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La COVID-19 podría devastar a los países pobres

El distanciamiento social es prácticamente imposible si vives en un barrio pobre y lleno de gente. Es difícil lavarse las manos si no tienes agua corriente.

The Economist - Actualizado:
La ayuda de los países ricos del mundo sería en su propio beneficio. Foto/Ilustrativa/Freepik

La ayuda de los países ricos del mundo sería en su propio beneficio. Foto/Ilustrativa/Freepik

El nuevo coronavirus está desatando el caos en los países ricos. A menudo se pasa por alto el daño que provocará en los países pobres, y que podría ser aún peor. Los datos oficiales no sirven para darse una idea. Hasta el 25 de marzo, África había reportado tan solo 2800 infecciones; India, únicamente 650. Sin embargo, el virus está en casi todos los países y lo más seguro es que se propague.

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No hay vacuna ni cura. Un estimado muy general es que, sin una campaña de distanciamiento social, podría infectarse entre el 25 y el 80 por ciento de una población típica. De las personas infectadas, tal vez el 4,4 por ciento se enferme de gravedad y una tercera parte de ellas necesitará cuidados intensivos. Para los lugares pobres, eso es una calamidad.

El distanciamiento social es prácticamente imposible si vives en un barrio pobre y lleno de gente. Es difícil lavarse las manos si no tienes agua corriente. Los gobiernos le podrán ordenar a la gente que no salga a trabajar, pero, si esto significa que sus familias no comerán, saldrá de todas maneras. Si se les impide, podría haber disturbios.

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Por lo tanto, la COVID-19 pronto podría estar en todos los rincones de los países pobres. Y sus sistemas sanitarios no están preparados para sobrellevar una situación así. Si muchos no pueden hacerles frente a las enfermedades infecciosas que ya conocen, menos podrán con una nueva y altamente contagiosa. En Pakistán, el gasto de salud por persona es un ducentésimo del nivel de Estados Unidos. Uganda tiene más ministros de gobierno que camas de cuidados intensivos. A lo largo de la historia, los pobres han recibido los golpes más duros de las pandemias. La mayoría de la gente que muere de sida es africana. La gripe española de 1918 arrasó con el seis por ciento de la población total de India.

Decenas de países en vías de desarrollo han ordenado cierres de emergencia. India ha anunciado una “prohibición total” a salir de casa durante 21 días. Sudáfrica ha desplegado al ejército para que ayude a vigilar el cumplimiento de la cuarentena. Tal vez ralenticen la enfermedad, pero es poco probable que la detengan.

Muchos lugares todavía se niegan a aceptar la crisis. Los mercados callejeros de Birmania están abarrotados de gente. El presidente populista de Brasil, Jair Bolsonaro, desestimó la COVID-19 al describirla como un simple “resfriado”. Algunos líderes no tienen ni idea. El presidente de Tanzania, John Magufuli, señaló que las iglesias debían seguir abiertas porque el coronavirus es “satánico” y “no puede sobrevivir en el cuerpo de Cristo”. Muchos autócratas consideran la COVID-19 una excusa práctica para reforzar el control que tienen. Seguramente algunos prohibirán las manifestaciones políticas, pospondrán elecciones y extenderán la vigilancia a la vida diaria de los ciudadanos… todo para proteger la salud pública, claro está.

Es verdad, hay algunas razones para tener esperanza. Los países pobres son jóvenes —la edad promedio en África es menor a 20 años— y al parecer los jóvenes tienen menos probabilidad de morir de una infección.

Los países más pobres son muy rurales: dos terceras partes de la gente en los países con ingresos menores a mil dólares al año por persona viven en el campo, en comparación con las naciones prósperas, donde menos de una quinta parte de la población es rural.

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Los agricultores pueden cultivar camotes sin estar respirando gotas virales de otras personas. El clima puede ayudar. Es posible, aunque está lejos de ser una certeza, que el clima cálido desacelere la propagación de la COVID-19. Algunos lugares tienen experiencias útiles. Los países que padecieron el ébola aprendieron mucho sobre el lavado de las manos, el rastreo de los contactos y la importancia de garantizar la confianza pública.

