La injusticia de la pobreza
Publicado 2000/07/17 23:00:00
- Carlos A. Voloj Pereira
El concepto de justicia se va más allá de la mera idea que tiene el hombre de no actuar en contra de los principios naturales que tiene de no hacerle daño a los demás, ni tampoco, a él mismo.
La primera injusticia la comete Satanás cuando pierde a Adán y Eva en la consecuencia de ser ignorantes de lo que era el bien y el mal. ¿Qué llevó al primer hombre y a la primera mujer a ser víctima de esa injusticia del demonio al orillarlos a procurarse las vicisitudes de la vida al cometer el pecado original? De ahí que la injusticia, no es un producto sólo de la maldad y el egoísmo del demonio si no, más que todo, de la naturaleza humana. Por lo tanto, hay que admitir que el hombre es injusto en su esencia de carne y de la química de sus pasiones. La lucha contra la injusticia comienza dentro de la propia conciencia o discernimiento de los seres humanos, porque el hombre cuenta con la capacidad de poder diferenciar entre el bien y el mal. Caín fue muy injusto con Abel.
Existe la injusticia de las cosas. Esto es, lo que es injusto porque no hace bien al hombre cuando pudiera ser bueno lo que los otros produzcan para el bienestar de la humanidad. La injusticia se ve aún en la naturaleza: hacer inofensiva y vulnerable a la mariposa que no tiene manera de defenderse del picotazo de los pájaros ni de la voracidad de la mantis religiosa. Injusto es que el hombre contamine el agua que bebe y el aire que respira. Injusto es que mientras unos hombres viven en lujosas mansiones que no necesita para subsistir decentemente y que otros no tengan techo o vivan debajo de los puentes y en las cloacas. Podríamos continuar con una lista odiosa de las injusticias de los hombres para con los hombres. Con todo, limitémonos a la que juzgamos la mayor y más aberrante de las injusticias cual es, sin duda, la pobreza, porque la pobreza no tiene que ocurrir, no tiene que ser, no tiene que estrangular a nadie, ya que ella proviene del hombre y sus limitaciones espirituales y de convicciones de que Dios existe. Cuando los hombres se olvidan de Dios, ocurre la pobreza. El que piensa en Dios no permite que su prójimo sufra de hambre y de frío y de desesperación.
Pero la lucha contra la pobreza, es decir, contra la mayor de las injusticias; es una contienda para la cual no están estructurados muchos espíritus y muchas voluntades humanas. Se trata de una misión para los que creen reciamente en las enseñanzas de Cristo, el más pobre entre los pobres y el más rico entre los ricos. Se me ha hecho indeleble en mi pensamiento, todas las narraciones y recuentos que desde niño escuché acerca de la gran recompensa que recibirán los bienaventurados que han dado de comer al hambriento, de beber al sediento y de abrigar al que tiene frío. Pero nos produce terror y angustias supremas la realidad de que la canalla voracidad y la ambición de la codicia humana, se vale de la miseria de los pobres para ganarlos a sus causas de terrorismo, de secuestros, de matanzas y falsas revoluciones. Sino hubiese pobreza, los que se sirven de ella para escalar sobre las cabezas de los pobres y de la ignorancia hacia el poder y la opulencia: el terrorismo y la guerra, no tendrían terrenos donde hacer germinar su sangrienta semilla de aberraciones humanas.
Los que hemos investigado acerca de la pobreza y la riqueza en Panamá (37% de la población en general y 22% en extrema pobreza) y en las fuentes provenientes del mundo entero, hemos podido constatar que el despilfarro ignominioso con el que viven muchos ricos sería suficiente para terminar con la hambruna del planeta. ¿Sabrán estos grupos de poder económico que cada milímetro cuadrado de la alfombra roja que pisan en su caminar, cuesta tanto como el alimento que consumiría durante todo un día poblaciones enteras de los países marginados del tercer mundo?
BATALLA CONTRA EL HAMBRE
Hay hombres que están convencidos de que nacieron para ser ricos y poderosos porque saben hacer dinero. Para ellos, eso es lo importante. Hacer justicia no es importante si con hacerla no se hace dinero. Los minutos que invierte el hombre que sabe hacer dinero, no los puede desperdiciar en hacer justicia, porque la justicia sirve sólo o en gran medida, para el bienestar de todos y la habilidad para hacer dinero sirve sólo a quien hace el dinero. Pero esto de la injusticia de la pobreza y de la habilidad de algunos hombres para hacer dinero y la responsable obligación de los gobiernos de ejecutar los programas que conduzcan a la eliminación del hambre sobre el planeta: no son quehaceres que ocupan a los hombres y mujeres que pueden resolver el problema, porque ellos mismos viven el fragor de la batalla de no morirse de hambre. De esta manera, los pobres, los ignorantes, los famélicos, los desvalidos y marginados y los que no poseen la habilidad de saber hacer dinero, quedan a merced del cálculo malicioso y egoísta del otro que sí sabe y está en ventajosa posición de aprovecharse de ello.
