El virus se extiende en tierras tribales
- Nicholas Kristof
Se cree que sucedió cuando una persona infectada asistió a un evento cristiano en la reserva a principios de marzo, y luego se propagó en juegos de basquetbol, servicios religiosos y eventos comunitarios.

La pandemia ha golpeado con fuerza a la Nación Navajo y otras tribus nativas. Foto / Adriana Zehbrauskas para The New York Times.
Chinle, Arizona — La Nación Navajo es una vasta e impresionante tierra de riscos y cañones desérticos, la reserva más grande de Estados Unidos, pero hoy reverbera con pesar y miedo.
Los navajos han tenido más personas infectadas con el coronavirus per cápita que cualquier Estado del país. Décadas de abandono, explotación y discriminación significan que incluso antes de esta pandemia, los navajos aquí tenían una esperanza de vida más corta (72 años) que la gente en Guatemala (74), y ahora el COVID-19 está golpeando a los nativos estadounidenses con una fuerza particular.
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Entre los que murieron por complicaciones del COVID-19 en tierras navajo figura Fred Thompson, de 57 años, un paladín de la cultura navajo en la Universidad Técnica Navajo y cantante de un grupo popular llamado Aces Wild. En lugar de reunirse para un funeral, la gente tocó el claxon de sus autos y lanzó fuegos artificiales a las 21:00 horas un viernes, cuando su banda normalmente se habría presentado.
Se cree que el virus llegó cuando una persona infectada asistió a un evento cristiano en la reserva a principios de marzo, y luego se propagó en juegos de basquetbol, servicios religiosos y eventos comunitarios. También se aprovechó de la pobreza: muchos navajos viven hacinados en casas pequeñas donde el distanciamiento social es imposible, y el 40 por ciento de los que están en la reserva carecen de agua corriente. Eso dificulta el lavado de manos y lleva a las familias a amontonarse en lavanderías.
Shawna Gonzalez vive en un hogan, una casa tradicional navajo de un solo cuarto, con sus siete hijos. Su esposo, un inmigrante mexicano indocumentado que había vivido en EE.UU. desde que tenía 3 años, fue deportado, así que ella se las arregló con la ayuda de su madre —hasta que ésta fue hospitalizada con el coronavirus.
Como no hay agua corriente, Gonzalez debe conducir a un pozo distante y llenar varios contenedores para llevar a casa, y luego racionar el agua cuidadosamente. Al igual que muchas personas, tiene problemas para solventar la compra de comida.
A algunos navajos les preocupa que la crisis refuerce una narrativa de que los nativos estadounidenses son eternamente miserables e indefensos.
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“No nos retraten como pobres, pobres navajos”, dijo Jonathan Nez, el presidente navajo. “Somos resistentes. Somos vencedores”.
Mi sensación es que los navajos han manejado la crisis razonablemente bien. La tribu canceló eventos, impuso toques de queda y realizó pruebas a una tasa mucho más alta de la población que el país en general. Pero el Servicio de Salud Indígena reporta que el 28 por ciento de las pruebas ha resultado positivo, una tasa alarmantemente alta.
Los territorios navajos están llenos de letreros improvisados y sinceros que instan a las personas a usar cubrebocas y tener cuidado. “¡Regrésense!”, decía un letrero. “¡Vayan a casa!”.
Una organización local femenil, Chinle Planting Hope, entrega cajas de alimentos a familias, incluida la de Gonzalez, para mitigar el hambre y reducir la necesidad de exposición en las compras. Y la propia González lo agradece ofreciéndose como voluntaria en una bodega de alimentos.
En el Centro Médico Indígena Gallup de 74 camas en Nuevo México, visité la sala de urgencias, la sala COVID-19 y la unidad de cuidados intensivos; están muy ocupados, pero no abrumados. Cortinas de plástico dividen espacios en el departamento de urgencias para prevenir infecciones, y afuera está establecida un área para realizar RCP e intubaciones.
Debido a que muchos pacientes tienen diabetes, hipertensión y cardiopatías, hay más muertes entre personas más jóvenes que en otras partes de Estados Unidos, dijo Loretta L. Christensen, doctora navajo en el hospital.
Los médicos dicen que hay algunas señales alentadoras de que la crisis aquí puede haber alcanzado su pico, pero que es demasiado pronto para estar seguros. Algunos confían en que esto llame la atención hacia las necesidades desatendidas de los nativos estadounidenses.
“Apenas se las arreglan en tiempos normales, y aparece la pandemia y exacerba un sistema de salud ya sobrecargado y con fondos insuficientes”, dijo el Contralmirante Michael Weahkee, director del Servicio de Salud Indígena.
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El Congreso ha asignado fondos adicionales para el Servicio de Salud Indígena, pero Weahkee dijo: “estamos haciendo malabares”.
Estados Unidos asigna sólo 3 mil 943 dólares por persona para el cuidado de la salud de los nativos estadounidenses a través del Servicio de Salud Indígena, menos de la mitad de los 8 mil 602 dólares gastados por la Oficina de Prisiones para el cuidado de la salud por preso.
En cuanto a la educación en las reservas, sólo el 53 por ciento de los niños que asisten a las escuelas de la Oficina de Educación Indígena se gradúa de preparatoria. Un estudiante me estimó que sólo una cuarta parte de los niños tiene acceso a internet en casa.
Estados Unidos no confirió la ciudadanía a los nativos americanos hasta 1924, y prácticamente todas las instituciones estadounidenses los han traicionado en las últimas décadas, salvo una: el Ejército. Las fuerzas armadas han ofrecido oportunidades a muchos nativos estadounidenses, y los veteranos desempeñan papeles importantes en zone tribales.
Alrededor de 800 navajos sirvieron en la Guerra de Corea, algunos como “hablantes de códigos” que transmitían mensajes en idioma navajo como un código indescifrable. Corea del Sur mostró su gratitud el mes pasado al enviar 10 mil cubrebocas a la Nación Navajo.
Los irlandeses, en agradecido recuerdo de haber recibido ayuda de los indios choctaws en 1847 durante la hambruna de la papa, han donado generosamente a un fondo de ayuda para los navajos.
Por el contrario, el Gobierno estadounidense se ha quedado rezagado. Washington tardó seis semanas en transferir dinero de ayuda a los navajos, y fue difícil para las tribus obtener equipos de protección y kits de pruebas. La organización noticiosa ProPublica informó que en abril, un ex subjefe del Gabinete del presidente Donald J. Trump vendió más de 3 millones de dólares en cubrebocas al Servicio de Salud Indígena, aunque no habían sido aprobados para su uso en el cuidado de la salud.
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La “negligencia criminal” mostrada por el Gobierno federal “nos ha costado más vidas de las que podríamos imaginar”, dijo Janene Yazzie, una organizadora comunitaria navajo que ayuda a administrar el Fondo de Ayuda COVID-19 para Familias Navajo y Hopi. “No merecíamos esta negligencia”.
Yazzie señala que ríos atraviesan tierras navajo y terminan regando campos de golf en Phoenix, mientras que los nativos carecen de derechos legales sobre el agua y ni siquiera pueden tener tuberías para lavarse las manos.
Para los navajos, volver a la “normalidad” no es suficiente; las actitudes necesitan cambiar, así como las políticas.
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