Análisis
Testimonio de mal gobierno
No se le puede pedir al pueblo que no hable, que no critique, que no vierta su propio y vivencial testimonio en los medios de comunicación o en cualquier escenario, y contra ese testimonio proceder a la diatriba e indisposición que baja desde la misma matriz del gobierno urdiendo casos encendiendo la llama de la persecución o indisponiendo o atacando.
- Silvio Guerra Morales
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- - Publicado: 09/11/2018 - 12:00 am
Como dice el viejo adagio: "No se puede tapar el sol con la mano".
Es una verdad de Perogrullo, incuestionable.
Así sucede, lo mismo, con los fenómenos sociales en los que una gran muchedumbre se convierte o pasa a ser de sujetos pasivos de las malas gestiones de los gobiernos a un gran colectivo de testigos directos y oculares en contra de quienes le han administrado la cosa pública.
Son testigos que cuando se presentan o se asoman a la tribuna pública pueden dar fe de hechos y circunstancias por las que atraviesan merced a una pésima o mala gestión gubernamental.
Por ello, con conocimiento propio, con experiencias vividas, pueden hablar de lo mal que está el transporte público; la carencia o ausencia del líquido vital en no pocas barriadas y sectores de nuestro país (antes esto solo sucedía en la urbe capitalina y sectores aledaños, hoy día suele ser igual en provincias impensadas: Chiriquí, Coclé, Veraguas, Herrera, etc.); no dejan de hablar o de comunicar cuestiones relativas al desempleo, el alto costo de la canasta básica, los altos costos de los arriendos o alquileres; lo costosas que están las viviendas, los apartamentos; y una de las cosas que estos testigos inclaudicables, irretractables, suelen invocar, como cosa que nos da a pensar es lo concerniente a que en este país siempre se habla de tantos millones y millones de dólares; sin embargo, no permean en el pueblo y se imposibilita dar testimonio de que las condiciones de vida de los panameños hayan mejorado.
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No, para nada. Seguimos, sin suda alguna, inmersos en un eterno corsi et recorsi (ir y venir) que ha venido marcando nuestra historia desde hace ya muchas décadas.
A veces reflexiono y llego a la conclusión de que nuestra historia y nuestro devenir pareciera estar marcado por un fuerte acento de egoísmo, de perversión, de los malos panameños, que solo piensan en sí mismos, aun cuando gobiernan, pero nunca en el bienestar de nuestra gente.
Llegan a los gobiernos, con el respaldo popular, para luego, decepcionar a quienes a través del voto los hicieron recipiendarios de la buena fe, de expectativas de un mejor mañana, de esperanzas, de logros y conquistas posibles tras falsas promesas de campañas políticas.
El pueblo les cree y termina decepcionado, lo mismo como el buen marido de la mala mujer o la buena mujer del mal marido; igual que la madre o el padre bueno del mal hijo (a).
Y este es un punto necesario que hay que tratar: el pueblo panameño no puede volverse a equivocar.
Aunque cabría preguntarnos lo siguiente: ¿se equivoca el pueblo o se equivoca el elegido?
No podemos correr y dar el voto al candidato o candidata que nos cae bien, o porque alguien nos dijo que diéramos el voto a tal o cual ciudadano o ciudadana; que hay que darle el voto a fulano o a fulana porque ese sí nos va a ayudar cuando gobierne; o que votemos por el señor o la señora tal porque hablan bien.
No, no puede ser así.
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Para mí, el voto solo lo puede merecer quien con sus ejecutorias acredite, de modo indubitable, una vida limpia y transparente de trabajo, de ocupación en los quehaceres nacionales; dé muestras incuestionables de ser una persona íntegra, que huela a pueblo (por tal característica debe entenderse la humildad para tratar y amar a nuestra gente, identificarse con sus traumas, dolores, frustraciones, vivir sus problemas, una conexión directa con el pueblo); que no sea hipócrita ni inclinado a lo material, a lo superfluo; que no apetezca ni ame lo banal o superficial y, sobre todo, mucha, pero mucha humildad.
Comparo al buen hombre con el buen campesino: noble, inclinado a hacer lo bueno; identificado con su familia; se hace solidario con los problemas de la comunidad; allí en donde haya que hacer una trocha él va y participa sin esperar nada a cambio; y si el vecino construye su rancho o su casa de bloques, ahí estará metiendo el hombro porque entiende que su vecino, más que quien vive al lado de él, es como su buen hermano.
El buen hermano en todo tiempo ama.
No se le puede pedir al pueblo que no hable, que no critique, que no vierta su propio y vivencial testimonio en los medios de comunicación o en cualquier escenario, y contra ese testimonio proceder a la diatriba e indisposición que baja desde la misma matriz del gobierno urdiendo casos, encendiendo la llama de la persecución o indisponiendo o atacando.
Cobardía es atacar al ciudadano, sin causa probada, desde las recámaras palaciegas del poder e instar a castigos inmerecidos y todo ello por dar un testimonio de mal gobierno.
Abogado.
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