Los tiempos no han cambiado. Ha variado la manera de vestirse y de conducirse a través de las distancias de comunicarse los unos con los otros expeditamente. Pero la pobreza no ha cambiado. Las injusticias que la someten, tampoco han cambiado. Con el aumento de la población mundial han aumentado los pobres y los hambrientos , los desvalidos y los abusados. Un puñado de contralores de la economía mundial, avasalla a billones de seres que sólo ansían vivir en paz y en confortable bienestar social. Si bien es cierto, que unos hombres se ocupan de conducir un programa perseguidor de ese bienestar tan escurridizo, también es cierto que hay otros hombres que persiguen lucrar con eso.
FUNDACION PRO FE
En Panamá existen entidades preocupadas por hacerle justicia a la pobreza y a la ignorancia. La humildad y la modestia, por ejemplo, del Programa para la Nueva Evangelización y a la Solidaridad en la Fe Cristiana (PRO-FE), es una prueba palpable de lo que pueden conseguir los hombres de buena voluntad cuando quieren hacer el bien. Se trata de ir al origen del mal, a lo que provoca el mal, a lo que causa el mal y aplicarle la corrección y el remedio allí mismo en su cuna. Cuando sabemos por qué se produce una enfermedad social, aprendemos a sanarla y a prevenirla. Por esto, la injusticia está en ni siquiera intentar la cura del mal, cuando hay constancia de que existe la cura.
Cuando se evangeliza con los fondos que recauda la diligencia y buena voluntad de la Fundación Pro-Fe, se está acudiendo al meollo de lo que procura la injusticia de la pobreza y de la ignorancia, porque se aplica la medicina en la enfermedad y en la prevención de los divorcios, del gansterismo, de la desintegración familiar, de la degradación de los valores humanos, del desconocimiento del derecho de vivir libre y de alimentarse y de convivencia pacífica y de creer en Dios.
Aportemos nuestros hombros y nuestros corazones a las causas, que, como las de Pro-Fe, la Campaña Arquidiocesana, el Fondo de Apostolado y a todas las organizaciones que propugnan por el bienestar espiritual y material de los panameños que se activan con vehemente sinceridad y vocación de servicio hacia el prójimo, para que sus propósitos puedan concretarse con la efectividad tan necesaria para la felicidad de nuestra Patria.
El autor es Abogado, Catedrático y director de Pro-Fe
La primera injusticia la comete Satanás cuando pierde a Adán y Eva en la consecuencia de ser ignorantes de lo que era el bien y el mal. ¿Qué llevó al primer hombre y a la primera mujer a ser víctima de esa injusticia del demonio al orillarlos a procurarse las vicisitudes de la vida al cometer el pecado original? De ahí que la injusticia, no es un producto sólo de la maldad y el egoísmo del demonio si no, más que todo, de la naturaleza humana. Por lo tanto, hay que admitir que el hombre es injusto en su esencia de carne y de la química de sus pasiones. La lucha contra la injusticia comienza dentro de la propia conciencia o discernimiento de los seres humanos, porque el hombre cuenta con la capacidad de poder diferenciar entre el bien y el mal. Caín fue muy injusto con Abel.
Existe la injusticia de las cosas. Esto es, lo que es injusto porque no hace bien al hombre cuando pudiera ser bueno lo que los otros produzcan para el bienestar de la humanidad. La injusticia se ve aún en la naturaleza: hacer inofensiva y vulnerable a la mariposa que no tiene manera de defenderse del picotazo de los pájaros ni de la voracidad de la mantis religiosa. Injusto es que el hombre contamine el agua que bebe y el aire que respira. Injusto es que mientras unos hombres viven en lujosas mansiones que no necesita para subsistir decentemente y que otros no tengan techo o vivan debajo de los puentes y en las cloacas. Podríamos continuar con una lista odiosa de las injusticias de los hombres para con los hombres. Con todo, limitémonos a la que juzgamos la mayor y más aberrante de las injusticias cual es, sin duda, la pobreza, porque la pobreza no tiene que ocurrir, no tiene que ser, no tiene que estrangular a nadie, ya que ella proviene del hombre y sus limitaciones espirituales y de convicciones de que Dios existe. Cuando los hombres se olvidan de Dios, ocurre la pobreza. El que piensa en Dios no permite que su prójimo sufra de hambre y de frío y de desesperación.
