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Rufina Alfaro: la leyenda y la verdad histórica (II Parte)
Milcíades Pinzón Rodríguez - Publicado:
De lo anterior se colige que con anterioridad y posterioridad a los aportes reseñados (ver Sección Estilo de Vida de ayer 10 de noviembre), los historiadores nacionales no han presentado la prueba documental que confirme la existencia de Rufina Alfaro.Sin embargo, la revisión de los Archivos Parroquiales de la Iglesia San Atanasio de La Villa de Los Santos añade no pocas informaciones al tópico, al menos desde la rigurosidad y exigencia de la ciencia de Clío.He examinado los archivos de la parroquia santeña y en ellos no aparece, hacia finales del Siglo XVIII y primeras décadas del Siglo XIX, la partida de nacimiento de Rufina Alfaro, al menos con el nombre que la leyenda le atribuye a la Heroína Santeña.En cambio, en nuestra pesquisa sobre el Siglo XIX e inicios del Siglo XX, se comprueba que en La Villa habitaron, como lo señala la tradición, familias de apellido Alfaro.Aclaremos, de paso, que tanto ayer como hoy el apellido Alfaro no es común en el poblado.Lo relevante para nuestra investigación es haber constatado que en la época del Grito Santeño los Alfaro eran una realidad histórica y no el producto de la imaginación popular.Así lo comprueba la información parroquial.Por ejemplo, en el Libro de Bautismo (Pág.29) aparece la partida de nacimiento del niño Manuel Salvador Franco.La misma data del año 1810 y en ella se registra como madrina del párvulo a un personaje que se llama María Rudecinda Alfaro, de lo cual deja constancia el párroco Manuel Isidro Conde.Me refiero al presbítero que fue reemplazado por José Fernando Correoso y Catalán, hermano del cura al que se hace mención en el acta de independencia del 10 de noviembre de 1821.Curiosamente el hermano de José María Correoso y Catalán, cuatro años antes del Grito de La Villa, desde el 24 de diciembre de 1817, encabeza las partidas de nacimiento con la frase: "En la fiel Villa de Los Santos...", dejando entrever su apego a la causa monárquica.Conviene advertir en este caso que la indicada María Rudecinda Alfaro aparece en múltiples ocasiones como madrina de diferentes niños, lo que indica que gozaba de algún grado de simpatía y popularidad en la población.Hasta donde hemos investigado, ella sería el único actor social coincidente con Rufina Alfaro.Otro indicio relevante aparece en un documento del Siglo XIX titulado "Libro de todos los hermanos esclavos que son de nuestra Señora del Carmen, que se venera en esta Santa Iglesia Parroquial de la Ciudad de Los Santos de la que es Mayordomo i Capellán el Presbítero Señor Estaval Guirior".Allí aparece Tiburcio Alfaro como integrante y devoto de La Virgen del Carmen.Lo esclarecedor del asunto no radica únicamente en el apellido del personaje, sino que se afirma que murió en 1859, añadiendo el sacerdote de su puño y letra, que era "del sitio de Las Peñas".De lo hasta aquí expuesto se deducen importantes pistas sobre el relato popular que habla de Rufina Alfaro.A saber: que los Alfaro son residentes de La Villa de Los Santos, que vivieron en el período del Grito Santeño, que aparece un personaje llamado María Rudecinda Alfaro en ese mismo momento histórico y que, tal y como lo afirma la leyenda, los Alfaro vivían en el sitio de Las Peñas.Obviamente esta nueva realidad nos introduce a un mundo de interrogantes y permite esbozar una conclusión general.Entre los interrogantes se plantea: ¿Son tales indicios meras casualidades históricas?.Si la leyenda no tiene visos de realidad, ¿por qué escoger como apellido de la Heroína al menos común y hacerlo aparecer precisamente en el sitio de Las Peñas? ¿No se equivoca la tradición en el nombre de la polémica mujer santeña?.A título personal pienso que si bien no se puede deducir de las pruebas documentales que hemos presentado la existencia categórica de la Heroína Santeña, la prueba fáctica aclara que detrás de la famosa narración tradicional hay algo más que una calenturienta conseja popular.Es decir, la leyenda comienza a moverse desde la ficción hacia el terreno del hecho histórico.A la altura de estas reflexiones la pregunta aún sigue vigente, aunque la respuesta