciudadanía espera de la Universidad que cultive, además del rigor científico, una conciencia crítica tanto de lo racional como de lo útil, para beneficio de los miembros de la institución y para beneficio de la comunidad en general. Puesta como está la Universidad frente a la necesidad de acrecentar sus recursos financieros, es la conciencia crítica y el rigor científico lo que le ayudarán a resolver los problemas. Debe seguir viviendo su autonomía con una disposición cada vez mayor de rendir cuentas a la sociedad a la que sirve. La Universidad debe ser capaz de anticiparse a las tendencias negativas que muestran que la capacidad de los gobiernos para financiar la educación superior es cada vez más limitada.
La Universidad debe ofrecer soluciones al sector político. Entre esas soluciones están las que pueden ser encontradas a través de la intensificación de las alianzas estratégicas con el sector empresarial y la sociedad civil. La Universidad debe vivir los problemas financieros como un problema abierto a muchas soluciones, como un reto que debe ser atendido mediante muchas respuestas y la diversificación de los recursos.
A partir del mediodía del 31 de diciembre de 1999 cuando se cumplió la transferencia a Panamá del Canal Interoceánico, la Universidad de Panamá tiene que hacerle frente a nuevas metas, a nuevos objetivos y a nuevas realizaciones. La reposesión panameña, sobre todo el territorio del país, compromete a la Universidad a imprimirle a sus planes de estudio y de capacitación un mayor contenido político, económico y cultural, para contribuir al desarrollo de la nación en su integridad, teniendo en mira el bienestar de los panameños del uno al otro confín de la República.
Todos los elementos coinciden en alentar la legítima ambición, la pequeña y angosta geografía panameña en un polo importante de la economía y de la tecnología mundial, sobre todo si se tiene en cuenta que la distancia más corta entre los dos océanos es de 31 millas que se miden desde la desembocadura del Río Negaca (Necategua) en el Golfo de San Blas en el Caribe y la desembocadura del Río Bayano en la costa del Pacífico. Contaremos, además, con el fenómeno de que las dos ciudades terminales del Canal -Panamá y Colón- se convertirán en una sola gran ciudad, única en el mundo, bañada por los dos grandes océanos. Frente a este cuadro físico, la Universidad está obligada a atreverse a hacer los cambios, las innovaciones que son necesarias para enfrentar las nuevas situaciones del nuevo siglo y del nuevo milenio.
En el teatro de la creatividad naciona, la Universidad debe ser una actora de primer orden, debe suprimir las distancias que la separan del resto de la comunidad e instaurar una concertación activa. Para conmover con su mensaje, la Universidad debe mostrar que está comprometida con la vida de toda la comunidad. El fervor militante por la educación superior debe ser compartido por toda la comunidad, pero para eso la Universidad debe mostrar una permanente preocupación - casi una religión - por todo lo que interesa y le importa al país integral, con todas sus dificultades, con todas sus potencialidades, con todas sus esperanzas.
La Fundación de la Universidad de Panamá tuvo una vocación republicana, en la cual los principios democráticos de libertad, de igualdad y pluralismo, estaban explícitos. La Universidad fue evolucionando paralelamente al transitar de la República, a partir de 1935, para realizar esa vocación y hacer operativos esos principios. Se inició, entonces, al decir de Carlos Manuel Gasteazoro, la etapa del afianzamiento nacional. La mayoría de los panameños que ayudaron a consolidar la República colaboraron con la afirmación de la Universidad, aunque por su protagonismo es justo mencionar al Dr. Harmodio Arias, al Dr. Octavio Méndez Pereira y al Dr. José Dolores Moscote.
La Universidad de Panamá es hija del genio republicano panameño y esa filiación le dio un carácter y una dinámica. En esa dinámica hay que mencionar el campus central, ubicado en la ciudad capital, que fue rebasado posteriormente cuando se crearon los centros regionales. Su filiación republicana es la causa de que la Universidad de Panamá corra los mismos riesgos que el país entero frente a los fenómenos de la exclusión social, de la pobreza, de la globalización, de las migraciones. No se escapa tampoco la Casa de Méndez Pereira de la competencia y de los imperativos de la modernización al nivel de los adelantos científicos y tecnológicos.
La Universidad de Panamá tiene su propio ámbito y sus propias maneras con las cuales debe vivir las conquistas que concretó la nación a partir de la entrada en vigor de los Tratados Torrijos-Carter. La plena soberanía debe tener en la Universidad modalidades que, desde luego, se ubican en el plano cultural, académico, espiritual, pero que también deben tener su dimensión material. Los recursos con los cuales la Universidad debe acompañar la vivencia de la plena soberanía panameña, deben ser suficientes y proporcionales al cometido que le corresponde de preparar a los panameños y panameñas para saber vivir, saber hacer, saber ser plenamente soberanos. Ningún espacio está más posibilitado que la Universidad para dotar a los panameños y panameñas de soberanía personal. De ahí que sea posible decir que la tarea del sistema universitario nacional es anterior a la política, que opera en un estrato más profundo, más vinculado a la ética y a las convicciones.
