Una palabra que encendió Asia. Parte I
- José R. González Rivera
- /
- Cirujano Subespecialista
- /
Una sola palabra bastó para sacudir el equilibrio estratégico del este asiático. Cuando la primera ministra japonesa Sanae Takaichi afirmó ante el Parlamento que un ataque o bloqueo chino contra Taiwán sería una amenaza para la supervivencia de Japón, no introdujo una idea nueva. Dijo en voz alta lo que durante años se había susurrado en los pasillos del poder. La novedad fue la franqueza. Al emplear ese término, dejó claro que Tokio podría justificar el uso de la fuerza fuera de su territorio.
La reacción de Pekín fue inmediata y reveladora. Medios oficiales acusaron a Japón de resucitar el lenguaje militar del pasado. Se lanzaron amenazas personales en redes sociales. Llegaron sanciones económicas selectivas, restricciones al turismo y un aumento de patrullajes en zonas disputadas. No fue una respuesta improvisada. Fue un reflejo automático ante la percepción de que un pilar de su estrategia regional comenzaba a resquebrajarse.
Durante años China ha apostado por aislar a Taiwán sin provocar una guerra abierta. Presión diplomática, coerción económica, ejercicios militares constantes y desinformación han buscado convencer a la isla de que la resistencia es inútil. La premisa ha sido que el tiempo juega a favor de Pekín. Sin embargo esa premisa ya no es tan segura. La identidad taiwanesa se ha fortalecido y las elecciones previstas para 2028 podrían consolidar un liderazgo que rechaza la unificación bajo condiciones impuestas.
La declaración japonesa rompe un cálculo delicado. Japón alberga bases estadounidenses esenciales en cualquier escenario de crisis. Al afirmar que la seguridad de Taiwán afecta directamente a la suya, Tokio envía un mensaje claro. Una escalada no sería un asunto bilateral entre China y la isla, sino un problema regional con implicaciones inmediatas para aliados clave de Estados Unidos.
Ese mensaje inquieta al liderazgo chino porque cuestiona décadas de esfuerzos por evitar una defensa compartida de Taiwán en Asia. Pekín ha intentado convencer a cada actor de que el costo de involucrarse es demasiado alto. La claridad japonesa reduce ese margen de ambigüedad.
Un ataque directo puede no ser inminente, pero el riesgo de agresión indirecta aumenta. Restricciones comerciales más severas, ciberataques contra infraestructura crítica o maniobras militares de cerco elevan la probabilidad de errores de cálculo. A ello se suma la presión interna sobre el Partido Comunista, que recurre al nacionalismo cuando enfrenta tensiones externas. Japón, por razones históricas, es un catalizador eficaz de ese sentimiento.
Nombrar el riesgo no crea el problema. Lo expone. El silencio nunca ha garantizado la paz. Al contrario, suele alentar a quien cree que la presión no tendrá costo. La franqueza de Tokio no cierra caminos diplomáticos. Señala que existen límites. En un entorno cada vez más volátil, esa claridad puede ser el primer paso hacia una estabilidad real.

Para comentar debes registrarte y completar los datos generales.