Panamá
Poesía a una capital
- Alonso Correa
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No tiene sentido vivir sin sentido, así como no tiene razón navegar sin destino, porque a la mar, así como a la vida, le gusta naufragar al navío perdido.

¿Qué es un hombre ante un bosque de arena y cemento?, ¿qué hacen los corderos cuando van al matadero?
Árboles de concreto ocultan el horizonte. La Luna asoma, el Sol domina, la ciudad, intranquila, sigue viva.
Oleaje pesado, pasos agigantados, él se rasca el bolsillo, ella se quita el anillo. Una congregación de pecados, una multitud de bendiciones. Los dedos humanos se extienden hacia el cielo, queriendo arrebatarle el espacio a las nubes. La frígida vergüenza se resbala, la ira ladra y el amor resuena, todo en la misma esquina.
No tiene sentido vivir sin sentido, así como no tiene razón navegar sin destino, porque a la mar, así como a la vida, le gusta naufragar al navío perdido.
Una lata que vuelo bajo tierra, vomitando masas de reducidos exacerbados. Lobotomizados, los cuerpos marchan, al son de una orquesta de defraudados. Entran, salen, suben, bajan. Se pegan, se alejan, pero todos llegan a donde su destino les ha mandado. Porque no importa la lejanía, el vuelo de una lombriz albina recorta el tiempo por poco dinero. Muchos anduvieron como topos, saliendo de la mina, asaltando la superficie. Soldados de una guerra ya perdida, se enfilan para atravesar las verjas del Estado, profundas raíces de control.
No tiene sentido vivir sin sentido, así como no tiene razón navegar sin destino, porque a la mar, así como a la vida, le gusta naufragar al navío perdido.
Desperdigados pensamientos nos dividen. La atención reunida, la desatendida vida, se pasea frente a nosotros como una hoja otoñal. Caen los segundos dentro del túnel, se tensa la cuerda, se acorta la salida.
El pueblo grita por una imagen que llegue desde el cielo. '¡Santiago!', gritan los enojados para frenar la invasión extranjera. '¡Santiago!', exclaman desde el fondo hacia las estrellas. La ciudad, muda, se revuelve contra la tiranía. De rojo se tiñen las avenidas, de gualda estallan las aceras. Se convocan, se movilizan, se unen, cuáles hormigas, las multitudes se reúnen bajo murallas de gas.
No tiene sentido vivir sin sentido, así como no tiene razón navegar sin destino, porque a la mar, así como a la vida, le gusta naufragar al navío perdido.
Pero la colonia se desmorona, muy poca cohesión, muy poca pasión, ya se han acabado los días de desenfreno, de jolgorio y de muerte. Hoy, en este capullo de verdes espejos, solo queda el desdén de las cenizas, el tenebroso recuerdo de un frenesí bautizado con llamas, sangre y lágrimas. Él sonríe, ella lo mira.
clamor de mil dioses se hace presente, se percibe en la calle, las luces cambian, la sangre de los palos tropicales ruedan, las cebras se disuelven en la brea. No tiene sentido vivir sin sentido, así como no tiene razón navegar sin destino, porque a la mar, así como a la vida, le gusta naufragar al navío perdido.
Y de nuevo, me pierdo en la inmensidad de una selva de cristal. Una jaula de vidrio, acero y argamasa. Buscando sentido en el sinsentido, queriendo encontrar la solución a un laberinto. El turbante recubre el cielo, se liberan las cadenas, las nubes de algodón se calcinan bajo el sol y dejan detrás la ceniza residual.
Como un llamado primitivo, el hogar enciende la llama del regreso. El camino se automatiza, el viaje se olvida. La serena persecución de secuencias de vidas pasadas te siguen paso a paso y pasadas las muecas del ayer, el mañana se deslumbra bajo la sombra del ladrillo. Pero la idea sigue pendiente.
No tiene sentido vivir sin sentido, así como no tiene razón navegar sin destino, porque a la mar, así como a la vida, le gusta naufragar al navío perdido.
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