Mi madre y sus doce hijos
... algunas anécdotas les parezcan inverosímiles pero, en honor a la verdad, son ciertas, porque no se trata de una novela, sino acontecimientos reales que vivió mi madre con sus doce hijos.
... algunas anécdotas les parezcan inverosímiles pero, en honor a la verdad, son ciertas, porque no se trata de una novela, sino acontecimientos reales que vivió mi madre con sus doce hijos.
Nuestra casa quedaba a unos metros del mar, nos bañábamos todos los días. Foto Ilustrativa. Foto: EFE.
Encerrada a causa de la “pandemia” quiero compartir con ustedes vivencias familiares que recuerdo, a pesar de los años que han pasado siempre forman parte de nuestras vidas.
Quizás algunas anécdotas les parezcan inverosímiles pero, en honor a la verdaxd, son ciertas, porque no se trata de una novela, sino acontecimientos reales que vivió mi madre con sus doce hijos.
Menciono a mi madre, no porque no tuviéramos padre, lo que pasa es que pasábamos el día con nuestra madre, ya que en ese entonces nuestro padre se iba temprano y regresaba en la tarde, trabajaba en la Corte de la antigua zona del canal, como secretario del Juez.
Nosotros éramos doce hermanos de un mismo papá y una misma mamá, en la vida de mi mamá no hubo otro hombre, se casó muy joven con mi papá que le llevaba unos años.
Cuenta mi mamá (q.e.p.d.) que la familia de ella y la de mi papá se conocían de hace años, ambas vivían en Colón.
Mi mamá era una mestiza muy agraciada de larga cabellera abundante, su papá nació en Barbados, descendiente de ingleses porque era blanco, un hombre de mucha disciplina.
Mi mamá siendo muy joven tocaba el piano y cantaba en los cultos religiosos de su Iglesia, mi papá quedó flechado con la culta señorita y ella lo mismo, le costó mucho que lo aceptaran, pero al fin el amor triunfó y a mi mamá se le grabó lo de: en las buenas y en las malas y parió sus doce hijos, porque decía que un hijo siempre es una bendición de Dios.
Les comparto cositas de nuestro diario vivir. La vida no fue fácil para nosotros.
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Vivíamos en San Francisco de la Caleta, en una galera de alquiler de dos cuartos por familia, la cocina quedaba en la parte de atrás los baños eran comunales, los dueños de esa galera creo que era la familia Bieberach o algo así.
Estudiábamos en la escuela Dr. Belisario Porras. Nuestro calvario comenzó cuando llegó un jefe nuevo, racista, y despidió a mi papá para colocar a un gringo blanco de su preferencia. Y mi papá se las veía a gatas para mantener a doce hijos y su esposa.
Nosotros nos íbamos a la escuela a veces sin desayunar y en ese tiempo la jornada era doble, los gringos donaban leche, queso y no sé que más a las escuelas.
A nosotros no nos gustaba mucho esa leche porque tenía un sabor muy fuerte, y regresábamos como nos habíamos ido; si mi mamá no había conseguido nada, nos decía que no fuéramos a la jornada de la tarde, pero igual nos íbamos, comíamos mangos por el camino.
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Lo curioso de esto es que a pesar de las carencias que pasábamos, éramos buenos alumnos, yo jamás repetí un grado y siempre me eximía en varias materias principalmente español y matemáticas.
Con dos dólares mi mamá nos mandaba a comprar la comida: arroz, arvejas, plátano, bacalao, manteca que vendían a diez centavos dos cucharadas, era suave.
Mis hermanos a veces traían pescado, cangrejos, camarones, langostas, que sacaban del mar que los quería mucho, porque vivían metidos en sus aguas.
Nuestra casa quedaba a unos metros del mar, nos bañábamos todos los días, no existía Sinaproc, para decirnos de qué tamaño eran las olas, con ver el horizonte mis hermanos sabían si iba a haber olas altas o no y aún así nos bañábamos.
A veces nos acostábamos con hambre porque mi papá regresaba conforme se había ido y a pesar de todo éramos felices, no necesitábamos a nadie para divertirnos y celebrar chistes. La noche que había cena, nos quedábamos hasta tarde hablando locuras y riéndonos.
Recuerdo que una vez mi mamá nos fue sirviendo la comida, cada uno llevaba su plato y nos sentábamos a la mesa, esa vez, como siempre, preguntó si ya todos tenían su plato, le dijimos que sí, y un hermano le dijo: “¿y su plato?” Ella contestó: “yo me sirvo ahora”, él se asomó a la paila y la vio vacía y nos dijo: “no alcanzó para mamá, vamos todos a llenar de lo nuestro un plato para ella”, mamá no quería, pero lo hicimos y comimos felices… No tengo ansias por comer ciertas cosas que ahora cuestan un ojo de la cara, hoy venden tres o dos mangos por un dólar, los comí de toda clase gratis, bacalao era lo que más rendía para tantos muchachos. Pudiera compartir muchas cosas más, pero no hay espacio.
Más adelante les compartiré más. Agradezco el tiempo que se tomaron leyendo mis vivencias y recuerdos.
Ya cuatro partieron a la casa del Padre, al igual que nuestros padres.
Escritora.
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