Pero la lucha contra la pobreza, es decir, contra la mayor de las injusticias; es una contienda para la cual no están estructurados muchos espíritus y muchas voluntades humanas. Se trata de una misión para los que creen reciamente en las enseñanzas de Cristo, el más pobre entre los pobres y el más rico entre los ricos. Se me ha hecho indeleble en mi pensamiento, todas las narraciones y recuentos que desde niño escuché acerca de la gran recompensa que recibirán los bienaventurados que han dado de comer al hambriento, de beber al sediento y de abrigar al que tiene frío. Pero nos produce terror y angustias supremas la realidad de que la canalla voracidad y la ambición de la codicia humana, se vale de la miseria de los pobres para ganarlos a sus causas de terrorismo, de secuestros, de matanzas y falsas revoluciones. Sino hubiese pobreza, los que se sirven de ella para escalar sobre las cabezas de los pobres y de la ignorancia hacia el poder y la opulencia: el terrorismo y la guerra, no tendrían terrenos donde hacer germinar su sangrienta semilla de aberraciones humanas.
Los que hemos investigado acerca de la pobreza y la riqueza en Panamá (37% de la población en general y 22% en extrema pobreza) y en las fuentes provenientes del mundo entero, hemos podido constatar que el despilfarro ignominioso con el que viven muchos ricos sería suficiente para terminar con la hambruna del planeta. ¿Sabrán estos grupos de poder económico que cada milímetro cuadrado de la alfombra roja que pisan en su caminar, cuesta tanto como el alimento que consumiría durante todo un día poblaciones enteras de los países marginados del tercer mundo?
BATALLA CONTRA EL HAMBRE
Hay hombres que están convencidos de que nacieron para ser ricos y poderosos porque saben hacer dinero. Para ellos, eso es lo importante. Hacer justicia no es importante si con hacerla no se hace dinero. Los minutos que invierte el hombre que sabe hacer dinero, no los puede desperdiciar en hacer justicia, porque la justicia sirve sólo o en gran medida, para el bienestar de todos y la habilidad para hacer dinero sirve sólo a quien hace el dinero. Pero esto de la injusticia de la pobreza y de la habilidad de algunos hombres para hacer dinero y la responsable obligación de los gobiernos de ejecutar los programas que conduzcan a la eliminación del hambre sobre el planeta: no son quehaceres que ocupan a los hombres y mujeres que pueden resolver el problema, porque ellos mismos viven el fragor de la batalla de no morirse de hambre. De esta manera, los pobres, los ignorantes, los famélicos, los desvalidos y marginados y los que no poseen la habilidad de saber hacer dinero, quedan a merced del cálculo malicioso y egoísta del otro que sí sabe y está en ventajosa posición de aprovecharse de ello.
Los tiempos no han cambiado. Ha variado la manera de vestirse y de conducirse a través de las distancias de comunicarse los unos con los otros expeditamente. Pero la pobreza no ha cambiado. Las injusticias que la someten, tampoco han cambiado. Con el aumento de la población mundial han aumentado los pobres y los hambrientos , los desvalidos y los abusados. Un puñado de contralores de la economía mundial, avasalla a billones de seres que sólo ansían vivir en paz y en confortable bienestar social. Si bien es cierto, que unos hombres se ocupan de conducir un programa perseguidor de ese bienestar tan escurridizo, también es cierto que hay otros hombres que persiguen lucrar con eso.
FUNDACION PRO FE
En Panamá existen entidades preocupadas por hacerle justicia a la pobreza y a la ignorancia. La humildad y la modestia, por ejemplo, del Programa para la Nueva Evangelización y a la Solidaridad en la Fe Cristiana (PRO-FE), es una prueba palpable de lo que pueden conseguir los hombres de buena voluntad cuando quieren hacer el bien. Se trata de ir al origen del mal, a lo que provoca el mal, a lo que causa el mal y aplicarle la corrección y el remedio allí mismo en su cuna. Cuando sabemos por qué se produce una enfermedad social, aprendemos a sanarla y a prevenirla. Por esto, la injusticia está en ni siquiera intentar la cura del mal, cuando hay constancia de que existe la cura.
Cuando se evangeliza con los fondos que recauda la diligencia y buena voluntad de la Fundación Pro-Fe, se está acudiendo al meollo de lo que procura la injusticia de la pobreza y de la ignorancia, porque se aplica la medicina en la enfermedad y en la prevención de los divorcios, del gansterismo, de la desintegración familiar, de la degradación de los valores humanos, del desconocimiento del derecho de vivir libre y de alimentarse y de convivencia pacífica y de creer en Dios.
Aportemos nuestros hombros y nuestros corazones a las causas, que, como las de Pro-Fe, la Campaña Arquidiocesana, el Fondo de Apostolado y a todas las organizaciones que propugnan por el bienestar espiritual y material de los panameños que se activan con vehemente sinceridad y vocación de servicio hacia el prójimo, para que sus propósitos puedan concretarse con la efectividad tan necesaria para la felicidad de nuestra Patria.
El autor es Abogado, Catedrático y director de Pro-Fe
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