ya no puede reducirse a la negación categórica de su existencia.Al parecer la dificultad no sólo estriba en la ausencia de testimonios escritos, sino en la forma como algunos investigadores han abordado la problemática.Porque pretender que al inicio del Siglo XIX, todos los habitantes de la comarca santeña estuvieran empadronados por la Iglesia Católica, es tanto como pedirle al madroño que sus flores tengan la fragancia del jazmín.No podemos ignorar que durante aquellas calendas el hombre del campo vivía bajo condiciones extremadamente difíciles, sin escuela, medicinas, carreteras, etc., así como alejado de los centros urbanos, a los que no siempre acudía para la eucaristía dominical, ni era muy dado a cumplir con los rigores formales que demandaba la prédica religiosa.Además, recordemos que en La Villa de Los Santos el campesinado sufría las consecuencias del control hegemónico de las familias que manejaban la trama del poder económico, político y religioso.Uno tiene que entender la razón por la cual en los documentos de la época el pueblo sólo aparece como una masa amorfa, como un actor secundario, inclusive en el acta de la insurrección santeña.En consecuencia, de haber existido, Rufina tuvo que pertenecer a este último grupo humano, el de los campesinos pobres y olvidados.Por este motivo, ayer como hoy, el folclor santeño, además de un conjunto de rasgos vernaculares, es un medio de expresión popular.Dicho de otra manera, en ocasiones las manifestaciones culturales esconden la revancha que se toma el pueblo contra el poder constituido, contra el formalismo y rigidez de quienes manejan los hilos del poder social.Estando olvidados, se comprende que la leyenda y la mitología florezca con la fuerza floral del guayacán sobre la pradera silente.La historia ha demostrado que el movimiento separatista santeño no dependió exclusivamente de las buenas intenciones de sus protagonistas, siendo las causas estructurales sobradamente conocidas como para entrar aquí a detallarlas.Lo que importa advertir es que el grupo de notables santeños difícilmente iba a recoger para la posteridad la contribución de una olvidada campesina que, además, no formaba parte del dominante grupo pueblerino.Una medida razonable de lo señalando la podemos constatar tres décadas después del 10 de noviembre de 1821.En las llamadas sublevaciones campesinas de 1856, el campesino sólo aparece como parte de una horda de malhechores que asesinan en Macaracas al sacerdote José María Franco, dejando por fuera la temprana contradicción entre el conservatismo y el desafío que suponen las ideas liberales de Pedro Goytía, ideología que reta los intereses conservadores de la curia y de los Guardia.Los Goytía y los Guardia son los protagonistas, los campesinos, los bandoleros.En efecto, en toda investigación sobre creencias populares rápidamente se aprende que detrás del rumor del pueblo asoman espacios para una verdad que otros han querido silenciar.Por ello, la pregunta fundamental en la temática no radica en "descubrir" si Rufina existió, sino en interrogarnos sobre qué recónditos motivos tuvo el pueblo santeño para, supuestamente, inventarse una leyenda.Pienso que este es el meollo del asunto, porque una visión y racionalidad cartesiana siempre encubre la trampa de postular que aquello que no se puede demostrar con hechos, ya por ello deja de existir.Bajo este prisma analítico algunos panameños asumen el riesgo de asesinar el mito y privar a la nación de un emblema libertario, democrático y feminista.Uno tiene que preguntarse qué ganamos los istmeños matando a Rufina, confinándola en la cárcel del olvido, por el pecado de no encontrar su acta de nacimiento.El acto equivaldría a pedirle a los italianos que tiren al cesto de la basura a Rómulo y Remo, porque el mito pudo más que la historia escrita.Los que así cavilan olvidan que la nación istmeña no se construye únicamente de verdades demostrables, sino de símbolos e íconos sociales.Comprendamos que Rufina Alfaro no es sólo la leyenda o el personaje histórico, ella es el portaestandarte de un pueblo que se siente protagonista de una gesta, aunque algunos quieran utilizar la historia como la comadrona que reniega de la niña porque ella no atendió el parto.