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Sobre la extinción global de los insectos

Recomiendo la lectura de un artículo reciente de Elizabeth Kolbert, publicado en National Geographic bajo el título ¿A dónde se han ido los insectos?

Arnulfo Arias O. | opinion@epasa.com | - Actualizado:

Sobre la extinción global de los insectos

Recomiendo la lectura de un artículo reciente de Elizabeth Kolbert, publicado en National Geographic bajo el título ¿A dónde se han ido los insectos? Saber que los insectos están desapareciendo en una carrera precipitada de extinción global, no deja de perturbarme.

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Estudios científicos demuestran que hace solo unos cuarenta años había muchos más insectos que hoy en día; pero los cambios climáticos y el uso indiscriminado de químicos y pesticidas, han tenido como consecuencia la caída abrupta de esas especies en el árbol decadente de la vida, que se deshoja ante nosotros.

Pareciera absurdo que uno se preocupara por la desaparición de plagas de insectos que desde la consciencia más primitiva del hombre se han tratado, más bien, de erradicar de su vida, de su hogar y de sus alimentos; pero, como advirtió el reconocido biólogo Edward Wilson, si el hombre simplemente desapareciera de la faz de la Tierra, todo el medioambiente retornaría a ese balance natural que reinaba hace unos 10,000 años; pero si los insectos desaparecieran, se desataría muy pronto el caos para la vida en el planeta.

Los necesitamos más de lo que ellos nos necesitan a nosotros, por lo que no se trata de un tema de empatía sentimental, sino de mera supervivencia. Si bien no parece un tema de preocupación mundial, tomemos en cuenta que el estudio científico que develó estos descubrimientos fue el sexto más leído en el mundo, cuando se publicó en el 2017.

Hace un tiempo, mientras mi hijo pequeño y yo tomábamos un baño de playa en Santa Clara, nos pasó muy cerca un banco de peces luminosos, como rayos que destelleaban bajo la claridad del agua. Al verlos, mi hijo quedó absorto y me dijo sorprendido Papá, hay vida aquí;. La extinción no es una venganza del hombre hacia las demás especies, sino de las especies hacia el hombre.

Llega el momento en que sus sistemas, respondiendo a mecanismos naturales de defensa, dejan simplemente de reproducirse, hasta el punto que su población decae y desaparece de la Tierra y de nuestra memoria colectiva.

Para ellos, es parte de la ley de la existencia y, en realidad, solo cambiarán de forma y de caparazón, porque nunca presumieron ser distintos de lo que los rodeaba; pero para el hombre, es como si perdiera una parte de consciencia y, si le toca presenciar la desaparición, como le ha tocado a la generación nuestra, anidarán en él los golpes de nostalgia y extrañará lo que ya fue y que no será jamás.

Los que nos preocupamos por ese desfallecimiento en la naturaleza, comenzamos a extrañar las formas de vida a las que uno, como niño, se solía aferrar: los cantos temblorosos de cigarras, melodías acústicas de grillos, zumbidos claros de abejas y abejorros, que nos eran familiares todos. Esa lenta pero progresiva pérdida, como una vida que desangra lentamente, nos genera angustia a muchos y nos debería inquietar a todos.

Tal vez la fibra misma de la vida en el planeta, de la que nos hemos divorciado ya, comienza a reaccionar de una manera simple, imperturbable, pero al final caótica para nosotros. Como si tuviera el ansia de expulsar un cuerpo extraño haciendo espasmos de una tos ronca que nosotros simplemente decidimos ignorar. No sé de qué le sirve al hombre hacerse de proyectos ambiciosos motivados por el largo plazo si no habría ya un escenario en que se desarrollen; parece como la actuación del mercader ese afanoso de la biblia que, con entusiasmo, pasa la noche en vela haciéndose a sí mismo del propósito muy firme de expandir esos graneros, pero que antes del amanecer recibirá el llamado inquisitivo del Creador.

La inconsciencia es el peor licor del hombre, y todo lo que la destila es un veneno que lo aturde, porque lo convierte en el irresponsable marinero que, sentado en una barca que se hunde, decide simplemente echarse en la cubierta a tomar sol, sin saber que no habrá luego forma de lucirle ese bronceado a nadie, porque se ahogarán con él sus ambiciones.

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