Confusión de signos y significados
Ojalá el auténtico espíritu navideño ilumine nuestros pasos, adoctrinados ahora por el lenguaje del orgullo y la soberbia, y nos haga ver otro renacer más solidariamente humano, sin caer en el ahogo del alboroto y de la confusión.
- Víctor Corcoba Herrero
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- - Publicado: 27/12/2020 - 12:00 am
Hoy más que nunca, hay que salir de uno mismo a injertar ese Belén en nuestras vidas, a vociferar que somos hijos del amor y, en consecuencia, hemos de amarnos sin condiciones ni condicionantes. Foto: EFE.
Somos una generación confusa, por una parte invocamos constantemente el lenguaje de los derechos humanos, mientras que violamos continuamente nuestras más elementales obligaciones, e incluso nos ponemos al servicio de unos signos que conllevan significados destructivos.
Muchas veces, yo diría que en demasiadas ocasiones, nos falta coherencia entre el decir y el hacer, también entre el obrar y nuestro propio reposo meditativo. Lo realmente absurdo, es que vamos de aquí para allá sin apenas tiempo para la reflexión, atrapados por una maldita retórica que nos deja sin aliento.
Nos hemos distanciado de lo auténtico. Se nos llena la boca de propósitos y no pasamos de la hipocresía, de avivar el bien común y no hacemos nada por los demás, de cultivar la ética y alimentamos la corrupción, de ser compasivos y nos hemos deshumanizado totalmente.
Los signos de confusión son tan evidentes que nuestras propias riquezas espirituales se han aletargado, a la espera de una nueva época que nos inste a reconciliarnos con nosotros mismos, despojados de toda presión de poder e intereses.
Por eso, cada día intento entrar en diálogo con mi propia sabiduría, hacer autocrítica y no encerrarme, sino abrirme a ese mundo del que todos formamos parte, porque entre todos hemos de reconstruirlo humanamente.
Sabemos que las emisiones de dióxido de carbono están poniendo en peligro el futuro de todos los infantes del mundo, mientras multitud de países ricos continúan con sus prácticas comerciales nocivas.
Es público y notorio, pues, que la salud del planeta y la salud de las personas están muy interrelacionadas. Por desgracia, los párvulos, como ese Niño que resultó ser nuestro Salvador con su venida, van a heredar la degradación de una morada y la degeneración de sus moradores. Sea como fuere, no se puede caer más bajo. Necesitamos, con urgencia, un cambio en nuestras actuaciones.
Ojalá el auténtico espíritu navideño ilumine nuestros pasos, adoctrinados ahora por el lenguaje del orgullo y la soberbia, y nos haga ver otro renacer más solidariamente humano, sin caer en el ahogo del alboroto y de la confusión.
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Por consiguiente, hoy más que nunca, hay que salir de uno mismo a injertar ese Belén en nuestras vidas, a vociferar que somos hijos del amor y, en consecuencia, hemos de amarnos sin condiciones ni condicionantes, ya que somos amantes de toda existencia viva a la que hemos de darle presente.
De ahí que, con el corazón repleto de vivencias, repasemos con el pensamiento las vicisitudes de este año 2020 que está llegando a su ocaso e intentemos resplandecer interiormente, experimentando la complacencia de la bondad.
Escritor.
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