Por desgracia, hasta las buenas noticias vienen con advertencias. La gente en los países pobres tal vez es joven, pero a menudo tiene pulmones y sistemas inmunes débiles a causa de la desnutrición, la tuberculosis o el VIH. A la gente del campo tal vez le llegue el virus después, pero es probable que le llegue de todas maneras. Los cierres de emergencia serán difíciles de mantener a menos de que los gobiernos puedan ofrecer una generosa red de seguridad. Las empresas necesitan crédito para no tener que despedir al personal. Los trabajadores informales necesitan efectivo para sobrevivir. Desafortunadamente, los países pobres no tienen la fuerza financiera para brindar estas cosas, y la COVID-19 acaba de complicar mucho más su situación.

La demanda de los productos básicos (desde el petróleo hasta las flores frescas), de la que dependen muchos mercados emergentes, ha colapsado. El turismo se ha venido abajo. Ahora nadie quiere visitar Masai Mara o Machu Picchu. Los inversionistas extranjeros han retirado 83.000 millones de dólares de los mercados emergentes desde el comienzo de la crisis, lo que representa la fuga de capitales más grande que se haya registrado, mencionó el Instituto de Finanzas Internacionales, una agrupación comercial. Aunque suelen ser una red de seguridad en tiempos difíciles, las remesas podrían caer a medida que pierdan sus empleos los migrantes que viven en países ricos.

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Muchos países pobres y de medianos ingresos están en riesgo de una crisis de balanza de pagos y un colapso en los ingresos del gobierno, pues se necesita aumentar el gasto relacionado con la salud, las importaciones (para reducir la tasa de letalidad) y la asistencia pública (para que los trabajadores puedan aislarse sin quedarse sin dinero). Mientras que los gobiernos de los países ricos pueden adquirir préstamos baratos en una crisis porque los inversionistas huyen en manada hacia los lugares seguros, los costos de los préstamos en los países pobres se disparan. Buscar un equilibrio entre salvar vidas y salvar sustentos es horroroso. En palabras del primer ministro de Pakistán, Imran Khan, la preocupación es que “si cerramos las ciudades, la salvaremos [a la gente] del coronavirus, pero morirá de hambre”.

Lejos de ayudar, muchos países acomodados han dado un giro nacionalista. Algunos lugares, como la Unión Europea, están restringiendo las exportaciones de equipo médico. Esto se opone a los valores que supuestamente profesa. Otros países, como Kazajistán, están frenando las exportaciones de alimento aunque su producción es abundante. Si el comercio mundial se atasca, el daño económico será mucho mayor. Para los países pobres que dependen de la comida importada, podría ser mortal.

Debido a que todavía no se sabe mucho de la COVID-19, cualquier tipo de respuesta tiene que basarse en información imperfecta. Sin embargo, algunas cosas son urgentes y obvias. Como en otras partes, los gobiernos de los países pobres deberían proveer información precisa y oportuna a su gente por cualquier medio que resulte práctico. Nada de cortinas de humo, nada de apagar el internet, nada de arrestar a quienes compartan noticias desagradables.

Es tiempo de ser generosos

Mientras tanto, el mundo de los países acaudalados debería ayudar al mundo de los países necesitados con rapidez y en abundancia. El Fondo Monetario Internacional asegura que está listo para desplegar su capacidad de préstamo de un billón de dólares. Quizá se necesite mucho más.

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Cuando The Economist fue a prensa, el G20 estaba a punto de presentar un plan. Debería ser generoso. Algunos de esos inmensos fondos para rescates del mundo de los países ricos deberían usarse para amortiguar el sufrimiento en el sur del planeta. China está ganando influencia con entregas significativas de equipo médico. Los países pobres recordarán quién les ayudó.

Como lo demostraron campañas anteriores en contra de la malaria y el VIH, se requiere de un esfuerzo global coordinado para reducir un azote mundial. Es demasiado tarde para evitar un gran número de muertes, pero no es demasiado tarde para evitar una catástrofe. Además, a los países ricos les beneficiaría pensar tanto global como localmente. Si dejan que la COVID-19 asole el mundo emergente, pronto volverá a propagarse en el mundo próspero.

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