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Francia hasta la Revolución: una lenta gestación

Humerto Cornejo O. - Publicado:
Es difícil asignar a Francia una fecha de nacimiento: ¿habrá que elegir el año 496, con el bautismo de Clodoveo, rey de los francos, o 987 con el de Hugo Capeto, fundador de la dinastía que reinó en el país durante nueve siglos, o bien 1789, con la Revolución, cuando Francia se afirma como nación en un Estado ya constituido? Tanto los historiadores como los profanos discrepan con respecto a ese origen.

En todo caso, la comunidad nacional ha celebrado los tres aniversarios: los 1,5000 años de la conversión al cristianismo de Clodoveo, el milenio de la coronación de Huego Capeto y el bocentenario de la Revolución Francesa.

Y la pluralidad de las dataciones posibles muestra que Francia, como un ser vivo, se ha consituido lentamente, integrando múltiples aportaciones a partir de las cuales fue construyendo su identidad.

Ciertamente, la Antigüedad y la Edad Media no produjeron una Francia semejante a la que conocemos: a dines del siglo XV, el dominio de los Capétos se asemeja más a un archipiélago abigarrado que al Hexágono actual.

Pero esos largos períodos son esenciales, pues urdieron las tramas de la población y sentaron las bases de la organización del territorio, fijando el emplazamiento de la mayoría de las ciudades y de las redes de comunicación.

A partir de esos podos y de esos ejes funcionarán las solidaridades territoriales y se construirá el espacio francés, a través de guerras, anexiones, cesiones, herencias y casamientos.

En este largo proveso, algunas fases son esenciales; ante todo, la dominación romana, que extiende sobre el territorio galo una red de ciudades y rutas y establece un embrión de unidad lingüística difundiendo el uso del latín, la expansión medieval, durante la cual renacen las ciudades, proliferan las aldeas y se desarrollan los intercambios, entre los siglos XI y XIII.

En esta lenta emergencia, deben recordarse también las mezclas de poblaciones.

A los núcleos humanos prehistóricos, atestiguados por numerosos lugares,a lgunos de los cuales, como Lascaux, gozan de nombradía mundial, se sumaron las aportaciones célticas, las de los pueblos del Mideterráneo (griegos y romanos), las de los nómadas guerreros venidos de las estepas, como los hunos, las de los pueblos nórdicos y germánicos (vándalos, suevos, burgundios, alemanes y visigodos y, más adelante, las de los árabes y las de los vikingos).

Estos pueblos determinaron, en parte, las cepas de población de ciertas regiones pero, sobre todo, se fundieron en el crisol que se convertiría en Francia.

Es también durante este período cuando, bajo la autoridad de los capetos, se va constituyendo el territorio y se establecen las instituciones y la administración que lo rigen y lo organizan.

A este resepcto, fue decisiva la elección de París como capital: el territorio y el Estado emanado de él encuentran allí un centro en torno al cual se realiza la unidad de Francia.

Francis ea firma como nación con la Revolución de 1789.

El 14 de julio de 1790, durante la Fiesta de la Federación, delegados venidos de todo el país proclaman su pertenencia a la misma comunidad nacional.

El ideal proclamado entonces es el de la libertad de cada uno con respecto de todos, el derecho de los pueblos a disponer de sí mismos, instituciones hechas para garantizar el bienestar social.

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Estas aspiraciones, formuladas en la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano del 26 de agosto de 1789, son herederas del Hombre y del Ciudadano del 26 de agosto de 1789, son heredadas de la "filosofía de la Ilustración2 del siglo XVIII y están fuertemente impregnadas del pensamiento de autores como Montesquieu, que en El espíritu de las leyes (1748) sentó el principio de separación de los poderes ejecutivos, legislativo y judicial, o Jean-Jacques Rousseau, que desarrolló las nociones de igualdad política y de soberanía del pueblo en El contrato social (1762).

En estos textos se inspiraron en gran medida los redactores de la Constitución de Estados Unidos en 1787.

Los valores así exaltados aspiran a ser universales y pueden considerarse como fundadores de la democracia moderna.

Además, tendrán vasta repercusión y orientarán los movimientos de liberación nacional del siglo XIX, ants de ser ampliamente recogidos en la Declaración Universal de los Derechos Humanos adoptada por las Naciones Unidas el 10 de diciembre de 1948.

Pero estos principios no entran inmediatamente en vigor.

Si bien figuran, en gran parte, en la primera Constitución, adoptada por Francia en 1791, y más ampliamente aún en la de 1793, se necesitarán largo tiempo, numerosos combates políticos y luchas sociales para que se conviertan en derechos inalieanables.

La Primera República es proclamada el 22 de septiembre de 1792, pero la Constitución democrática emanada de ella en 1793 nunca será aplicada.

