¿Pena de muerte? ¡Cuidado! Todo revierte
- Silvio Guerra Morales
¡Cuidado con las reformas penales! Empiezo por confesar que toda mi vida la he consagrado al Derecho penal y ramas conexas. No solamente he ejercido devotamente esta materia, también la he estudiado y he escrito sobre la materia. Me he preocupado por saber y conocer todo cuanto se halla relacionado con la figura del delito y para ello he tenido que asistirme de los textos de criminología, psiquiatría forense, sociología, psicología criminal y otros. He procurado no ser un improvisado en estos menesteres. De cara a los vientos que soplan anunciando reformas penales extremas, me parece oportuno decir lo siguiente:
¿Pena de muerte? ¿De qué estamos hablando en este país que se denomina mayoritariamente cristiano o católico? ¿Acaso conocen los que gesticulan el discurso del radicalismo o nihilismo penal cómo ha funcionado este tema en otras latitudes? Creo que no hay conciencia del tema que se trae entre manos.
Media en el discurso de la pena de muerte toda una irracionalidad, una sombrosa ilogicidad. Ella, la pena de muerte, da muestras palpables de admisión del fracaso y de la incapacidad del Estado para enfrentar el problema –la cuestión eidética- del crimen. Transita en dicho planteamiento una especie de “dar muerte al criminal, se acaba la amenaza” o “muerto el perro, se acabó la rabia”. No es cierto que ello sea así. Pues a nadie se le ocurriría negar las causas, la auténtica sociopatía, del problema criminal: deficiencias en la enseñanza –educación e instrucción-, deserción escolar, abandono de hijos e hijas, pobreza y pobreza extrema, descomposición hogareña y familiar, desempleo, en fin.
Un país que cierra sus puertas al debate racional de sus problemas, termina dando cuenta de frustraciones irredimibles y cuyos costos sociales son terribles. ¿Preguntamos, ha acabado el crimen atroz en los Estados de la Unión Norteamericana en donde aún subsiste la pena de muerte? Desde luego que no.
¿Aumentos de penas? Otro grande engaño. En una sociedad que se repute ser portadora de un asistencialismo social, todo empieza por hacer seria lectura de cómo se encuentran, en qué estado de carencias se hallan los niños, los jóvenes y los adultos. No es nada novedosa aquella porción bíblica que pregona: “Instruye al niño en su camino y aún cuando fuere viejo no se apartará de él”. (Libro de Proverbios 22:6). No han fracasado nuestros muchachos, sino nosotros mismos.
Necesitamos replantearnos, como personas, como familias y como sociedad, aquellos viejos sintagmas que formaron el espíritu y la forma de ser de esta nación, de aquellas generaciones que dieron lustre, brillo y resplandor, a una nación que aunque pequeña en su territorio, es grande en su destino. Empecemos por casa moldeando la mente y el espíritu de nuestros niños y niñas y no sucumbamos ante la ola perversa de superficialismo y vaguedad –la llamada cultura relativa- que inunda las cabecitas de ellos y de cientos de miles de jóvenes que caminan por esta vida sin rumbo y sin metas.
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