En los ditirámbicos tiempos de Ñaúpa
- Ernesto Endara (Escritor)
“¿Te has montado en ti como en un taxi?”, Chuchú Martínez
“Yo soy el ruletero, que sí, que no, el ruletero. Yo soy, el macalacachimba, que sí, que no, el macalacachimba”... cantaba el icuiricui de Pérez Prado con su orquestón, vestido de pachuco. Eran los ritmos que la gente de hoy llamaría “de los tiempos de ñaúpa”.
Ña Upa, vieja gentil y buena gente que jamás abandona a nadie. Los muchachitos de hoy la conocerán mañana. La Ñaúpa de nuestros tiempos fue buena, pero no inocente. En verdad, no hay tiempo inocente ni tiempo culpable. Ñaúpa es simplemente Ñaúpa. Nadamos en el tiempo incoloro, inodoro y puro. Somos nosotros los que traemos y llevamos las contaminaciones en el zurrón de nuestras vidas, suciedades que al final se van con nosotros. El benigno lavandero del tiempo nos deja impecables. También llenamos los cajones de Doña Ñaúpa con los gozos y las risas y los amores pasajeros y las pifias y los aciertos y promesas como esa «yanovuelvo a tomar más así» que fraguamos y mentimos durante toda la jornada.
Abro un cajón de mi Ñaupa y lo volteo para compartir mis deslumbrantes harapos:
Éramos tres dramaturgos que habíamos tejido una buena amistad: Chuchú Martínez, Carlos García de Paredes y yo, el Neco que firma esta columna. Chuchú ponía punto final a su “Juicio final”, con un Caifás con aires de Bela Lugosi; Carlitos se había ganado un premio Miró con “El minotauro”. Por mi parte, creí que había logrado todo con “¡Ay de los vencidos!”. Nos reuníamos en el estudio de Pimpito que era como caldo de incubación para las ideas. Allí se nos dio intentar lo que bautizamos “Fonoteatro”. Los actores serían una especie de mimos. Sus gestos tendrían que ser tan obvios que las palabras estuvieran de más. El chiste del mono que se cagó en la aspiración del ventilador de una sala de conciertos, nos dio pie para pensar en utilizar olores en nuestros dramas sin palabras. Mi personaje entraba a escena más borracho que Tito Piedra saliendo de “La cabaña”. Tras varios bandazos caía como caobo fulminado. Entraba una dama desnuda (Las Horas) y adelantaba el reloj a mano, haciendo sonar una alarma. Desde la sala otro personaje (el único que hablaba) voceaba: «Pachitas de seco, cerveza caliente, alka seltzer sin agua, hielo seco», mientras iba regando chorritos de aguardiente por la luneta.
¡Qué vaina!, eso fue todo lo que Ñaúpa me devolvió de su memoria.
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