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¿Por qué es tan difícil entregar el correo en el Congo?
La nieve no es un gran problema en la República Democrática del Congo, pero decenas de grupos rebeldes dificultan la entrega del correo.
- The Economist
- - Actualizado: 05/3/2020 - 10:39 am
GOMA, Congo — Un historiador comentó acerca del antiguo sistema postal persa que “ni la nieve, ni la lluvia, ni el calor, ni la penumbra de la noche evitan que estos mensajeros finalicen con rapidez las rondas que tienen asignadas”. La nieve no es un gran problema en la República Democrática del Congo, pero decenas de grupos rebeldes dificultan la entrega del correo. Tampoco ayudan los malos caminos y un gobierno disfuncional.
La oficina de correos principal en Goma, una ciudad de 2 millones de habitantes en el este del Congo, es un vasto rectángulo con torretas y arquerías, construido por el gobierno colonial belga en 1955. En su interior, un trabajador vacía un saco de cartas provenientes de Kinshasa, la capital, en una mesa. Las clasifica en casilleros de madera de acuerdo con su pueblo, ciudad o región de destino. La mayoría nunca llegará allí.
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El director de la oficina de correos, Dominique Molisho, calcula que solo el 40 por ciento de las cartas llegan a sus destinatarios. Explicó que muchas casas en Goma no tienen una dirección asignada. Además, las personas se mudan a menudo. Las cosas son aún más complicadas fuera de la ciudad en el resto de la provincia de Kivu del Norte, un área más grande que Suiza, donde más de 40 grupos rebeldes acechan entre la maleza.
Solo 9 de las 19 oficinas de correos de la provincia siguen abiertas. El resto de ellas han sido saqueadas o abandonadas. Algunas fueron usadas como cuarteles generales por grupos rebeldes. En 2013, el Movimiento 23 de Marzo, conocido como M23, una milicia respaldada por Ruanda, ocupó una oficina postal en Rutshuru. Los miembros de otra milicia, las Fuerzas Democráticas para la Liberación de Ruanda, o FDLR, a menudo dormían en los pisos de la sucursal de Masisi. En 1996, Laurent Kabila, un caudillo respaldado por Ruanda que marchó hacia Kinshasa y se declaró presidente, utilizó la oficina de correos de Goma como su centro de reclutamiento. Los pistoleros suelen dejar pocas cosas intactas, dice Molisho. Arrancan puertas y persianas y las usan como leña.
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Los misioneros católicos rurales a veces ayudan: recogen paquetes de correo cada semana y dejan las cartas en las ventanas de los edificios parroquiales, a donde los aldeanos van a recogerlas. Los misioneros también venden sellos y llevan cartas a Goma en sus viajes de regreso.
En su apogeo, hace 100 años, el servicio postal era uno de los empleadores más solicitados en el Congo. “En aquel entonces, todos querían trabajar aquí”, dice Molisho. Hoy su gloria está tan desvanecida como la pintura roja en las paredes de la sucursal de Goma, a cuyo personal no se le ha pagado desde hace un año. Llegan a fin de mes alquilando tierras adyacentes a pequeños negocios.
Aun así, están orgullosos. “Una carta es una carta, nada puede remplazar el correo”, dice Martin Wema, el director financiero, impecablemente vestido. Antes de partir, le pide a esta corresponsal que le eche un ojo a una pila polvorienta de cartas dirigidas a trabajadores humanitarios en Goma, en caso de que conozca a alguno. Después de detectar dos nombres familiares en sobres que datan de hace un año, se despide llevándose un puñado de cartas.
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