Iglesia
Simbología: los íconos religiosos y cristianismo
¿Qué son los íconos? En términos muy básicos y sucintos, no son más que signos que pretenden representar algo en especial, cuya sola figura o imagen debería
¿Qué son los íconos? En términos muy básicos y sucintos, no son más que signos que pretenden representar algo en especial, cuya sola figura o imagen debería evocarnos toda una serie de significados asociados a nuestro orden social. Lo que es perfectamente el caso de los símbolos religiosos, llamémoslos monumentos antropomorfos de santos o patrones; la cruz del señor (en todos sus tamaños, materiales, formas y colores); las estampillitas y relicarios de devoción; entre una amplia gama de artefactos religiosos que, según se cree tradicionalmente, nos acercan a la divinidad.
Históricamente hablando, los íconos religiosos no han sido más que el artificio material (simbólico) por medio del cual, desde la edad media, la Iglesia católica ha ejercido y logrado acercar a un gran número de personas al dogma cristiano. Así, en las primeras comunidades cristianas se utilizaba la imagen de un pez como símbolo que permitía al creyente identificarse con su fe. Luego, a finales de la antigüedad, este ícono fue reemplazado por la de una cruz, la cual pretendía, ante todo, ser una suerte de recordatorio del sacrificio de Jesús, al tiempo que generaba toda una cosmología distintiva de lo católico o universal, en detrimento de otras sectas cristianas como los cataros y los maniqueos (no usaban íconos).
Por otra parte, dada a la necesidad de crear un mundo cristiano en la heterogenia Europa del medioevo, la Iglesia católica destacó la figura de algunos hombres venerables a los cuales transformó en santos, lo que iba en total consonancia con la racionalidad de estos tiempos, en donde la figura del caballero o héroe era ensalzada y, sobre todo, representada en monumentos; creando, de esta manera, un imaginario de trascendencia. Ya no eran hombres, sino semidioses o entes divinos, a los cuales se les podía pedir consejos y milagros, además de que tenían seguidores y hasta logias.
No obstante, esta suerte de dependencia entre lo humano y lo sagrado, lejos de haber creado condiciones genuinas de espiritualidad en los feligreses, ha degenerado en una pragmática ritualista; una
suerte de recetario dogmático en el que los fieles han terminado no venerando la simbología que evocan los íconos, sino en cambio, transformando su esencia en una especie de ídolo judeocristiano. Por esta razón, los iconoclastas (ruptura con las imágenes religiosas) del imperio bizantino de oriente se opusieron a esta práctica muy difuminada en occidente.
La Iglesia católica, por otra parte, ha identificado este mal de la tradición (del cual en parte son culpables), y han optado (en muchas iglesias) retirar poco a poco los íconos religiosos. Sin embargo, desmantelar todo un imaginario antropológico que ha sido cristalizado por la costumbre no es tarea fácil; más aún, cuando es compartido, sociológicamente hablando, por un gran número de feligreses que componen diferentes grupos sociales e identidades de género y étnicas, pero que han sido socializados bajo los mismos principios socioculturales constituidos por el culto a los íconos.
La elaboración de íconos mágico-religiosos es una práctica común en la prehistoria de la humanidad y en ciertas tribus aborígenes (totemismo); lo cual demuestra, lejos de contradicciones, que los seres humanos casi siempre han creado íconos para relacionarse con la idea de la divinidad. Sin embargo, con el cristianismo esta relación entre objeto religioso y espiritualidad es irrelevante, ya que según la creencia, nuestra comunicación con Dios no requiere de intermediario.
Así, estos significantes (lingüísticos y materiales), aunque parezca extraño, determinan muchas veces nuestras ideas y comportamientos con referencia a lo cristiano (en términos de las enseñanzas de Jesucristo), ya que edifican una lógica engañosa sobre cómo tributar o agradecerle a Jesús por su trascendental sacrificio. Ya desde el antiguo testamento, Dios padre había hablado sobre el culto a las imágenes como una práctica que no abalaba.
Parece evidente que la mejor manera de alcanzar a Dios, la redención, y propagar la buena nueva del reino (mensaje de Jesús) sería por medio del amor al prójimo y no por la supuesta mediación de íconos religiosos, que a pesar de ser muy significantes para gran parte de la humanidad (su sola presencia genera emociones existenciales), carecen no solo de las potencias espirituales que se les asocian; sino además, son inútiles para ejercer un cristianismo cónsono.

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