Panamá
Sobre la experiencia de la vida en el hombre
Es decir, que consuma grasas saturadas, alcohol, que fume y envenene a diario sus pulmones, que se autoflagele con el uso de las drogas, que lleve una vida sedentaria frente a la pantalla de su ordenador, que viva consumido por la angustia y la insatisfacción personal por el trabajo que realiza, que no tenga una relación estable o enriquecedora.
- Arnulfo Arias O.
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- - Actualizado: 25/10/2022 - 12:00 am
Pocas veces prestamos atención a la certeza estadística del negocio de los seguros, que hacen una apuesta calculada sobre la enfermedad y muerte de los asegurados. Un hombre que no fuma, no toma, come moderadamente, hace ejercicio, mantiene una pareja estable y se dedica a una actividad que lo recompensa por su esfuerzo, tendrá una mayor expectativa de vida que aquel que haga todo lo contrario. Es decir, que consuma grasas saturadas, alcohol, que fume y envenene a diario sus pulmones, que se autoflagele con el uso de las drogas, que lleve una vida sedentaria frente a la pantalla de su ordenador, que viva consumido por la angustia y la insatisfacción personal por el trabajo que realiza, que no tenga una relación estable o enriquecedora.
Todos esos factores matemáticos aumentarán o restarán años de vida, y las grandes aseguradoras saben que ese sujeto consumido por los malos hábitos vivirá menos, por lo que pondrán un tope de tiempo calculado para que pueda cobrarse cierto tipo de pólizas, sabiendo que si sobrepasa el asegurado de ese tiempo determinado, posiblemente perderían la apuesta.
Uno de los negocios más lucrativos en el mundo juega a las apuestas, como si fueran las carreras de caballo, pero son los hombres los que caminan, galopan, corren o se matan en la pista, sin sospechar que son otros los que siempre se llevan ese premio. Esa inconsciencia de la brevedad de la existencia debería en realidad hacernos mejorar la calidad de vida; por supuesto que en nuestras ciudades no podemos gozar ya de los remansos de tranquilidad que cada vez son más escasos, pero sí podemos dar más calidad y más valor a los momentos más preciados de la vida. Me refiero a los momentos que dedicamos al oficio o la vocación, por humilde que esta sea; o al tiempo que podemos compartir con esos seres queridos que, a pesar de la carrera salvaje, el consumismo y mercadeo indiscriminado de hoy, se preocupan por nosotros, dentro de ese círculo que cada vez se estrecha más y más. No dejemos, como padres, que sean las redes las que críen a nuestros hijos, por ejemplo. Largas horas pasan frente a esos monitores, consumiendo todo tipo de alimento del saber, sin poder discriminar a veces si es veneno o es nutriente lo que se abre pasos a sus mentes.
La tarea de ser progenitores no es la misma que la de ser padres. Por eso, valoremos los momentos que debemos dedicar a esa tarea porque no habrá desperdicio alguno del segundo, del minuto o de la hora escasa que hoy podamos dedicarle a nuestros hijos. Todo nos lleva a pensar, entonces, que si bien son más y más escasos los momentos dedicados a la propia vida, más que a la existencia misma, será la calidad y no la cantidad la que al final incline la balanza. Igual puede decirse de momentos especiales que se debe dar a la pareja, a los amigos y hasta a las mascotas del hogar, que forman parte de ese circulo gratificante y expansivo de los hombres.
El trabajo, por duro que sea, por frustrante que se pueda convertir, especialmente en nuestra América Latina, donde cientos de miles no pueden escoger su vocación u oficio, sino que se hacen presas de cadenas de productividad ingrata, de labores informales de sustento básico, por no decir supervivencia, debe ser visto como fuente de compensación y no como una cámara de los dolores y torturas de la vida.
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