Panamá
Sobre las compensaciones de la vida
- Arnulfo Arias O.
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No te desanimes cuando toquen a tu puerta los pesares, las malas experiencias, los dolores claros de este caminar por la existencia, porque en ellos siempre duerme agazapada por lo menos la esperanza de aprender.

La vida da múltiples regalos, peros su generosidad no es compensados por nosotros con la aceptación; esos regalos no vienen siempre envueltos en el forro que deseamos o nos gusta. Se parecen tanto a esos instrumentos silenciosos, relegados en alguna esquina y que, al tocarlos, nos suenan siempre discordantes, porque no hemos hecho la tarea de las lecciones que nos harían tocar en ellos melodías apreciables. Esos regalos no serán siempre bonitos, ni vienen revestidos con el lujo que esperamos; pero son al fin regalos todos. Son presentes y son bendiciones de la vida que a veces llegan disfrazados muchas veces por el sufrimiento y la desesperanza, por la pena o el dolor, pero el sabio sabe el potencial dormido que hay en ellos y reconoce bien esas lecciones de la vida que yacen muy profundas y que exigen un esfuerzo de la reflexión para extraerlas.
No te desanimes cuando toquen a tu puerta los pesares, las malas experiencias, los dolores claros de este caminar por la existencia, porque en ellos siempre duerme agazapada por lo menos la esperanza de aprender. Son como maestros indeseadas de la infancia nuestra, cuyo rigor solo venimos a apreciar habiendo madurado ya con el transcurso de los años; o como las lecciones tan severas de los padres, encaminadas solamente a que podamos evitar males mayores dentro del proceso diario de ese crecimiento obligatorio.
Para sembrar bien la semilla, se hiere el suelo con el filo de los surcos; y la tierra recibe esas heridas sin quejarse y hasta nos regala luego con el fruto de lo que se ha sembrado. En su sabiduría más milenaria que los hombres, ha aprendido que nada crece sin esfuerzo, que ninguna forma podría evolucionar haciendo matrimonio indisoluble con caparazones muertos de la vida.
Hasta la mariposa sabe que, dormida en la crisálida y su envase rígido y oscuro, palpita viva la esperanza de crecer, siempre que se asuma el reto y sacrificio de dejar atrás lo que no sirve ya. Lo que aplica para la naturaleza, es una regla universal que abarca al ser humano, exigiéndole el apego a su rigor.
En su obra, El Hombre en Busca de Sentido, Victor Frankl nos despliega esa lección de cómo usar cualquier regalo de la vida que en principio nos parezca despreciable. Como un Job moderno, cayeron sobre él la más desagradables experiencias que podría sufrirse en esos campos de concentración nazi. Luego de tres años de haber sido despojado de todo, hasta de sus propias cejas y de su bello corporal, que eran afeitados en todos esos hombres y mujeres, para hacerlos ver el grado de dominio del captor sobre sus víctimas, luego de sufrir en carne propia la separación sentida de su esposa, que fallece lejos de él en otro cautiverio riguroso, y de ser testigo del más grande abismo de la atrocidad humana, perdonó aún así a sus captores y se perdonó a sí mismo, sobre todo. Supo aprovechar, con una amplia y detenida red de reflexión y de sabiduría, todos los regalos poco placenteros que le dieron los océanos de la vida. El pescador sabe, y sabe bien, que no todo lo que le da el mar es comestible y que, al aflorar las redes de su pesca, debe simplemente retornar pacientemente todo aquello que no pueda consumir. La semilla de ese odio previsible no hizo crecimiento en Víctor Frankl, sino que supo cosechar el fruto de la bendición más grande de los hombres: la sabiduría; y la pasó, por medio de sus quietas reflexiones, a los que vendrían después de él.
No pasemos por la vida, entonces, sin hacer aprecio reflexivo de todas esas circunstancias que nos llegan a nosotros día tras día. Sepamos apreciar la noche y su cortina oscura como la promesa de los días más luminosos por venir.
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