Panamá
Sobre el aislamiento político del hombre moderno
- Arnulfo Arias O.
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- opinion@epasac.om
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El ciudadano no dispone voluntariamente, no delega ni le otorga a otros nada en realidad, porque la conciencia de poder está, la mayor de las veces, completamente ausente en él; sí, se siente alienado e impotente ante el curso de eventos en los que parece no tener intervención alguna y las protestas se asimilan, en alguna forma, a los llantos del infante que, encerrado en los barrotes de su cuna, las pretende reventar con sus demandas infantiles, que parecen justas, pero que no puede dirigir en realidad.

Así como puede haber una convención sin contrato, no puede haber un contrato sin convención. Por contrato, me refiero a ese compromiso real, factible y realizable, que da a la parte a la que se le ha empeñado un derecho de exigir su cumplimiento. ¿Cómo deberíamos, a la luz de ese precepto, catalogar ese género de obligaciones políticas, que se dan en medio del calor de las campañas, que se vociferan en los podios, ardorosamente, que se escriben con la tinta de promesas incumplidas? ¿Son convenios meramente o serán en realidad contratos? Mal se ha definido como un contrato social el acto por el cual se le delega a otros la capacidad de gobernar por ellos. Debió definirse, seriamente, como un convenio social, como una delegación voluntaria que no podrá ser retribuida propiamente y que carece de un derecho real de exigir a cambio el cumplimiento. Se debería reformular ese concepto hoy día.
El ciudadano no dispone voluntariamente, no delega ni le otorga a otros nada en realidad, porque la conciencia de poder está, la mayor de las veces, completamente ausente en él; sí, se siente alienado e impotente ante el curso de eventos en los que parece no tener intervención alguna y las protestas se asimilan, en alguna forma, a los llantos del infante que, encerrado en los barrotes de su cuna, las pretende reventar con sus demandas infantiles, que parecen justas, pero que no puede dirigir en realidad. Tras esa caída larga y muy constante de una gota se va debilitando la dureza de la roca al fin; igual ha sucedido al hombre moderno, al ciudadano que sólo expresa participaciones esporádicas en los destinos nacionales por medio del sufragio y que, después, queda condenado a ser únicamente un convidado de piedra, pero de una piedra sin firmeza, debilitada, resquebrajada por esa idea constantemente inoculada en él de que el poder y su ejercicio no le pertenecen.
Mudo, pero enfurecido, comienza a utilizar extremidades que carecen de la inteligencia y de control, para protestar. La crítica voraz, pero inútil, se convierte en daga endeble, fina y predilecta de los ciudadanos; un arma que no llega más que a la epidermis del problema, y que mucho menos tiene la capacidad de darle soluciones esperadas. Entonces vemos las naciones recubiertas de pequeñas cicatrices múltiples, que jamás se someten propiamente a cirugía completa encaminada a extirpar las causas reales de tragedias colectivas en la sociedad.
¿Hacia dónde nos encaminamos, ejerciendo así la frustración inútilmente, como quien da un portazo para hacer expresa su molestia y su impotencia? Ante este mundo actual, que podría hacernos más dispersos de lo que jamás hemos estados, o más unidos de lo que hubiéramos podido estar jamás, corresponde a cada cual hacer una medida responsable de su compromiso con la sociedad. Las herramientas están dadas; en segundos podemos formular nuestra opinión al mundo, ya sea cargada de una virulencia inútil hacia la política y políticos, o haciendo de ella una verdadera idea estructurada, que se encamine hacia las soluciones nacionales. También está la opción de hacernos nuevamente de herramientas de pelea tan crudas y pesadas como la inocente piedra; pero esa destrucción no solo derriba lo que se construye, sino que rompe siempre los cristales claros de la razón propia, que son con creces muchos más valiosos que cualquier muro o edificación.
En la capacidad de pensar, y de pensar en forma responsable, está tal vez la clave de la responsabilidad moderna y, probablemente, de la participación real en los factores de poder, que encaminan los destinos y los rumbos de una nación. El aislamiento es un camino muy contrario y es extremo de un empozamiento insano para el hombre, que termina por mermar cualquier iniciativa encaminada a mejorar la sociedad en la que se vive.
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