El cometido de la Universidad nacional es, si se quiere, pre-político. Prepara a los hombres y mujeres para ejercer plenamente su ciudadanía, para vivir, para hacer y para ser ciudadanos de un país plenamente soberano. Debe sustraerse de la política partidista, singularmente cuando en la Colina Universitaria se celebrarán, el próximo año, las elecciones para escoger a un nuevo Rector. Las elecciones universitarias están llamadas a constituirse en ejemplo para el país. La fuerza corruptora de las influencias políticas no pueden ni deben tener cabida en el campus universitario. Los comicios universitarios deben responder a la transparencia de un proceso democrático en donde no tienen cabida ni la intimidación, ni el fraude, ni el soborno, utilizados como medio de proselitismo en otros sectores sociales, políticos y comerciales del país. Los valores éticos, los postulados académicos y la irreprochable conciencia moral de los fundadores de la Universidad, deben guiar ineludiblemente la conducta, tanto de los candidatos como de sus electores.
La Universidad de Panamá comprometida a incluir en sus actividades el estudio de los problemas nacionales, así como la difusión de la cultura nacional, goza de autonomía a nivel de la Constitución Política de la República, porque así lo dispuso el poder constituyente. De allí que como está consagrado en el fallo de la Corte Suprema de Justicia del 19 de noviembre de 1993, que a tenor de lo estatuido del artículo 17 de la Carta Política, ninguna autoridad de la República debe intervenir en el normal desarrollo de la Universidad de Panamá, no sólo en cuanto al aspecto de su organización interna, sino también en lo que respecta a su patrimonio y el derecho de administrarlo, siempre que los actos que expidan los órganos de Gobierno que la conformasen, se enmarquen dentro de la Constitución y la Ley.
El reconocimiento de la autonomía universitaria no debe limitarse, por tanto, a su independencia del control gubernamental. La Universidad necesita su autonomía para cumplir cabalmente su misión y para cumplirla de modo específicamente universitario. Es decir, mediante el conocimiento, la cultura y la formación. La especificidad de su misión es lo que hace a la Universidad merecedora de su autonomía. Hace también que merezca los esfuerzos de la comunidad nacional para dotarla de los medios materiales incluyendo los medios financieros que hacen posible su funcionamiento.
La ciudadanía espera de la Universidad que cultive, además del rigor científico, una conciencia crítica tanto de lo racional como de lo útil, para beneficio de los miembros de la institución y para beneficio de la comunidad en general. Puesta como está la Universidad frente a la necesidad de acrecentar sus recursos financieros, es la conciencia crítica y el rigor científico lo que le ayudarán a resolver los problemas. Debe seguir viviendo su autonomía con una disposición cada vez mayor de rendir cuentas a la sociedad a la que sirve. La Universidad debe ser capaz de anticiparse a las tendencias negativas que muestran que la capacidad de los gobiernos para financiar la educación superior es cada vez más limitada.
La Universidad debe ofrecer soluciones al sector político. Entre esas soluciones están las que pueden ser encontradas a través de la intensificación de las alianzas estratégicas con el sector empresarial y la sociedad civil. La Universidad debe vivir los problemas financieros como un problema abierto a muchas soluciones, como un reto que debe ser atendido mediante muchas respuestas y la diversificación de los recursos.
A partir del mediodía del 31 de diciembre de 1999 cuando se cumplió la transferencia a Panamá del Canal Interoceánico, la Universidad de Panamá tiene que hacerle frente a nuevas metas, a nuevos objetivos y a nuevas realizaciones. La reposesión panameña, sobre todo el territorio del país, compromete a la Universidad a imprimirle a sus planes de estudio y de capacitación un mayor contenido político, económico y cultural, para contribuir al desarrollo de la nación en su integridad, teniendo en mira el bienestar de los panameños del uno al otro confín de la República.
Todos los elementos coinciden en alentar la legítima ambición, la pequeña y angosta geografía panameña en un polo importante de la economía y de la tecnología mundial, sobre todo si se tiene en cuenta que la distancia más corta entre los dos océanos es de 31 millas que se miden desde la desembocadura del Río Negaca (Necategua) en el Golfo de San Blas en el Caribe y la desembocadura del Río Bayano en la costa del Pacífico. Contaremos, además, con el fenómeno de que las dos ciudades terminales del Canal -Panamá y Colón- se convertirán en una sola gran ciudad, única en el mundo, bañada por los dos grandes océanos. Frente a este cuadro físico, la Universidad está obligada a atreverse a hacer los cambios, las innovaciones que son necesarias para enfrentar las nuevas situaciones del nuevo siglo y del nuevo milenio.
En el teatro de la creatividad naciona, la Universidad debe ser una actora de primer orden, debe suprimir las distancias que la separan del resto de la comunidad e instaurar una concertación activa. Para conmover con su mensaje, la Universidad debe mostrar que está comprometida con la vida de toda la comunidad. El fervor militante por la educación superior debe ser compartido por toda la comunidad, pero para eso la Universidad debe mostrar una permanente preocupación - casi una religión - por todo lo que interesa y le importa al país integral, con todas sus dificultades, con todas sus potencialidades, con todas sus esperanzas.
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