Panamá
Rompe cadenas
- Monseñor Rómulo Emiliani
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- opinion@epasa.com
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Las cadenas siempre han sido un signo de autoridad, poder, justicia y muchas veces de atropello a la dignidad humana. Ya solo se usan en cárceles de máxima seguridad, y solo para trasladar por seguridad a un detenido de un lugar a otro. Y lógicamente cuando detienen a alguien y de manera temporal.

Las cadenas se han usado desde que el hierro se convirtió en algo usual para sujetar las manos, los pies y en ocasiones llevar arrastrando una tosca bola de metal, y así mantener a los presos bien controlados. Se sabe que en prisiones primitivas a veces el hierro se incrustaba en la piel del reo, provocando infecciones hasta mortales. Se sujetaban en las paredes las cadenas dejando inmóvil al preso por días, teniendo el pobre que hacerse sus necesidades allí, y pasando fríos y calores horribles.
Las cadenas siempre han sido un signo de autoridad, poder, justicia y muchas veces de atropello a la dignidad humana. Ya solo se usan en cárceles de máxima seguridad, y solo para trasladar por seguridad a un detenido de un lugar a otro. Y lógicamente cuando detienen a alguien y de manera temporal.
Pero hay cadenas que llevamos en el alma y nos paralizan. Y no hay manera de quitárnoslas. Odios, rencores, envidias, soberbia, vanidad, codicia, avaricia, son diferentes cadenas pesadas que nos atan de pies y manos. Son invisibles y bien pesadas; nos sujetan a situaciones mentales y emocionales tremendas. Nos hacen realizar actos muchas veces vergonzosos, como acaparar fortunas mal habidas, levantar falsos testimonios y calumnias graves, despreciar a personas que consideramos inferiores a nosotros.
Nos convierten en ocasiones en monstruos. Esas cadenas son reales. Y más fuertes y mortales que las de metal. Cuántos homicidios, robos, conflictos graves familiares, contiendas sociales y trampas, engaños y difamaciones se han cometido por estar las cadenas maniatando el alma de las personas.
Hay que tomar conciencia de las cadenas que tenemos. Eso es obligatorio. Ser sinceros con nosotros mismos. Saber el daño que estamos haciendo. Proponerse romper esas cadenas. Eso implica un gran deseo, una intensa voluntad, una fe inquebrantable en el poder divino, perseverancia en la lucha y mucha paciencia. Sorprenderse a uno mismo siendo soberbio, codicioso, o envidioso, y verse como un imparcial juez, vigilante, o supervisor de un sujeto que soy yo; observar la manera que me comporto, y viendo las consecuencias de mis actos, es una acción muy positiva y me ayudará a buscar la manera de romper mis cadenas. Es sano, sin caer en un complejo de culpa y rechazarme, verme y sentir repugnancia y asco de lo que siento y hago. Porque esas cadenas son en extremo peligrosas. Y mientras más pasa el tiempo más me tienen sujeto a esos hábitos que tanto daño hacen.
Para eso hay que pedirle al Señor nos libere de esas cadenas. Pronunciarlas en la oración y suplicarle que nos dé la fuerza para romperlas. Oración personal, Eucaristías, lecturas de la Palabra, confesión, todo eso vivirlo para ser libres.
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