Operación Casablanca y transnacionalidad soberana
Publicado 1998/05/25 23:00:00
El presidente de México, Ernesto Zedillo, ha protestado ante su similar de Estados Unidos, Bill Clinton, por la ejecución en su suelo de una espectacular operación secreta antidrogas que culminó hace una semana con la detención de 22 ejecutivos y empleados bancarios mexicanos y de 14 narcotraficantes, además del decomiso de 35 millones de dólares provenientes del ilícito y dos toneladas de cocaína.
Los detalles de la operación son fascinantes tanto por su complejidad y resultados, como por la perfección y reserva como fue ejecutada. Durante largos tres años, los servicios de inteligencia de Estados Unidos infiltraron en territorio de su vecino, agentes secretos que desentrañaron la compleja red de lavado de dinero y comercialización de la droga que tiene a México como su más importante centro de operaciones.
Las repercusiones de la "Operación Casablanca" son enormes. Fue como encontrar no el extremo de un delgado hilo de madeja, sino una verdadera soga del inextricable negocio, que está haciendo caer en cadena, cual piezas de dominó, a banqueros y entidades financieras involucradas de otras naciones. De por sí ya cayeron los primeros en Honduras, Guatemala y Colombia, y vienen más.
Por lo pronto, nuestro centro bancario contiene el aliento, aunque han surgido voces que proclaman con triunfalismo que de ésta saldremos idemnes. Si así fuera, el hecho hablaría bien de la Unidad de Análisis Financiero y demás medidas adoptadas por el gobierno nacional que refuerzan la vigilancia sobre operaciones sospechosas en el sector.
Obviamente las razones de México son entendibles y formalmente valederas dentro de un marco de concepción clásica de las fronteras y soberanía nacionales. Bajo este punto de vista, ningún país tiene derecho a realizar pesquizas en territorio ajeno, salvo con la aquiescencia del receptor. Pero éste no fue el caso de la citada operación.
A pesar de los complejos mecanismos bilaterales de cooperación contra el narcotráfico, la estrecha colaboración y los halagos del zar norteamericano antidrogas Barry MCaffrey, la operación fue fríamente ejecutada en territorio de un país aliado, sin participar a su gobierno ni a nadie.
Pero desde otro punto de vista, la operación, -fuera de poner en evidencia la total desconfianza que merece a Estados Unidos el sistema policial y de justicia de su socio y vecino-, refleja en qué forma el narcotráfico ha forzado a revisar el concepto de la territorialidad delictiva y la integridad soberana, para ceder en favor de otros que conllevan una mayor cooperación y transnacionalidad del problema. Y no puede ser de otro modo frente a una modalidad delictiva que no respeta fronteras ni jurisdicciones nacionales.
Los detalles de la operación son fascinantes tanto por su complejidad y resultados, como por la perfección y reserva como fue ejecutada. Durante largos tres años, los servicios de inteligencia de Estados Unidos infiltraron en territorio de su vecino, agentes secretos que desentrañaron la compleja red de lavado de dinero y comercialización de la droga que tiene a México como su más importante centro de operaciones.
Las repercusiones de la "Operación Casablanca" son enormes. Fue como encontrar no el extremo de un delgado hilo de madeja, sino una verdadera soga del inextricable negocio, que está haciendo caer en cadena, cual piezas de dominó, a banqueros y entidades financieras involucradas de otras naciones. De por sí ya cayeron los primeros en Honduras, Guatemala y Colombia, y vienen más.
Por lo pronto, nuestro centro bancario contiene el aliento, aunque han surgido voces que proclaman con triunfalismo que de ésta saldremos idemnes. Si así fuera, el hecho hablaría bien de la Unidad de Análisis Financiero y demás medidas adoptadas por el gobierno nacional que refuerzan la vigilancia sobre operaciones sospechosas en el sector.
Obviamente las razones de México son entendibles y formalmente valederas dentro de un marco de concepción clásica de las fronteras y soberanía nacionales. Bajo este punto de vista, ningún país tiene derecho a realizar pesquizas en territorio ajeno, salvo con la aquiescencia del receptor. Pero éste no fue el caso de la citada operación.
A pesar de los complejos mecanismos bilaterales de cooperación contra el narcotráfico, la estrecha colaboración y los halagos del zar norteamericano antidrogas Barry MCaffrey, la operación fue fríamente ejecutada en territorio de un país aliado, sin participar a su gobierno ni a nadie.
Pero desde otro punto de vista, la operación, -fuera de poner en evidencia la total desconfianza que merece a Estados Unidos el sistema policial y de justicia de su socio y vecino-, refleja en qué forma el narcotráfico ha forzado a revisar el concepto de la territorialidad delictiva y la integridad soberana, para ceder en favor de otros que conllevan una mayor cooperación y transnacionalidad del problema. Y no puede ser de otro modo frente a una modalidad delictiva que no respeta fronteras ni jurisdicciones nacionales.
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