La guerra civil y los combates que hay que librar en todos los frentes contra los Estados europeos coaligados contra Francia desembarcaron en la instauración del terror, muy alejado de los nobles principios del 1789.

Después de la ejecución de Robespierre en julio de 1794, la Convención termidoriana (1794-1795) y el Directorio (1795-1799) llevan a la toma del poder por Bonaparte, Cónsul de 1799 a 1804 y luego Emperador de los franceses.

A la monarquía, abolida en 1792, sucede el Imperio, muy diferente por sus estructuras y su organización, pero en cuyo seno los franceses vuelven a ser súbditos, como en el pasado, después de haber sido efímeramente ciudadanos.

Durante las guerras de la Revolución y del Imperio, Francia trató de imponer su modelo y sus instituciones a una parte importante de Europa, pero la voluntad inicial de llevar la libertad a los "pueblos oprimidos", no tardó en convertirse en conquistas y anexiones: el "derecho de los pueblos a disponer de sí mismos" pareció entonces una fórmula bien vana.

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Francia pierde su Imperio en 1815, pero no por ello recupera la libertad y la democracia.

La monarquía es restaurada con Luis XVIII.

Carlos X lo sucede en 1824 y luego, a raíz de las jornadas revolucionarias de julio de 1830, Luis Felipe inicia un reinado de 18 años.

La revolución de 1848 instaura la Segunda República que, como la Primera, desemboca en un golpe de Estado, el de Luis-Napoleón Bonaparte, en 1851, y en la instauración del Segundo Imperio (1852-1870).

Bajos estos diferentes regímenes no se practica el recurso a los ciudadanos: hasta 1848 el voto es censatario, limitado, por consiguiente, a una minoría, y la expresión política de la masa se introduce en algunos episodios insurreccionales, rápidamente reprimidos.

Bajo la inestabilidad política, sin embargo, se van operando cambios de fondo, a través de los cuales se construye la Francia moderna.

De entrada, son de orden territorial y administrativo.

En 1789, la unidad administrativa de Francia estaba incompleta.

Francia estaba dividida en circunscripciones heteróclitas, aparecidas en épocas diferentes y que se superponían parcialmente: bailías, gobiernos, generalodades, Estados provinciales y países.

Tamaña complejidad llevaba aparejadas lentitudes y conflictos de competencias y entorpecía una gestión eficaz del país.

En este terreno, la Revolución y el Imperio perfecciona la obra centralizadora emprendida bajo el Antiguo Régimen.

En 1790, el territorio se divide en departamentos, subdivididos en cantones, que a su vez se descomponen en municipios: esta división sigue constituyendo hoy las entidades locales estables del espacio de vida de los franceses.

Bonoparte completa el dispositivo, confiriéndole coherencia y eficacia, mediante la ley del 28 de pluvioso del año VIII (17 de febrero de 1800), que instituye los prefectos y los alcaldes (estos últimos, actualmente elegidos, eran entonces designados por el poder).

En consecuencia, las circunscripciones administrativas son homegeneizadas sobre una base igualitaria, y el reclutamiento del personal por concurso sustituye por el mérito los antiguos privilegios.

También datan de estos períodos el nacimiento de verdaderos servicios públicos, el refuerzo del papel del Estado en la ordenación territorial, la creación de infraestructuras y el urganismo.

La voluntad unificadora implica asimismo el afán de crear normas y referencias comunes válidas en todo el país, que se manifiesta tanto por la institución del Código Civil como por el catastro sistemático de la propiedad y por la adopción del sistema métrico y la unificación de pesos y medidas: esta última decisión se ha vuelto hoy universal.

Por otra parte, el período que abarca desde la Revolución hasta el Segundo Imperio se caracteriza por un a profunda transformación de la economía y de la sociedad.

Aunque los trastornos padecidos por Francia entre 1789 y 1815 permiten que Inglaterra adquiera un indudable adelanto en materia económica, Francia entra también en la era industrial: la de las minas de carbón, la máquina de vapor, la metalurgia moderna, las grandes manufacturas textiles y el ferrocarril.

A este respecto, el Segundo Imperio constituye un período decisivo, sobre todo después de 1860: la democracia ha sido confiscada, el mercantilismo está en auge, y prosigue la aventura colonial emprendida en 1830 con la conquista a Argelia.

Pero el país registra hondas y rápidas transformaciones que harán de él una potencia moderna: desarrollo de la industria, creación de bancos y de grandes almacenes, que inauguran el moderno sistema de distribución, remodelado urbano, extensión significativa de la red ferroviaria, pública de repoblación forestal y de lucha contra la erosión.

Etc.

Pero si bien el auge económico es incontestable, el progreso social queda rezagado y, en esta primera mitad del siglo XIX, para el proletariado que se agolpa en las ciudades industriales, las condiciones de vida duras y la miseria aguda.

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