Panamá
Sísifo III
- Alonso Correa
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Porque la aceptación del Absurdo es, ante la noción de saber que nada tiene sentido, la única salida de esta bifurcación en la que se estaba encerrado.

Ahora estamos encerrados en esta encrucijada, sin ninguna vía de escape, sin una salida de emergencia. Ahora, enfrentados ante la cruda realidad del Absurdo, ¿qué más nos queda?, ¿qué más tenemos por hacer?, ninguno de los callejones llevaban a algún sitio. Nos encontramos estancados en el lugar, abandonados de toda esperanza, incapaces de hallarle el sentido de una vida que jamás lo tuvo. Ahora, encerrados entre la muerte, literal y metafórica, reflexionamos sobre el castigo del rey Sísifo. Del ladino regente que engañó hasta a la muerte misma. Condenado a repetir, penitente, un castigo fútil e irrelevante por toda la eternidad.
Pero, tal vez Sísifo, encerrado en la reiteración de su sentencia, al igual que los que recorren hoy esta encrucijada, se encuentren con una solución que podría desempolvar la esperanza ya perdida y retornar la brillante luz de la alegría a la vida del absurdista. Así como concluyó Camus, esta cuarta salida de la intersección está escondida frente a los ojos del desesperado, oculta a plena vista. Y es que esta vía no solo podría atraer una renovada visión de optimismo al diario accionar de un individuo inundado por el Absurdo sino que además, así como Sísifo ante el castigo de los dioses, convertiría el castigo mismo en un espejo de certidumbre que reflejaría la virtud de un futuro consciente.
Porque la aceptación del Absurdo es, ante la noción de saber que nada tiene sentido, la única salida de esta bifurcación en la que se estaba encerrado. Porque una vez que Sísifo lleva el peñón hasta la cima y le sonría a sus verdugos antes dejar caer la pesada piedra hasta el pie de la montaña para de nuevo repetir su labor, el castigo se convierte en penitencia para sus victimario, una vez que se acepte la inevitabilidad del Absurdo consciente, este deja de ser un peso para el individuo.
Pero esta aceptación no debe convertirse en resignación, esta aceptación no es una visión de desinterés ante la condición en la que se encuentra el recluso de estas calles. Porque al Absurdo hay que enfrentarlo, rebelarse ante él una y otra vez, día tras día, consciente de que sigue ahí presente frente a nosotros y aunque la propia existencia del que deambula por estas callejuelas se muestra inalterada, nunca se deberá perder el desprecio ante el Absurdo, no se le deberá dejar ganar.
Al Absurdo se le combate con empuje y cabeza, con la espada del hombre rebelde, demostrándole en cada segundo que no se le deje ganar, aún cuando la vida no tenga ningún sentido, aún cuando las acciones metronómicas de la cotidianeidad sigas su curso, el no sucumbir ante las otras vías de esta encrucijada es, en ese nimio acto de decisión consciente y activa, el mayor ataque ante el Absurdo. Porque la vida, sin el grueso velo de la insustancialidad de las acciones, se aleja del absurdo. La vida, con el disfrute de los minúsculos momentos de plena percepción del momento, elimina, por un preciso segundo, el Absurdo, borra las vías que retienen al castigado.
Y es que el premio, el trofeo por haber descubierto al Absurdo, haberse enfrentado y rebelado ante él es la libertad plena, es la ruptura de las cadenas que mantenían cautivo al propio absurdista. Porque el individuo inconsciente del Absurdo, fatuo y cándido, alardea de la falsa ilusión de una libertad esclavizado. Cree, por desconocimiento, que sus actos, guionizados y dirigidos por el Absurdo, son suyos, pero aquel absurdista consciente que revela y se rebela ante el Absurdo puede y debe utilizar esta nueva noción de su situación para liberarse de sus grilletes y alcanzar una libertad plena.
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