Mireya Moscoso
Publicado 1998/02/05 00:00:00
Por momentos adormilada, la presidenta arnulfista, Mireya Moscoso tiene en la presión su mejor combustible. Y bastaba que surgiera un desafío serio por el control de su partido, para verla otra vez cargar adrenalina.
Tenía meses ensimismada, con apariciones pálidas y esporádicas, mientras el país entero se sumía en la vorágine de un sinfín de problemas. Se le acusa de rodearse de advenedizos de dudosa trayectoria, de alejarse de los más fieles, de ser demasiado personalista, de no ser hábil para lograr consensos.
Parte de sus limitaciones se derivan de su relativamente corta experiencia política. Estuvo casada durante muchos años con el Dr. Arnulfo Arias; pero en todo ese tiempo se mantuvo al margen.
Fue precisamente por inexperiencia que, tras la muerte del caudillo, prefirió declinar su candidatura a favor de Guillermo Endara, quien a la cabeza de una alianza de oposición, derrotó al candidato de los militares en 1989.
En verdad Mireya no tiene más de diez años de agitarse en los complejos avatares de la política. Y lo que ha hecho en tan corto tiempo es asombroso, considerando la constelación de viejos y fieles copartidarios que deseaban suceder al caudillo desde su fallecimiento en 1988.
Temida desde un inicio por la vieja guardia de su colectivo, se mantuvo suficientemente cerca de la cúspide como nexo inevitable con el pasado glorioso, pero no tanto como para que su voz fuera determinante en la toma de las decisiones cruciales.
Y así se mantuvo hasta que en 1993 se atrevió a desafiar a la vieja dirigencia en la convención de Penonomé. Por momentos el ya presidente de la República, Guillermo Endara, anunció su candidatura a la jefatura del colectivo pero, poco después declinó en favor de uno de sus allegados, Francisco Artola, quien se erigió en el último obstáculo en la carrera de Moscoso por el control del partido. Aquél fue un choque de trenes. Y Mireya se alzó con la presidencia del arnulfismo, robando virtualmente los huevos al águila.
A partir de entonces, ningún desafío pareció serle demasiado grande, salvo en 1994 cuando, frustrada la aspiración de encabezar la alianza de la actual oposición, entonces en el gobierno, decidió irse casi sola a la contienda, escasa de recursos y sin apoyo técnico, logrando un increíble segundo lugar con más de 310 mil votos, a escasos 35 mil del victorioso Ernesto Pérez Balladares que encabezaba una nutrida y rica alianza.
Moscoso hoy enfrenta otra vez el dilema. Ha dicho que su mayor pesar fue perder en el 94 con el partido que el Dr. Arias siempre condujo invicto. Mas sin quererlo, ha seguido hasta ahora la misma estrategia de su difunto esposo para forzar alianzas: empezar poniéndose a la cabeza y los demás, si quieren, alineándose detrás.
Es una fiera guerrera que ha aprendido mucho en poco tiempo. Quien quiera echarla a un lado tendrá que bregar muy duro para lograrlo. Con el agravante de que no perdona, ni deja prisioneros. Cualquiera sea el desafío que se le presente, quien se le ponga por delante sabe que será total y final.
Tenía meses ensimismada, con apariciones pálidas y esporádicas, mientras el país entero se sumía en la vorágine de un sinfín de problemas. Se le acusa de rodearse de advenedizos de dudosa trayectoria, de alejarse de los más fieles, de ser demasiado personalista, de no ser hábil para lograr consensos.
Parte de sus limitaciones se derivan de su relativamente corta experiencia política. Estuvo casada durante muchos años con el Dr. Arnulfo Arias; pero en todo ese tiempo se mantuvo al margen.
Fue precisamente por inexperiencia que, tras la muerte del caudillo, prefirió declinar su candidatura a favor de Guillermo Endara, quien a la cabeza de una alianza de oposición, derrotó al candidato de los militares en 1989.
En verdad Mireya no tiene más de diez años de agitarse en los complejos avatares de la política. Y lo que ha hecho en tan corto tiempo es asombroso, considerando la constelación de viejos y fieles copartidarios que deseaban suceder al caudillo desde su fallecimiento en 1988.
Temida desde un inicio por la vieja guardia de su colectivo, se mantuvo suficientemente cerca de la cúspide como nexo inevitable con el pasado glorioso, pero no tanto como para que su voz fuera determinante en la toma de las decisiones cruciales.
Y así se mantuvo hasta que en 1993 se atrevió a desafiar a la vieja dirigencia en la convención de Penonomé. Por momentos el ya presidente de la República, Guillermo Endara, anunció su candidatura a la jefatura del colectivo pero, poco después declinó en favor de uno de sus allegados, Francisco Artola, quien se erigió en el último obstáculo en la carrera de Moscoso por el control del partido. Aquél fue un choque de trenes. Y Mireya se alzó con la presidencia del arnulfismo, robando virtualmente los huevos al águila.
A partir de entonces, ningún desafío pareció serle demasiado grande, salvo en 1994 cuando, frustrada la aspiración de encabezar la alianza de la actual oposición, entonces en el gobierno, decidió irse casi sola a la contienda, escasa de recursos y sin apoyo técnico, logrando un increíble segundo lugar con más de 310 mil votos, a escasos 35 mil del victorioso Ernesto Pérez Balladares que encabezaba una nutrida y rica alianza.
Moscoso hoy enfrenta otra vez el dilema. Ha dicho que su mayor pesar fue perder en el 94 con el partido que el Dr. Arias siempre condujo invicto. Mas sin quererlo, ha seguido hasta ahora la misma estrategia de su difunto esposo para forzar alianzas: empezar poniéndose a la cabeza y los demás, si quieren, alineándose detrás.
Es una fiera guerrera que ha aprendido mucho en poco tiempo. Quien quiera echarla a un lado tendrá que bregar muy duro para lograrlo. Con el agravante de que no perdona, ni deja prisioneros. Cualquiera sea el desafío que se le presente, quien se le ponga por delante sabe que será total y final.
Para comentar debes registrarte y completar los datos generales.